viernes, octubre 24, 2008

Yo digo Obama vos decís sí

Me harta el psicologismo barato

Recién estaba mirando a un diputado radical que decía estar de acuerdo con el régimen de reparto pero objetaba el "sentido" por el cual los K tomaron esta decisión "justo ahora". A ver, creo que ya lo dijimos muchas veces antes: me chupan un huevo (excuse my french) las intenciones ocultas que anidan dentro del cerebro de Néstor y Cristina Kirchner. Lo que me importa es la política no la psicología. Me da lo mismo si Kirchner obligó a Bendini a descolgar el cuadro de Videla porque quería "abrir un frente de batalla contra un enemigo vencido" o porque quería "desvíar la atención del pueblo de otros problemas" o porque cree sinceramente en la necesidad de juicio y castigo. No lo sabemos, no lo vamos a saber nunca, ni importa realmente. Lo que importa es lo que los gobiernos hacen y es ahí donde hay que criticarlos. El juicio político se hace midiendo las acciones y las omisiones de los gobernantes, no haciéndoles un test de Rorschach.
Lo mismo para esta medida de eliminación del régimen de capitalización. Si se hace para quedarse con la plata de la ANSES o para proteger los derechos previsionales y terminar con un inmenso curro o para salvar a los bancos de una inminente quiebra (puede ser también una combinatoria de todas esas posibilidades, la realidad ama lo múltiple) no quita que la medida apunta a desmantelar un sistema fracasado que nunca debió haberse instaurado. Y va a depender de la política (no de las buenas intenciones de algunos hombres buenos) que la ley que salga del Congreso asegure un buen sistema previsional.

miércoles, octubre 22, 2008

Una oportunidad

Decíamos antes que la palabra "expropiación" iba a comenzar a rondar por los medios y por las marionetas que ellos hacen hablar. El intento es claro: presentar la estatización de los fondos de pensión como una réplica del corralito decembrista. ¡Están tocando mi dinero! ¡y encima para sucio gasto político-electoral! Si en unas semanas las AFJPs comenzaban a quebrar, esos mismos que hoy se desesperan ante tamaño atropello a la propiedad privada iban a ser los primeros en salir a pedir un rescate para salvaguardar a "nuestros viejitos".
Eso desde la derecha más "paladar negro" (La Nación), que defiende el sistema privado desde su visión liberal del mundo, perfectamente respetable, obviamente. Desde la derecha moralista-lanatiana en cambio, la óptica está puesta en la chicana, el vizcacheo, "el clink caja", la mirada antipolítica que siempre ve el "robo", las aviesas intenciones personales detrás de las decisiones políticas. Esa postura clasemediera del "me están cagando, no entiendo nada, pero me están cagando." Un poco esas dos miradas - la liberal y la, digamos, antipolítica berreta - se unificaron y actuaron juntas en el tema de la 125. Tipos que con fundamento - sus intereses económicos - peleaban contra las retenciones móviles, confluían con aquellos que se oponían sólo porque detestan a los Kirchner, porque les caen mal, porque ella es soberbia, porque él es un ambicioso, bla, bla, bla.
Ahora, surfeando un poco el clima caliente que se agita en los diarios, se ve lo mismo: por un lado los que defienden la capitalización como opción más eficiente en la administración de los fondos, como recorte del poder del Estado, como instrumento financiero que amplíe el mercado. Por otro los que impugnan la estatización por sus supuestos fines espurios-electorales, por el afán de los Kirchner de hacerse de "la caja". No es que les moleste la estatización en sí, es que no pueden ir más allá de su concepción de taxista canchero que ve en cualquier acción realizada por un gobierno que detesta un intento de perjudicarlo.
Un poco en el mismo sentido está la postura de los que están de acuerdo con la medida pero no con las supuestas intenciones que la motivan. Un poco lo que dice Caparrós hoy en Crítica. O lo que sostienen algunos progres. Es la eterna trampa del progresismo: poner por delante las imputaciones personales y morales por sobre las políticas. Es decir, anteponer el desmantelamiento de una estafa gigantesca como las AFJPs a las alternativas electorales futuras (¿Quién puede saber lo que pasará en 2009?, ¿quién puede saber que pasará con los Kirchner?) es perder nuevamente la oportunidad de reconstruir algo de lo destruido en los largos años del neoliberalismo.

Cuando era gorda, provinciana y periférica

Transitamos tiempos en verdad difíciles, y muy particularmente en lo que a seguridad social se refiere. Desde hace más de veinte años, el mundo entero asiste a la desarticulación del llamado Estado de bienestar, y la Argentina no ha sido ajena a ello.
Recién promulgada la ley 24.241, a fines de 1993, la OIT afirmó que no era una ley de seguridad social, sencillamente porque “no es segura ni es social”. Algunos comentaron entonces que sólo se trataba de un juego de palabras, pero lo cierto es que después de seis años de padecer los efectos de esa ley, cualquiera se da cuenta de que la opinión de la OIT constituyó una acertada síntesis.
La reforma significó seguridad para el capital financiero e inseguridad para el ser humano, para unos precios fijados y para otros beneficios inciertos, concentración del capital que impone condiciones: negocios particulares en lugar de políticas públicas al servicio de la comunidad. En síntesis, una clara acción en beneficio de determinados grupos de intereses particulares en desmedro del bienestar de la sociedad en su conjunto.
Elisa Carrió, 2000, en los fundamentos a su proyecto para derogar el régimen previsional de capitalización. (vía, http://mendietaelrenegau.blogspot.com/2008/10/yo-estuve-un-una-afjp-por-un-ratito.html)

martes, octubre 21, 2008

Una muy bien

El sistema de AFJPs fue una de las mayores estafas de los añorados 90s. Catorce años después de su puesta en práctica las cuentas de capitalización están depreciadas y garantizan haberes menores a los del sistema de reparto. Al mismo tiempo, el agujero fiscal que produjo la pérdida de esos aportes para el Estado explica buena parte del colapso final de la convertibilidad y el estallido de 2001. La idea era perversa desde el inicio: entregar un derecho social y una protección frente a los riesgos de la vejez y la muerte a la especulación del mercado financiero. Claro que, bajo el paradigma cegador del neoliberalismo esa retracción del Estado resultaba perfectamente lógica, era el clima de la época que le daba sentido a esas locuras. Y ahora que todo se cae - aunque no duden que mañana y pasado, y los próximos días haya un intento de presentar esto como una "expropiación" - nuevamente el Estado debe hacerse cargo antes de que el sistema colapse irremediablemente. En este caso, un efecto no deseado positivo, sin dudas.

domingo, octubre 12, 2008

Tres hombres solos (sobre Historias Extraordinarias de Mariano Llinás)

Está el cliché que dice que el viaje es el camino. Más que el punto de llegada, se dice, es el desplazamiento mismo (el mientras tanto) lo que constituye lo más rico de los viajes. Cuando ese punto de llegada no existe, o es demasiado vago, o demasiado poco interesante, con más razón, la ruta es el verdadero principio y fin del viaje. Lo interesante son las historias que nos contamos a nosotros mismos a bordo del micro, o del auto, las historias que escuchamos de refilón en el parador de la ruta, las que cuentan nuestros compañeros de viaje un par de asientos más atrás, las que deformamos y exageramos hasta convertir en cuentos fantásticos, mientras los carteles verdes de vialidad nacional, como una cuenta regresiva nos van diciendo que el fin del desplazamiento se acerca, que ya llegamos a destino, que el movimiento está por terminar. Viajar casi nunca es un placer (como dice ese otro cliché) pero sí, casi siempre, si se presta la debida atención, es una experiencia transformadora, por llamarla de alguna manera.

Y pensando en desplazamientos, ahora me doy cuenta que lo extraordinario de Historias Extraordinarias de Llinás (además de la fotografía, del montaje, de la música, etc., etc.), es que no sólo es una película sobre el viaje, sino que es lo más cercano a un viaje que uno puede experimentar sentado - inmóvil - en una butaca de cine. ¿Hasta donde llegaríamos, en auto o micro, en el tiempo que dura la película? En esas cuatro horas y pico, pasamos Dolores, nos acercamos a Azul, alcanzamos fácil 25 de Mayo o Saladillo, dejamos atrás Chacabuco para arrimarnos hasta Junín, ahí donde el Río Salado se ensancha y da vueltas, comienza a desandar la llanura. Y los intervalos de la película, no pueden sino recordar a las paradas obligadas en alguna estación de servicio, o en una parrilla, de esas que tienen al lado unas hamacas para que jueguen los chicos, una gomería ahí cerca, unos camiones estacionados, ese paisaje idéntico que se repite en forma seriada por las rutas del país.

Y mientras nosotros nos trasportamos quietos por la llanura bonaerense - viajeros inmóviles - están las historias de la pantalla que reproducen algunas de las miles y miles de historias que cualquiera de nosotros hubiera podido escuchar en el camino. "X llega a un pueblo, no importa de qué trabaja X, lo que importa es lo que le pasó, en lo que se vio involucrado"; "A Z le ofrecen un puesto en una oficina de una repartición provincial, no importa qué repartición, lo importante son las cosas que le pasaron a partir de ese momento, cuando menos se lo esperaba". Hay una voz en off que va narrando todo eso, que es como la voz del pasajero del asiento de atrás que le cuenta a otro una historia, en un micro, a la noche, mientras nosotros no podemos dormir y ponemos atención en ese cuento, y poco a poco nos vamos sumergiendo en el relato. Como la voz de un tipo que le cuenta a otro, unas mesas más allá del bar del hotel, una historia de alguien que conoció hace años en un pueblo de la provincia y al que le pasó algo rarísimo. Historias. No sabemos los detalles, no sabemos nada de su veracidad, nada de los personajes. Solamente sabemos lo que nos cuentan, lo que alcanzamos a oir, por sobre el rugir del motor del micro, del ruido de la ruta.

De esas miles de historias posibles, Llinás nos cuenta tres. Que luego se van ramificando dando lugar a muchas otras. Historias de hombres solos. Historias de hombres sin mujeres. Historias de viajantes que se obsesionan por cuestiones laterales a sus trabajos. Historias alejadas del perfil "renacimiento espiritual-rutero" que creó la literatura beatnik, sino más bien, relatos de hombres un poco perdidos, un poco aburridos, un poco a la expectativa, que se ven involucrados en acontecimientos que los superan, pero que tampoco quieren dejar el camino, que tampoco quieren volver a quedarse quietos. Hombres que se cruzan con leones agonizantes, con hermanas enamoradas, con criminales despiadados, con proyectos faraónicos inconclusos, con mujeres en permanente fuga, con fabuladores europeos varados en la pampa, con ríos desbordados, con intrigas de pueblo chico, con fragmentos de la Segunda Guerra Mundial y muchas cosas más. Al final de la ruta, no hay punto de llegada. Nada más otras historias que dan nacimiento a otras, y así, y así, y así.

Y cuando uno sale del cine, al final de todo, es raro estar en el mismo lugar porque el cuerpo tiene todas las señales de haberse movido. Uno tomaría con total naturalidad si detrás de la puerta del cine hubiera un descampado, un río plateado de llanura, un alambrado, una ruta desierta con dos focos de camión acercándose a lo lejos. Ni siquiera se cuestionaría ese paisaje. Nada más uno podría preguntar, desganadamente: ¿ya llegamos? Todavía no, todavía no.

sábado, octubre 04, 2008

RA


Nos shockeó un poco el acto del otro día por el busto de Alfonsín. Personalmente. Sí, estamos viejos. El primer presidente del que tenemos memoria clara, el que coincidió casi perfectamente con nuestra entrada al "uso de la razón", estaba ahí convertido en un busto de mármol. La biografía comienza a convertirse, de a poco, en historia.
La verdad es que le tengo cariño a Alfonsín. En la ventana de la vieja pieza infantil todavía deben estar medio despegados y amarillentos, los calcos de aquella campaña del 83. Y los del 85, 87 y 89, también. Cuando éramos fervientes e infantiles socialdemócratas que iban a pedir calcomanías al hoy extinto comité de los Irrompibles, Formosa 144, a pocas cuadras del colegio primario. Un poco formo parte - tardíamente - de la última generación que pudo ver La República Perdida y entenderla. Entenderla, digo, en el sentido de leer en esa película un relato de la historia argentina en clave democrático-republicana (la civilización de los abogados/la barbarie de los militares), un camino lleno de obstáculos al Estado de derecho. Sí, el significante vacío de la "democracia" es también una marca de esa generación que se emocionaba con la simple lectura del Preámbulo. Todo lo que pasó después, claro, alteró mi forma de ver esos procesos, pero sería injusto negar que en algún rincón todavía algo de eso sigue repercutiendo y llamándome. La voz de la infancia, supongo, que es falsa y verdadera al mismo tiempo.