Entrevista imprescindible a Denis Merklen que hace foco en una cuestión crucial y llena de equívocos: la relación entre sectores populares y Estado en la Argentina de los últimos 25 años. Desde hace mucho tiempo las palabras clientelismo y universalización de las políticas contra la pobreza monopolizan el debate en torno a la presencia del Estado en las zonas que han quedado al margen del crecimiento económico de los sucesivos modelos de país que hemos experimentado las últimas décadas.
La pobreza dura y extensa de los barrios populares se ha constiuido gradualmente en un campo contra el cual se proyectan las imágenes aterrorizadas o falsamente compasivas de ciertas capas sociales para las cuales esas masas de extramuros encarnan los espectros del fracaso social, o más aún, de una inviabilidad irresoluble: desiertos que rodean las zonas exitosas, espacios librados a la mano de dios por los cuales no transitar, no mirar, no pensar más que con las categorías prefabricadas del "clientelismo" que todo lo explican. Desde otra perspectiva, en cambio, se da el intento inverso de revalorizar acríticamente muchas prácticas políticas degradadas que tienen lugar en los territorios de la pobreza.
Es, me parece, un juego peligroso que no ayuda en nada a pensar y entender cómo se da realmente la dinámica política en los barrios populares. No contribuye en nada oponer al discurso estigmatizador del "clientelismo" respuestas que festejan gozosamente la supervivencia de liderazgos que han probado su falta de eficacia para resolver la pobreza estructural. ¿Más claro? Oponerse y refutar la visión de que los pobres son seres manipulados que votan lo que les dice un puntero no significa echarse en los brazos de tipos con los que ninguno de nosotros compartiría ni un café. Hay una tensión ahí que es de difícil resolución y qué, como señala Merklen, sólo puede resolverse desde el Estado cambiando la lógica de distribución de los recursos.
El sueño de las clases medias de una política social que se cobre exclusivamente por la ventanilla de un banco, donde la relación ciudadano - Estado esté mediada por una tarjeta magnética, ese sueño de la transparencia, de la abolición de las mediaciones, es también una pesadilla antipolítica. No es extraña entonces, la persistencia del mantra "ingreso universal" esgrimido por Carrió y por otros representantes del liberalismo argentino. Junto al mercado que vincula a los individuos de manera invisible a través de su rol como consumidores y productores, el ingreso universal ascéptico ("que lo cobre desde el hijo de Macri al hijo del cartonero") viene a completar la configuración de una sociedad de individuos desligados de cualquier instancia colectiva.
En el otro extremo, la distribución de recursos en forma de microemprendimientos, de subsidios destinados a un fracaso casi seguro en la intemperie del mercado, de aportes que no hacen más que solidificar condiciones de miseria. La marcha del jueves tenía un simbolismo fuerte: la multitud de la CGT frente al ministerio de Desarrollo Social. Estaban ahí dos maneras de vinculación de los sectores populares con el Estado. Me parece crucial pensar esa relación en un contexto donde el trabajo formal sigue siendo importante pero ya no mayoritario, donde los sindicatos siguen cumpliendo un papel fundamental pero que no incluye a muchos de los pobres que han quedado fuera de esos encuadramientos y que se relacionan con el Estado a través de otras vías. ¿Cómo distribuir bienes y servicios, cómo tener una voz que pueda ser atendida por la dirigencia política en tiempos de fractura social? El kirchnerismo lo intentó apostando a la recuperación del trabajo formal, por un lado, y por otro atendiendo la pobreza extrema con políticas territoriales y focalizadas, de un impacto - como mínimo - modesto. A seis años del 2003, y en vísperas de las elecciones es crucial pensar que se hizo bien y que falló.
La pobreza dura y extensa de los barrios populares se ha constiuido gradualmente en un campo contra el cual se proyectan las imágenes aterrorizadas o falsamente compasivas de ciertas capas sociales para las cuales esas masas de extramuros encarnan los espectros del fracaso social, o más aún, de una inviabilidad irresoluble: desiertos que rodean las zonas exitosas, espacios librados a la mano de dios por los cuales no transitar, no mirar, no pensar más que con las categorías prefabricadas del "clientelismo" que todo lo explican. Desde otra perspectiva, en cambio, se da el intento inverso de revalorizar acríticamente muchas prácticas políticas degradadas que tienen lugar en los territorios de la pobreza.
Es, me parece, un juego peligroso que no ayuda en nada a pensar y entender cómo se da realmente la dinámica política en los barrios populares. No contribuye en nada oponer al discurso estigmatizador del "clientelismo" respuestas que festejan gozosamente la supervivencia de liderazgos que han probado su falta de eficacia para resolver la pobreza estructural. ¿Más claro? Oponerse y refutar la visión de que los pobres son seres manipulados que votan lo que les dice un puntero no significa echarse en los brazos de tipos con los que ninguno de nosotros compartiría ni un café. Hay una tensión ahí que es de difícil resolución y qué, como señala Merklen, sólo puede resolverse desde el Estado cambiando la lógica de distribución de los recursos.
El sueño de las clases medias de una política social que se cobre exclusivamente por la ventanilla de un banco, donde la relación ciudadano - Estado esté mediada por una tarjeta magnética, ese sueño de la transparencia, de la abolición de las mediaciones, es también una pesadilla antipolítica. No es extraña entonces, la persistencia del mantra "ingreso universal" esgrimido por Carrió y por otros representantes del liberalismo argentino. Junto al mercado que vincula a los individuos de manera invisible a través de su rol como consumidores y productores, el ingreso universal ascéptico ("que lo cobre desde el hijo de Macri al hijo del cartonero") viene a completar la configuración de una sociedad de individuos desligados de cualquier instancia colectiva.
En el otro extremo, la distribución de recursos en forma de microemprendimientos, de subsidios destinados a un fracaso casi seguro en la intemperie del mercado, de aportes que no hacen más que solidificar condiciones de miseria. La marcha del jueves tenía un simbolismo fuerte: la multitud de la CGT frente al ministerio de Desarrollo Social. Estaban ahí dos maneras de vinculación de los sectores populares con el Estado. Me parece crucial pensar esa relación en un contexto donde el trabajo formal sigue siendo importante pero ya no mayoritario, donde los sindicatos siguen cumpliendo un papel fundamental pero que no incluye a muchos de los pobres que han quedado fuera de esos encuadramientos y que se relacionan con el Estado a través de otras vías. ¿Cómo distribuir bienes y servicios, cómo tener una voz que pueda ser atendida por la dirigencia política en tiempos de fractura social? El kirchnerismo lo intentó apostando a la recuperación del trabajo formal, por un lado, y por otro atendiendo la pobreza extrema con políticas territoriales y focalizadas, de un impacto - como mínimo - modesto. A seis años del 2003, y en vísperas de las elecciones es crucial pensar que se hizo bien y que falló.
2 comentarios:
Mariano muy buen post.
te pido autorización para reproducirlo en mi blog.
Mariano,
frente a las Maristellas Svampas y otros paladines de la buena conciencia sociologico-académica que siguen lucrando con las convenciones del "relato neoliberal" (esos asesinos seriales que escriben en la revista Ñ sobre la "fragmentación del tejido social")sin pretender escarbar en lo profundo de la vida popular y las representaciones que desde allí se construyen, leer a Merklen (o a Levitisky) y a tu ajustado posteo siempre será un bálsamo.
La falla del kirchnerismo frente a las políticas sociales radica en la percepción conceptual que tienen los K de ella:mera subsidiariedad frente a la creación de empleo. Sucede que de esta foto se queda afuera el considerable universo de los que no pueden ya acceder al empleo, ni aun en condiciones onirícas de pleno empleo.
Por eso respecto de la asistencia social (y de los métodos de implementación de la asistencia)los Duhalde y la Negra Camaño están a la izquierda de Néstor, Cristina y Alicia Kirchner.
Saludos, gran posteo.
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