domingo, diciembre 31, 2006

Maniobras orquestales en la noche

Lo mismo de siempre: las efemérides truchas pergueñadas por algún lejano astrónomo de la Roma Imperial. Fin de año. Las almas sensibles se conmueven ante el espectáculo del porvenir, las otras reafirman su creencia en que el tiempo es una sustancia elástica sin principio ni fin, pero agachan la cabeza ante la convención social (arbitraria) de la noche. No sabemos en cual de las dos categorías podemos ubicarnos. No sabemos, ya, nada.
El camarada Rainer desde algún lugar de la noche les desea un feliz año. Me dice que alzó una copa repleta de alcohol por todos ustedes y que mirando el cielo estrellado (dónde quiera que esté) se acordó de esa boludez dicha por Kant hace dos siglos -nada me conmueve más que el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí- y que enseguida le dio sueño y se fue a dormitar un rato, mientras en su barrio los pibes le prendían fuego a todo lo que estaba a su alcance.
No mucho más, por acá. Retomamos la transmisión en breve.
On the road, on the road, 2007.

sábado, diciembre 30, 2006

Hanging Saddam

Buen título para la próxima película de Oliver Stone.

domingo, diciembre 24, 2006

Felices Pascuas

Fiestas, fiestas era...

jueves, diciembre 21, 2006

Louder than bombs

Como los negocios estaban paralizados, la inquietud y una curiosidad estúpida empujaba a todo el mundo fuera de sus casas. El descuido en el arreglo atenuaba la diferencia de los rangos sociales, el odio se ocultaba, las esperanzas se desplegaban, la multitud estaba llena de suavidad. El orgullo de un derecho conquistado alumbraba sus rostros. Se sentía como una alegría de carnaval, las maneras eran de vivac; nada fue tan divertido como el aspecto de París, los primeros días (...).
La razón pública estaba perturbada como después de los grandes trastornos de la naturaleza. Gente de espíritu quedó idiota para toda su vida.
Flaubert, La educación sentimental

Cinco años después ¿qué queda de las jornadas de diciembre de 2001? Leyendo anteayer los comentarios de "destacados intelectuales" en Página 12, parecería existir cierto consenso: ni la catástrofe anunciada, ni la toma del cielo por asalto. Más bien, restauración del llamado orden democrático y gradual salida de la depresión económica. Una vuelta lenta a la normalidad, en la que permanecen, sin embargo, ciertas formas más o menos residuales de intervención pública características de los momentos de agitación. Entonces, ¿debe pensarse el 19 y 20 de diciembre desde un punto de vista arqueológico? ¿Tuvo lugar, realmente, el 19 y 20 de diciembre?
Somos grandes y ya no creemos en los relámpagos de días soleados. Toda revuelta es resultado de procesos lentos de acumulación de fuerzas disruptivas. Las crisis son síntomas y la equivocación mayor que se suele cometer (en el fragor de la batalla, en el espasmo de la pasión, el la ceguera del motín) es tomarlas por inicio de algo cuando en realidad, son más bien el exponente anómalo de una serie mayor en la que se inscriben.
Pero dejemos la jerga pseudoacadémica. Cinco años después estamos viviendo en un país que creció al 9 % durante 4 años seguidos, y derramó beneficios económicos en ciertos sectores. La patria sojera te refriega sus 4x4 en las ciudades prósperas del interior. La clase media alta se sube a la ola del consumismo tecnológico. Las viejas cacerolas decembristas a esta altura ya deben haber sido reemplazadas por modernos ejemplares de teflón. El movimiento sanguíneo de la ciudad exhibe el resultado de la "vuelta a la normalidad". Acá no ha pasado nada, o casi nada.
Quedan, quedarán, los miles de papers, monografías, trabajos prácticos, artículos, compilaciones, documentos, esforzadamente escritos por los intérpretes de diciembre: una masa de intervenciones intelectuales destinadas a no ser leídas, a transitar el camino de interpretar demasiado pronto algo que escapaba de los moldes teóricos prefijados, montañas de expresiones de deseo, wishful thinkings spinozianos. La política real sigue, seguirá por su camino habitual: relaciones de fuerza, el tira y afloje entre lo nuevo y lo viejo, la permanencia de los modos de pensar y actuar, el movimiento perpetuo del avance y el retroceso.
Paremos acá, antes de que la ola del pesismismo sea demasiado grande. Hasta la próxima crisis, amigos, hasta la próxima gran emoción.

martes, diciembre 19, 2006

La canción no es la misma

Todavía se escuchan algunos ecos apagados a pesar de haber pasado cinco años.

domingo, diciembre 17, 2006

La clase dominante va al Paraíso


Las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante. Rainer gustaba de la simplicidad brutal de la frase: la historia es brutal, y sus traducciones teóricas no tienen por qué no serlo. La ligazón entre una intervención vanguardista en el Guggenheim Soho, una cena romántica en la Tour d'Argent, un call center en Benarés y los libros-con-faja-roja de Mario Vargas Llosa es esencialmente la misma: el jadeo triunfante del capitalismo, el orgasmo filisteo de la clase, el movimiento secular e imperceptible del modo de producción.
Rainer recordaba, entonces, a un profesor de su facultad, no sabía por qué en ese momento se le aparecía la imagen del profesor con su pelo casi largo y sus anteojos de montura plateada diciéndole a una corte de esclavas sociológicas: "Me levanto todos los días a las cinco de la mañana y mientras desayuno huevos con queso y jamón leo un capítulo de El Capital. En alemán". Y las esclavas sociológicas (chicas con apellidos como Levy, Schmunk, Marcuse -una se llamaba, sí, Marcuse-, Dellepiane) se mojaban las bombachas ante el ex militante fracción roja, ex alfonsinista, ex exliliado en un pueblito horrible del sudeste norteamericano donde, seguramente, había adquirido el hábito de desayunar huevos con jamón y leer muy de mañana el libro de Karl Marx.
Digamos, entonces, Rainer está cansado de la sofisticación teórica: volvamos a la dualismo estructura - superestructura, volvamos al proletariado. Y cuando piensa eso se llena de emoción mirando a los trabajadores, a la chica que atiende el bar, al barrendero, al vendedor ambulante, al paraguayo explotado en el super chino, al que duerme en el Roca de las 5:30. Dejando la sangre en el camino. Sacrificando la vida en el altar de la clase. Sustentando en esas horas extraídas de la corriente principal de la vida la superestructura estética, ideológica, blanca, pura, cómoda, marfileña, de la Cultura. Son relámpagos de emoción, que luego dejan paso a la insensibilidad de la época.
En un bar de Palermo un amigo, con quien escribe un paper que nadie nunca leerá sobre "Transformaciones recientes en el mercado sentimental", le cuenta una idea para un cuento: a Marx lo echan de Inglaterra y debe exiliarse en Estados Unidos. En Nueva York conoce a Whitman en un café de la zona de Battery y entablan una amistad. Marx se siente perdido y rechazado, no ha escrito nada y los cobradores lo acosan, no puede volver a Europa donde su cabeza tiene precio. Bajo la influencia de las ideas de Whitman decide abandonarlo todo. Deja a su mujer y a sus tres hijas, se convierte en un vagabundo, se lanza a los caminos. Vaga por los puertos y las vías férreas de América. Trabaja de estibador, de obrero en los ferrocarriles, de mozo de carga con las diligencias. Se vuelve más fuerte, más hombre, se curte. En Arizona se amanceba con una mexicana y tienen hijos. Viven felices en una aldea del desierto y Marx monta representaciones de obras de Shakespeare y Esquilo para los habitantes analfabetos del pueblo. Un día se entera de casualidad de la caída de la Comuna de París. Pero ya no le importa, la historia para él pasa por otro lado. Años después, en su lecho de muerte, accede al pedido de su mujer mexicana y se convierte al catolicismo. Entre sus pocas pertenencias es encontrado un manuscrito que denosta a Hegel y alaba a Thoreau.
Cuando uno comprende que es imposible escapar de la némesis de la Historia, sólo queda el refugio vulgar de una teoría del cielo. En el paraíso nos encotraremos y seremos tan diferentes y desiguales como en la tierra. Rainer piensa todo eso, mientras cruza la avenida y siente en su espalda una brisa tan leve que es incapaz de borrar nada.

viernes, diciembre 15, 2006

¿Dónde estás vos?


(agrandar la imagen para ver mejor)

Los amores de Norita

Qué cosa la de los countries... Los tipos invierten fortunas buscando "seguridad" y terminan asesinados. Claro, se trata de formas delincuenciales bien distintas a las que ellos temen encontrar en las calles salvajes de las ciudades. Una delincuencia cocinada en el fuego lento del ocio acomodado, del hastío de las clases superiores. Tenemos ya el folletín del verano: una oportunidad plebeya de asomarse a la "vida real" de los barrios burgueses. Nada nuevo después de todo, si pensamos en los sans culottes que conocían al detalle el "quién se lo hace a quién" de la corte de Versalles, y seguían apasionadamente las intrigas y desgracias de alcoba de los príncipes. Okey. Esta es una versión mucho más pedorra, claro. Una versión de comarca pequeña amplificada, a falta de otras noticias, a escala nacional. Al menos sirve para que las plumas parcas de La Nación den rienda suelta a su vena literaria como se puede leer en esta crónica. Los crímenes después de todo no son más que una buena excusa para la fantasía.

En la montaña más alta

El pueblo donde fui a parar ese verano era famoso por los avistajes de ovnis. A la entrada, sobre la ruta que lo comunicaba con la gran capital, un enorme cartel de cielo estrellado daba la bienvenida a los visitantes, a los visitantes terrícolas y a los extraterrestres. En la calle principal viejos hippies vendían souvenires alusivos a lo intergaláctico. Tomaban mate en postura zen y se dejaban acariciar por el sol de la tarde mientras los turistas miraban cansados la mercadería. Compré un pequeño cenicero con forma de platillo volador. Compré también un llaverito alien. Compré por misericordia de Dios un juego infantil que consistía en una especie de ajedrez con figuras de extraterrestres. Todas esas cosas descansan frente a mí ahora, tantos años después, cuando el cielo de la Gran Capital está nublado y la luz muerta de las estrellas choca contra un manto de nubes.

La ascensión a la montaña la podías hacer caminando. O en auto. O en un pequeño micro escolar conducido por otro antiguo sobreviviente de los hippies. Yo fui en el colectivo. Al lado mío se sentó una mujer de anteojos oscuros cargada de instrumentos fotográficos. Me dijo que viajaba por toda Latinoamérica fotografiando ovnis. Me dijo que contaba con más de veinticinco avistajes y dos encuentros cercanos del tercer tipo. Nunca había sentido tanta paz en la vida como en esos encuentros. Por eso seguía viajando en la ruta de las naves espaciales. Todo eso ya se había convertido en una misión para ella, en una forma de vida. Tuve un poco de miedo de que estuviera diciendo la verdad. Tuve miedo de convertirme en alguien así.

Yo no vi nada. Pero más tarde algunos comentaban que habían visto una luz violeta cruzando el cielo y una luz anaranjada siguiéndola más atrás y más lentamente. Naves rezagadas, fuselaje cansado por el viaje, luminiscencias agotadas atravesando el cielo nocturno, apagándose lentamente, despareciendo tras la montaña.

En el bar del hotel, al otro día, me encuentro con la mujer de las cámaras fotográficas. Le pregunto si vio algo. Me dice que sí, que fue "maravilloso e inolvidable". Le pido que me muestre las fotos, estoy al borde del colapso en ese bar soleado donde los ufólogos desayunan medialunas con café con leche. Necesito verlas. Necesito verlas, por favor. La mujer me mira con lástima y me dice que suba con ella a la habitación, que tiene las cámaras ahí. Las persianas cerradas, la cama revuelta, la ropa tirada por el piso. Las fotos. Las fotos, por favor. Ella se pone a reir y me dice que no me apure, que ya me las muestra. Nos sentamos en la cama, uno al lado del otro. Me pregunta si creo. Claro que sí: creo en todo, en este momento creo en todo, todo es tan real. Hay un ventilador de techo blanco que emite ruiditos fatigados, sus aspas cortan el aire y lo dividen en dos: aire nuevo sobre mí, aire viciado en tono a mí. Me da una de las fotos y apenas alcanzo a ver un todo negro que cubre el cuadro por entero. Me concentro buscando la luz cansada de las naves, una línea luminosa que acredite su presencia, una raya violácea que dibuje la palabra "creencia" con su estela. Me recuesto en la cama para descansar. Ella, algo, me tapa los ojos. Me dejo caer en el precipicio. Todo está oscuro pero escucho que muy a lo lejos alguien me llama por mi nombre en un idioma desconocido. Y extrañamente voy hacia la voz.