miércoles, abril 25, 2007

Los camaradas del Potemkin, en el fondo del mar, cantan:

Yeltsin, traidor/
saludos a Vandor.

Los hundidos y los salvados

Mmmmm, no sé muy bien qué anda pasando... No sé si esto que escribo ahora se verá efectivamente, este blog estuvo desaparecido durante varios días.
Hola?
Cri, cri, cri...

viernes, abril 20, 2007

Para una sociología del mal gusto


Hace unos días en el Evento Que Gracias A Dios Ya Terminó tuvimos la pésima idea de entrar a ver unos cortos (eran gratis) de Jorge Polaco. Lo de pésimo no es por el cine de Polaco, que sin duda me parece horrendo, sino por la "glosa" crítica que le dedicó el presentador (creo que escribe en la revista de un panelista del programa de Pettinato). Esa actitud ¿cómo llamarla? "estoy de vuelta y gracias a eso yo veo en lo que a vos te parece una bazofia un gesto estético contestatario, pero claro que eso es sólo para algunos iniciados". Este individuo invocaba la palabra "camp" para desarticular cualquier argumento acerca de la debilidad y condición fallida del cine de Polaco. Camp. Camp... Un comodín usado frecuentemente por quienes quieren revestir de sofisticación teórica objetos que la mayor parte de las veces han nacido en la ingenuidad de la simple mala factura.
Es interesante el fenómeno propio de los últimos años de los estudiantes y críticos de cine que redescubren en obras siempre consideradas "malas" ciertos atributos estéticos positivos. La palabra bizarro ocupa en este medio tal vez la misma posición (aunque no exactamente el mismo sentido) que Sontag le daba a la palabra camp en los años sesenta. Cine Bizarro. Televisión Bizarra. Actores Bizarros. Cómo diría Flaubert: gente que uno creía perfectamente educada de repente se volvió admiradora de Armando Bo. Jóvenes que abandonaban a Truffaut para lanzarse en los brazos de Roger Corman. Allen Ginsberg podría haber escrito varias remakes de Howl en cineclubs donde se proyectaban setentistas films de la Coca Sarli o de luchadores mexicanos enmascarados o de ninjas monocromáticos.
Por supuesto, todo esto es un "efecto de campo". No tiene que ver con cualidades artísticas redescubiertas sino con poses, gestos y estrategias de posicionamiento en el espacio de los gustos estéticos. Hay una cierta homogeneidad social entre los cultores del cine berreta, ciertas características compartidas en cuanto a la posición que ocupan, edades, condición social, background cultural familiar, etc. Como con cualquier gusto: nada más alejado del libre albedrío y la elección individual, sino pura coacción de fuerzas que predisponen la atracción hacia ciertos objetos y la identificación con ciertas obras.
Nada seduce más que enrrostrarle al otro la posesión de saberes y gustos a priori considerados bajos, para luego de una pausa desgranar un discurso alto que los justifique teóricamente. En el campo del arte rige la ley de la valorización de lo raro, de esa manera se explican las nuevas tendencias y las nuevas sensibilidades que impulsan a los aficionados a las artes a colonizar nuevos territorios y a abandonarlos cuando éstos se han vuelto demasiado concurridos. El amor a lo bizarro, a lo vintage, a lo camp o a lo simplemente malo obedece las reglas de esta dinámica.

La estampita de Sandro que la estudiante de Letras tiene inmantada en su heladera, pronto caerá. Las cintas de películas clase Z que el recién graduado dramaturgo atesora junto a ejemplares de Beckett se enmohecerán. La bandita de chicos de Bellas Artes que pintaba stencils de Mirtha Legrand se disgregará. Otros gustos remplazarán a los viejos y se volverá a creer en ellos con la misma, exacta, fe.

jueves, abril 19, 2007

Michael Moore, te perdonamos

Sí, gordo chanta y teatrero, reconocemos que nos dio un poquito de verguenza ajena cuando te vimos en Bowling for Columbine acosar a Charlton "Ben Hur" Heston con la fotito de la nena masacrada en la escuela, en ese momento -aunque siempre dimos por evidente la locura inherente a America- te tomábamos solamente como el inofensivo lefty que parecías ser.
Estados Unidos es una máquina narrativa: en unos meses tendremos las diferentes versiones fílmicas y novelescas de la masacre de Virginia. Para todos los gustos, habrá dramas blockbuster producidos por Jerry Bruckheimer con Ben Affleck como el guapo psicólogo del asesino y Brittany Murphy en el rol de putesca cheerleader que se salva por poco de las balas del coreano; habrá una versión indie a la Gus Van Sant de Elephant con planos larguísmos y afrancesados y adolescentes agustiados de ser tan ricos y familias disfuncionales y un soundtrack buenísimo con temas de Jesus and Mary Chain, Bloc Party, The Math and Physics Club, Tide, alguno viejo de REM y alguno más hardcore de Slipknot. O por qué no una versión propiamente coreana del tema, ahora que algún delirante menciona a Old Boy como influencia del asesino. Algo bien rebuscado, sangriento, pero al mismo tiempo lírico y estetizado.
Eso es lo genial de USA, hasta el producto más repugnante de su dinámica social, aquello que en otros sitios se tendería a esconder o a remitir como anormalidad extraordinaria e irrepetible, es convertido por arte de magia -vía Hollywood, vía su máquina cultural- en productos no sólo redituables económicamente sino también valorables artísticamente, en muchos casos.
Y cómo en la UBA este tipo de cosas no pasan (¿afortunadamente?) las veremos pronto comodamente desde las butacas del cine.

martes, abril 17, 2007

Un nuevo realismo

Cuando se habla de realismo en la literatura se entienden cosas distintas según la tradición nacional en la que uno se pare. En la Argentina la literatura realista (o hiperrealista) se ha centrado siempre en los personajes y ambientes de los "márgenes", en las otredades, en el afuera que rodea -o amenaza, o acecha- el centro representado aproximadamente por lo urbano y de clase media. De ahí que el realismo argentino se haya siempre ligado de maneras más o menos conflictivas con la denuncia social o con la pintura de tipos sociales pertenecientes a minorías, clases y grupos no "integrados". Una tradición tal vez más afincada en Zola que en Balzac. Desde Bernardo Verbitsky a Washigton Cucurto cierta idea generalizada en los escritores argentinos liga el desafío del relato realista - en el sentido de tener in mente lo que sea que entienden por realidad- a la reproducción (sermoneante, lúdica o apologética) de textos que merodean con distinto éxito la voz de los "sin voz".
Por el contrario, en la literatura americana el realismo es entendido esencialmente como una puesta en palabras del "estado de la mente colectiva" o, en palabras de Don DeLillo, del fluir de la conciencia de una cultura entera. En este sentido, los americanos no han abandonado la pretensión de construir la Gran Novela que de cuenta del mosaico social y que permita en sus entrecruces el enjuiciamiento de los pensamientos, objetos, sensibilidades, obsesiones y terrores que la sociedad se va relatando a sí misma todos los días. Y para lograrlo halla el camino más accesible en utilizar como protagonistas a personajes que "están dentro del sistema" y cuyo derrotero les permite develar las distintas partes de lo social. Las sátiras de Tom Wolfe, DeLillo, Roth, Updike (y Amis en UK), pero también los delirios de Pynchon, D. Foster Wallace, o J. Kennedy Toole.
Creo que la vía americana al realismo es más efectiva. Es como transitar una gran avenida que atraviesa la ciudad de un lado a otro, algo central pero al mismo tiempo una perspectiva que permite la contemplación de los márgenes, de lo abandonado, de lo exitoso, de lo antiguo, de lo pasajero. La pretensión, nunca alcanzada completamente, de lograr un fresco balzaquiano que diseccione en sus mil partes el cuerpo tendido de la sociedad. En Argentina, con excepción de novelas como El traductor de Salvador Benesdra o Vivir afuera de Fogwill, hay pocas obras que cuenten con esa ambición de llevar a la ficción el estado de situación de una cultura.

lunes, abril 16, 2007

Yo pisaré las calles nuevamente

"El viaje de vuelta duró siete horas. Los jóvenes socialistas -un instalador de teléfonos de la compañía Verizon, un barman que antiguamente fue una estrella de fútbol en Brown, un profesor en su primer año de docencia- comparaban sus móviles, leían a Marx en ediciones resumidas ('te ahorras el leerte tres tomos de El Capital durante dos años'), unanimemente alababan Friends y discrepaban, según líneas estrictas homo/hétero, sobre los méritos de Xena, Warrior Princess. Hay pocos placeres comparables con el de viajar en un autobús después de anochecer, con un retraso de horas y gente con la que estás de violento acuerdo. Pero al final es inevitable que te depositen de nuevo en la ciudad. La lluvia se congela en el suelo, la nieve cubre la nieve fundida. Tal vez seas todavía una versión de ti mismo, la versión del autobús, la más joven y más roja, mientras esperas el metro para regresar a casa. Pero luego te quitas las capas termales, todavía húmedas, del atuendo del largo día, y ves un tipo de ropa completamente distinta colgada en el armario; y en la ducha estás desnudo y solo."

Jonathan Franzen, "Toma de posesión del Presidente, enero 2001" en Cómo est
ar solo, Seix Barral, Barcelona, 2003.

domingo, abril 15, 2007

¿Qué pasa cuando las uvas de la ira se secan?

Es una verdadera lástima vivir en estos tiempos desdramatizados, donde la tragedia escasea y la única salida para el pathos acorralado de nuestras vidas es el gesto irónico y pseudo gracioso. Haciendo una digresión, habría que escribir algo acerca del "espíritu de la ironía" y la corrosión del caracter, cómo diría Sennett, que esta acarrea. Sin duda la civilización consiste en ir puliendo nuestros instintos y lograr una sublimación de los mismos que evite, en lo posible, el derramamiento de sangre.
Ahora bien, escribo derramamiento de sangre pensando en Jorge Telerman. Es cómo si una palabra llevara a la otra sin mediación alguna. Pienso en eso carteles horribles, frívolos, inútiles de la Actitud Buenos Aires. Ahora hay uno que dice algo tipo "Buenos Aires Om" e invita a una jornada -libre y gratuita- de relajación oriental en (cuándo no) Palermo. ¿Qué clase de mente enferma puede diseñar una política comunicacional que pase por esas banalidades? Una mente y un cuerpo acostumbrado al confort, a la saciedad, a la vereda luminosa de la vida. Una mente hecha en base a "programas" de sábado a la noche que incluyen esa mezcla tan triste del cosmopolitismo periférico y el sin sentido típico de los habitantes del barrio antes mencionado. Nada que ver con la ciudad bestial que expulsa contingentes de muertos de hambre todos lo días vía el aumento descontrolado de la renta de la tierra y de las propiedades. Nada que ver con las casas que se desmoronan debido a la codicia sin límites de la corporación inmobiliaria, o los asentamientos que se incendian misteriosamente.
El gobierno Telerman es el gobierno de los verdaderos triunfadores post 2001, y para peor, de los triunfadores que se perciben a sí mismos como no-triunfadores (lo que los igualaría subjetivamente con los triunfadores de los 90), como una clase de gente cuyo único capital es cultural, olvidando que en el actual capitalismo la posesión de capital cultural y capital social iguala el valor que en el viejo capitalismo tenía el capital económico. Cómo si poseer una maestría de una universidad del extranjero (pero no una cuenta bancaria taaaan grande) no fuera en los actuales tiempos un indicador más que obvio de una situación privilegiada dentro de la estructura social. A la gente "con capital cultural" habría que recordarle esa frase genial que Bourdieu les dedicaba a los intelectuales: el mayor de sus goces consiste en el olvido de las condiciones sociales que los produjeron como tales.
Y mientras tanto, mientras comen comidas étnicas, mientras salen del cine comentando la última de Kim Ki Duk, mientras se llaman telefónicamente (celularmente) para seguir el programa en la casa de aquellos amigos entrañables, mientras hablan del compañero de facultad que ahora vive en Nueva York y del soporífero atraso en los vuelos de Ezeiza, y de la muestra imperdible que abrió en alguna galería hype, mientras hacen todo eso bajo la mirada de Buda de Jorge Telerman y el mundo se reduce a las manzanas comprendidas entre Córdoba y el río, hay -sin duda que hay- personas para las cuales la vida es algo más y algo menos que un programa feliz de findesemana. Esos no privilegiados, esos que se acuestan temprano, esos que siguen ligando trabajo a algo producido materialmente, esos que no viajan, que no van al cine, que ni siquiera alientan la secreta esperanza de las vacaciones, esos que nunca dicen que están estresados, que dicen más bien que están molidos, que tienen la espalda rota, que tiene los pies a la miseria y luego se ponen a ver antes de dormir a tinelli o a gran hemano o a osvaldo laport en el televisor con una carpetita pedorra encima con adornitos vulgares, con souvenires de alguna fiesta de 15, con una fotito no digital que los chicos se sacaron en el zoológico de florencio varela, y tienen unos pocos libros en el rapiestant donde seguro que no hay ningún kazuo ishiguro ningún nabokov ningún néstor perlongher ningún copi ninguna djuna barnes ningún parís era una fiesta, pero sí alguna enciclopedia de lomo carmesí pero sí algún diccionario pero sí algún manual que los pibes ya no usan o algún libro de enseñanzas para la vida escrito por algún chanta que dice grandes verdades, de esas certeras e incontestables. Y esos son los que antes llamábamos "la sal de la tierra" y ahora son simplemente tierra o ni siquiera eso. Esos son los que heredarían el paraíso que nuestras luchas fallidas (qué suerte tío, qué suerte tía, que no están para ver tanta tristeza ahora) les iba a preparar. Pero ahora ya estamos lejos de que en nuestros corazones resuene algo parecido a la música que John Ford ponía al final de Viñas de ira, cuando Henry Fonda se aleja de la villa miseria y esas estrofas -arriba los parias del mundo/ arriba famélica legión...- dejaban al espectador con el gusto agridulce del magnífico porvenir. Ahora ya hemos desandado tanto el camino que no podríamos encontrar -aún queriéndolo- la buena senda.
Telerman es sólo un nombre. Intercambiable por cualquier otro. Hasta me arrepiento de haberlo mentado, pero ya no tengo ganas de borrarlo. Lo importante es otra cosa. Es saber quienes ganan siempre y quienes pierden siempre. Y lo más difícil es saberlo y no tener el coraje de actuar en consecuencia.

jueves, abril 05, 2007

Sobre una película y nada más

* Ayer vi una película. Ayer vi dos películas. Fue en nuestra amada reunión de ya saben qué -no quiero repetir los improperios que le dediqué hace una año a este noble acontecimiento, supongo que crecí, supongo que me volví más indulgente. La segunda película de la noche se llama AFR y es un documental apócrifo sobre el asesinato de un primer ministro danés. Un primer ministro conservador que manda tropas a Irak, un primer ministro que cualquiera desearía ver muerto. Sin embargo la película esta bien: usa hasta el exceso los recursos del género y sobrecarga la trama de inverosimilitudes que la vuelven casi una parodia. Lo más interesante al fin de cuentas es siempre la ficción y en ese irse al carajo del realismo por exceso está tal vez lo más disfrutable del film. Una fantasía sobre los prósperos, agotados, viejos, demacrados países nórdicos.

** Antes de la proyección alguien dice que el director, lamentablemente, se ha retrasado y no podrá estar presente en la sala. Pienso posibles escenarios que retienen al director danés. Van, lógicamente, bordeando lo obvio: yo perdí la guerra contra el cliché. El danés atado con fundas de almohada a la cama, una puta dominicana y su cómplice desvalijándole la habitación. El acompañante terapéutico del danés -joven psicólogo de una clínica de las afueras de Copenhagen- llorando en el pasillo por la sobredosis que no pudo evitar. Tal vez el tipo odia su película y prefirió quedarse en el hotel mirando televisión o mirando por la ventana como las luces se iban apagando y como los automóviles se iban ralentizando y sintiendo frente a la ventana abierta como el viento se le metía en la camisa y le susurraba que era un fraude, que no valía la pena tanta impostación, que mejor tenderse en la cama de una ciudad desconocida hasta que la hora más oscura, frenética, del alma haya pasado.

*** En un momento de la película un taxi boy dice sobre otro: "yo no les meo encima a los cientes, ni les cago encima, ni les pego: él sí. Y otras cosas también: untarles cemento, por ejemplo. Hay gente a la que le gusta que le unten cemento."

**** Alguien comenta: en estos países la gente se aburre mucho. Yo completaría: frente al aburrimiento de la prosperidad no sólo muere el jacobinismo, no sólo las Biblias revolucionarias se convierten en coffee-books que posan su gesto maldito en bilbliotecas civilizadas -¿acaso un Das Kapital no es un objeto pop?- también se revela el lado oscuro de la farsa democrática, su alquimia que convierte mágicamente consenso en coacción querida, deseada. O, sampleando a Saint-Just: La felicidad es una idea pasada de moda en Europa.

***** Tras el final, nosotros los kirchneristas, nosotros el sistema, nosotros el lado de adentro del sistema, abandonamos rapidamente el cine. Los viejos, supervivientes de la izquierda verduga y de la izquierda víctima, reconvertidos luego a los algodones de la socialdemocracia, ahora militantes unicamente de la izquierda cultural - ese lugar donde no hay barro ni hay tiros- felices con sus mujeres de haber cumplido el rito religioso del cine independiente -¿de qué?-. Los jóvenes, aprendices rápidos de los gestos que les permitirán estar siempre dentro del deber ser cultural, cuerpos educados, cuerpos entrenados en las predisposiciones apropiadas al campo y sus leyes: conocer la medida justa de los entusiasmos, de los halagos, de los comentarios post-film, toda una economía simbólica de los intercambios de pasillo.
Y afuera está la calle. Pero la calle dejó de significar algo relevante hace ya mucho tiempo.