Lo mismo de siempre: las efemérides truchas pergueñadas por algún lejano astrónomo de la Roma Imperial. Fin de año. Las almas sensibles se conmueven ante el espectáculo del porvenir, las otras reafirman su creencia en que el tiempo es una sustancia elástica sin principio ni fin, pero agachan la cabeza ante la convención social (arbitraria) de la noche. No sabemos en cual de las dos categorías podemos ubicarnos. No sabemos, ya, nada.
El camarada Rainer desde algún lugar de la noche les desea un feliz año. Me dice que alzó una copa repleta de alcohol por todos ustedes y que mirando el cielo estrellado (dónde quiera que esté) se acordó de esa boludez dicha por Kant hace dos siglos -nada me conmueve más que el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí- y que enseguida le dio sueño y se fue a dormitar un rato, mientras en su barrio los pibes le prendían fuego a todo lo que estaba a su alcance.
No mucho más, por acá. Retomamos la transmisión en breve.
On the road, on the road, 2007.
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