miércoles, marzo 26, 2008

Pastoral argentina

Bueno, son las 2 menos cuarto de la matina y estoy en un ciber de avenida Corrientes (y les digo, les confieso, es una experiencia fuerte estar en un ciber a esta hora, el lugar parece el set de una película de Johnny To, en cualquier momento llegan las tríadas chinas para hacer un ajuste de cuentas...), y estoy acá escribiendo esto después del... ¿cacerolazo? de hoy. Lo pregunto porque esta noche es la definitiva fecha de defunción de las teorías que consideraban a la clase media y sus cacerolas un sujeto progresivo de la historia. Es decir, después de hoy no solamente va a ser necesario analizar lo que pasó esta noche, sino meterse en la discusión por el lugar, por el espacio político que la clase media urbana ocupa y ocupó. Cierto novelista alemán de iniciales K. M. refugiado en la Inglaterra victoriana, una vez escribió que la anatomía del mono da la clave para conocer la anatomía del hombre. El cacerolazo de hoy tal vez sea la clave para entender de una vez por todas el cacerolazo del 2001. Mal que les pese a todos lo que hicieron de las capas medias en aquella oportunidad poco menos que un nuevo sujeto radical. Quemá esos papers, querido.



La cosa parecía bastante sencilla: una medida de política económica del gobierno afecta directamente el bolsillo de los productores rurales. Entraba dentro de lo esperable la reacción del campo. Los tipos quieren, como todo actor económico maximizar sus ganancias, y hoy esa maximización se realiza más facilmente exportando los productos agropecuarios. Eso, por supuesto tiene consecuencias en los precios internos de esos productos. Consecuencias al alza, obvio. En este sentido las retenciones son una herramienta para desalentar la exportación y contener los precios. Las capas consumidoras deberían apoyar esa medida, que no pasa de lo elemental. Pero evidentemente, las cosas no siguen ese curso lógico. Hay algo que se llama política.


Y volvemos a recurrir al amigo Laclau. El campo es un significante vacío, es lo que permitió que hoy esos "vecinos" pudieran juntarse por primera vez en una manifestación contra el gobierno. Ayer, apenas, era la "inseguridad" con Blumberg y el Rabino cambiándole la letra al himno. Significantes móviles, que se desplazan, pero que permiten juntar por un instante, hacer visible, esa oposición que en el Congreso es, casi, invisible.

Queda para otro post decir unas palabras sobre la cobertura de los medios. Pocas veces vi un manipuleo tan abierto de las palabras. Crónica TV, firme junto al pueblo, titulaba "Piqueteros atacan a vecinos pacíficos". La venerable Mónica Gutiérrez (¿o era Gigí Marziotta?) hablaba de "grupos de choque" acostumbrados a la violencia. Habría que decir que hoy los piquetes los practican campechanos muchachos con cuentaganado y Toyotas Hilux. Y habría que recordar, hablando de violencia, que hace 30 años la Sociedad Rural Argentina no sólo defendía al campo, también defendía otros "campos" mucho más siniestros, por cierto.

Vayan, eh, pinta bien


Y acá tienen todos los detalles.

jueves, marzo 20, 2008

Las cenizas de Gramsci

Ayer me quedé mirando a Macri en el nuevo programa de Zloto y Tenembaum en TN. En el páramo de un tiempo sin emociones, mirar a Macri me produce un extraño efecto: "vamos a tratar de deducir quien es este tipo". Por supuesto, soy de aquellos que creen que es justo ponerle el calificativo de "derechista" - derecha e izquierda me parecen categorías válidas, llenas de vigencia, tanto a nivel teórico como a nivel de la polémica diaria - pero me parece que esta vez se trata de algo más complejo, algo que - si me perdonan el exceso épico - la definitiva comprobación de que la "caída de los ídolos" es una realidad que llegó para quedarse en la política argentina. Por "la caída de los ídolos" me refiero a la llegada de un tiempo dominado por el cualunquismo, por la ramplonería del sentido común - que es el peor de los sentidos - por la renuncia social a toda aspiración política ideal y trascendente. Paz y adminstración es lo que nos depara este tiempo de la reconstrucción post decembrista? Los hombres y las mujeres del sentido común, de lo que quieren las mayorías silenciosas, que expresan lo que rumian entre dientes los "vecinos", parecen expresarse en Macri y su gente. Si la política es gobernar según los deseos de las buenas gentes, Macri va por buen camino y a quienes creen que la política es otra cosa les espera un duro peregrinar. Como sea, (o however, como diría una chica), Macri lanzó una frase en el programa de ayer: "es dificil gobernar después de diez años de saqueo del Estado". Podría tomarmela como una muestra exquisita de sarcasmo, podría tomarmela como un lapsus autoinculpatorio, pero la frase me da vueltas. ¿Por qué Macri dice eso? ¿No fue parte del proyecto ideológico que saqueó el Estado? ¿Por qué esa súbita comprobación de que la burocracia estatal y sus resortes son necesarios para la regulación de la comunidad? Por eso vuelvo a lo de más arriba, ¿tachamos a Macri como un liberal menemista deseoso de desmantelar todo aquello que no de ganancias, o hay algo más, algo que se nos escapa y que lamentaremos no haber interpretado bien dentro de, digamos, cuatro años?


Y este post se llama Las cenizas de Gramsci. ¿Por qué usar el nombre del mejor cantor de la "canción del marxismo occidental" en un post que refiere al apenas descendiente del cualunquismo italiano Mauricio Macri? Uno, porque es el título de un poema hermoso de Pasolini. Dos, porque estoy leyendo las cartas de Gramsci. Tres, porque Gramsci fue un militante de aquellas épocas donde la política significaba algo más que el seguidismo cobarde del sentido común. Si algo aprendimos de Gramsci es que la batalla decisiva está ahí, en ese terreno, en el de las identidades, en el de la hegemonía cultural. Que todo proyecto transformador debe esforzarse por conquistar la cabeza y el corazón de los ciudadanos, que la tarea principal de una política radical consiste en convertir en posible lo imposible, o mejor dicho, en convecer que lo imposible es posible.
Y pienso en Gramsci, en su celda de Bari, preguntándole a su mujer por el crecimiento de la "planta de limón", por cómo es su hijo al que nunca conoció, por si les gustó a los chicos el mecano que les regaló escribiéndole que sea fuerte porque un prisionero político "no tiene nada de que avergonzarse", reclamándole que le mande fotos, que le escriba, que sus cartas son lo único que lo mantienen vivo, que le escriba, que le escriba. Y pienso si mucho de nuestro malestar actual, nuestro malestar contemporáneo, no se debe a vivir en un tiempo en que lo personal se ha disociado de lo histórico, un tiempo donde lo intimo, el amor y la pérdida, se han quedado sin anclaje alguno. Como animales girando en su jaula siguiendo el rastro de su olor, no hay nada más afuera. En la época en que la política ocupaba la centralidad de las vidas la trama de la biografía, de los amores y los desencuentros, se entrelazaban con los hilos de la Historia. Gramsci mechaba sus cartas a Julia con alusiones al Komintern, con sus interpretaciones de la cuestión campesina, los asuntos domésticos y amorosos se entrelazaban en una sola hebra con Maquiavelo, el PCI, Benedetto Croce, y el proletariado. Es ese tapiz donde conviven la Historia y la intimidad lo que en nuestra época es imposible de reconstruir.
Vuelta a acà. Podemos leer las cartas de Gramsci, podemos sintonizar a Macri, podemos mirar la fotos viejas (blanco y negro) del siglo XX. Lo que no podemos, creo, es recuperar esa época en que la acción y la teoría, el amor íntimo y el amor colectivo, formaban una sola figura. Todo eso ya forma parte de la historia.