Una semana cargadita. Y la que viene. Y la otra. Vivimos tiempos interesantes definitivamente. Leer los diarios, ese ritual semi religioso que odiamos pero no podemos dejar, nos depara la aventura de ver, casi en una máquina del tiempo, el retroceso discursivo e ideológico de la derecha argentina: modelo agroexportador 2.0., justo cerquita del bicentenario como para que el paralelismo con el primer centenario sea casi una referencia de taquito. El fisiocratismo enfervorizado de la derecha vernácula alcanza niveles que nunca se hubiesen imaginado. El campo nos da de comer a todos; es la rueda que mueve la economía; el corazón palpitante del cuerpo argentino. Un siglo de luchas económicas, de experimentos políticos, de movimientos sociales, barridos al tacho de basura de la historia. Para el discurso "opositor" el país debe insertarse al mundo en base a sus "ventajas comparativas": la fertilidad lúbrica de los ganados y las mieses. Eso es lo que somos y el siglo XX - desde el 30 - no fue más que un extravío (la larga agonía de la Argentina próspera) que nos llevó a querer ser lo que no podemos ser.
El liberalismo, ese que los chicos rozagantes del verano toninegrista creían haber enterrado, sigue estando tan presente como siempre. El colapso del 2001 apenas abrió la puerta para que otras interpretaciones se colaran: Kirchner es eso, la sorpresa grata que nadie esperaba. Pero ahora, tras seis años de crecimiento, de revitalización del Estado (con todos sus límites) llegó el momento de volver a poner las cosas en su lugar. La súbita resurrección de la "teoría del derrame" que propalan los ruralistas (ya saben: si el dinero de las retenciones se queda en el campo se reactiva la economía, bla bla bla) y el ataque en todos los frentes a la política de intervención económica sostenido por la oposición, no revelan un súbito redescubrimiento filosófico de Adam Smith sino que dan cuenta de que esos sectores consideran agotado el modelo que les sirvió para salvarse tras fin de la convertibilidad. Fin de época, dicen. Ahora hay que dejar en paz al campo, sostienen. Dependerá de nosotros que no les sea tan fácil.
El liberalismo, ese que los chicos rozagantes del verano toninegrista creían haber enterrado, sigue estando tan presente como siempre. El colapso del 2001 apenas abrió la puerta para que otras interpretaciones se colaran: Kirchner es eso, la sorpresa grata que nadie esperaba. Pero ahora, tras seis años de crecimiento, de revitalización del Estado (con todos sus límites) llegó el momento de volver a poner las cosas en su lugar. La súbita resurrección de la "teoría del derrame" que propalan los ruralistas (ya saben: si el dinero de las retenciones se queda en el campo se reactiva la economía, bla bla bla) y el ataque en todos los frentes a la política de intervención económica sostenido por la oposición, no revelan un súbito redescubrimiento filosófico de Adam Smith sino que dan cuenta de que esos sectores consideran agotado el modelo que les sirvió para salvarse tras fin de la convertibilidad. Fin de época, dicen. Ahora hay que dejar en paz al campo, sostienen. Dependerá de nosotros que no les sea tan fácil.
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