It was the worst of times, it was the worst of times.
Dickens
El
Taco Ralo Restó Bar estaba en Marcelo T. de Alvear entre Uriburu y Azcuénaga. Antes fue una maternidad peronista, después una facultad de ciencias sociales. El viento de la Historia barrió con todo en esta ciudad, como lo ha hecho siempre desde que la infernal máquina se puso a jadear y producir; sus pulmones de carbón impulsaron lo que los antiguos llamaban "capitalismo". Todo lo sólido se desvanece en el aire. La fría noche polar. Yo lo sé bien porqué estudié en esa alta casa de estudios sociológicos. Después crecí y comprendí que al monstruo sólo se lo entiende desde adentro. Aunque en realidad no hay un adentro y un afuera, ese es un discreto engaño, la Historia siempre es una sola. La Historia es una aplanadora. Puse en mis treintas una consultora de empresas. Desarrollo de nuevos productos. Investigación de nuevas tendencias culturales. Invención de símbolos. Cuando las universidades cerraron tuve la visión de miles de jóvenes estudiantes que se quedaban sin ese pálido refugio, sin ese simulacro de comunidad. Las motivaciones podrían haber cambiado, pero algunos símbolos seguían en pie y ese era un capital que no había que desperdiciar. Todo un target de jóvenes embelesados por las viejas luchas, por las viejas fábulas, deseosos de vintage nacional y popular. Una empresa de capitales eslovenos comandada por un ex candidato a presidente de su país casado con una modelo argentina puso la plata necesaria para desarrollar el proyecto. Un amigo gay y una ex novia con PhD en Partisan Studies se encargaron de dotar al lugar de "personalidad". Al bar lo instalamos en el antiguo quinto piso de la facultad. Clausuramos los ascensores para obligar a los clientes a vivir la experiencia antropológica del estudiante de subir a pie los cinco pisos. Tiramos paredes abajo, derrumbamos las viejas estructuras; levantamos, carpinteros, nuevas vigas del tejado. La Historia, señores, es un martillo neumático cantando la canción del progreso universal. Trabajamos los tres solos, con la ocasional ayuda del ex candidato a presidente esloveno y su mujer que venían algunos sábados a montar un surreal picnic (anti) estructuralista. El esloveno nos miraba y decía "son igualitos a los cuáqueros construyendo el granero de
Testigo en Peligro". La ética protestante es el secreto de toda empresa próspera.
La inauguración del bar fue un éxito y una sorpresa para todos nosotros. Gente que jamás imaginábamos que nos daría su apoyo se hizo presente en el lugar. Todos parecían fascinados con la estética del bar y hasta algunos deslizaban elogios de corte político. "Esto es una reivindicación de nuestra memoria histórica" me dijo en un aparte Horacio González. José Pablo Feinmann abrazaba al esloveno y le decía que este era el verdadero museo de la memoria. Martín Granovsky nos prometía sin cesar el apoyo de Telam.
La verdad es que la decoración del lugar estaba buena. Al entrar te recibían dos chicas muy lindas que representaban los 60´s y los 70´s: una rubia vestida con minifalda símil Twiggy, una morocha con camisa de bambula y pantalones pata de elefante. Pocas mesas pero grandes, para cuatro personas mínimo, cosa de impedir el individualismo. Una larga barra atendida por un chico cubano escapado de la Isla pero al que obligamos a presentarse como un defensor acérrimo de la Revolución y a dejarse una prolija-desprolija barba. Afiches políticos de los últimos 40 años, algunos inclusive, los que quedaron de rezago tras el cierre de la universidad. Multitud de siglas de agrupaciones barridas por el viento de la, sí, Historia. Llamados heroicos a la solidaridad con los oprimidos. Convocatorias a votar, convocatorias a no votar. Los mozos usaban camperas de fajina, las mozas se repartían entre los overoles azules de grafa, delantales de alfabetizadoras, y pequeñas minifaldas colorinches sostenidas por zapatos de plataforma. Demás está decir que la propina estaba prohibida por vicio pequeñoburgués degradatorio de los trabajadores gastronómicos y mala conciencia de los clientes. El trato era de igual a igual:
- ¿Qué se va a servir, compañero?
- Traigase un Aramburu y algo para picar, compañera.
Porque los tragos llevaban nombres alusivos. Mi amigo gay se pasó dos semanas leyendo
La Voluntad para armar el menú. "Quedé extenuado, no paso por algo igual en toda mi puta vida" me dijo cuando terminó. Y entonces algunos eran:
- Aramburu: trago fuerte a base de Cinzano, granadina y vodka. Sólo para jóvenes muy jóvenes sin nada que perder.
- Allende: pisco y cierto ingrediente que nunca pude averiguar.
- Evita Capitana: ideal para quedar bien con una chica, suave, dulce, pero con efecto letal retardado. Las desata, se vuelven combativas y tiernas a la vez. ¿No lo probaste todavía?
- Isabelita: el opuesto exacto. Para ahuyentar ese escracho que no te podés quitar de encima.
- Danny le Rouge: usualmente sólo cognac. Para los iniciados podía ser también ajenjo, coloreado de rojo, claro.
- Menotti: licor de anís.
- Pernía: licor de huevo.
- Raúl Castro: (no queríamos caer en la grasada poco original de llamarlo Fidel, o Che, o Cienfuegos) mojito a la Hemingway. Para men without women.
- Luche y Vuelve: vino de Rioja, lo traían desde Madrid todas las semanas en avión. Idea del esloveno.
- Cristianismo y Revolución: agua mineral sin gas.
- Levingston: nadie, nadie, pidió nunca un Levingston, ¿ok?
- Absolut Politburó: la conocida marca de vodka.
- Romero Brest: para chicas arty.
Entre las mesas se juntaba lo mejor de las dos generaciones. El clima de peña, de unidad básica previa proyección de
La Hora de los hornos era compensado por la elegancia de algunos jóvenes cultos que glosaban Adorno&Horkheimer mientras cotilleaban precios de chalinas italianas. Lucas Rubinich contaba anécdotas de travestis ruteros. Emilio de Ipola tomaba agua mineral y comía un pancito con hierbas de Aix-en-Provence. Portantiero relanzaba en un impulso lírico el Club de Cultura Socialista ante la mirada horrorizada de Abal Medina Junior. Eduardo Rinesi lloraba de risa de una chica francesa que había venido a hacer una tesis sobre nuevos movimientos sociales. Las risas de Rinesi eran contagiosas, por cierto. Jorge Lanata trataba de explicarle a un pibe de unos 16 años que coño había sido Página/12. Rafael Bielsa versificaba sobre la marcha una oda al Paraná que le debía muchísimo a Saint-John Perse. David Viñas puteaba a un mozo, después a una mesera, después al esloveno, después se abrazaba con todos y les decía al oído "que los perdonaba". Christian Ferrer pintaba una A de anarquía sobre un viejo afiche de Oscar Alende. ¿O era una A de Alende?
Las copas pasaban de mesa en mesa, los viejos camaradas celebraban haber encontrado por fin un buen meeting point donde rememorar viejas épocas "y, por qué no, planear nuevas estrategias de unificación del campo popular en estos tiempos salvajes que corren". Todos estaban tan felices. Todo era tan triste. Hubiese querido ponerme a bailar un suave valsecito peruano en medio de todos ellos.
Me fui discretamente hacia una de las ventanas y miré la noche de Buenos Aires virando del negro muerte al malva virginal del nuevo día. Amanecía pero las voces seguían rugiendo. Era como la escena final de
Los muertos de Joyce, pero sin nieve, pero sin nostalgia, pero sin las heladas aguas sediciosas de Shannon, pero con muertos, sí, con muertos.
-Beatriz Sarlo y Noé Jitrik me acaban de preguntar cuándo ponemos algo así en Filosofía y Letras -me dijo el gay.
-El esloveno decide.
-Tengo el nombre. Se me acaba de ocurrir. Genial.
- A ver...
- Bar - thes.
-¿Barthes?
- No, boludo, Bar guión thes: Bar - thes. Barthes.
- Bar - thes.
- Barthes.
Afuera salía el sol. Lo sólido no se había desvanecido todavía en el aire. La fría noche polar no había llegado aún. Al llegar a casa vomité el
Aramburu. En el futuro sólo agua mineral para mí.