Son interesantes los planteos que hace un par de días se hicieron acá sobre el dificultades del progresismo con el poder, con su práctica y objetivos. Pero me gustaría ir a algo más básico: la palabra "progresista" misma. ¿Qué es? ¿A qué identidad responde? No hablo en términos universales, sino a cómo se usa en la Argentina, a qué hace referencia en la política del país.
Me da la sensación que muchas veces el término ocupa el lugar de comodín fácil, una definición que más o menos el interlocutor entiende pero sobre la que mejor no hacer muchas indagaciones. "Yo soy progresista" se dice con toda buena voluntad, y concedamos en mucha gente, convencimiento. Una serie de símbolos identitarios de estos últimos 25 años que congregan imaginativamente a cierta gente: el juicio y castigo a los militares de la dictadura, el anti-menemismo (estético y político, según los casos), cierta referencia a la socialdemocracia europea (más el PSOE que el Laborismo británico), ciertas simpatías internacionales e históricas (Fidel, Cuba romantizada, los sesentas, ¿los setentas?, ¿Chávez? mmmm). Más allá de eso, si la charla se profundiza y seguimos ahondando en los rasgos de la identidad progresista, encontramos diferentes cosas. Desde los ex PC, los ex MAS, los ex PI, los antiguos fascinados por el caudillo del Varela Varelita, desengañados alfonsinistas, tímidos kirchneristas-hasta-ahí, socialistas viejos y nuevos, etc, etc, etc. Por supuesto, también están los que usan el término "progresista" como un esmalte finito y transparente para cubrir la indecisión o cierta vaporosa identificación "con la sensibilidad social y la buena onda". Progresismo(s) blancos, aunque ahora estemos enamorados del negro Obama.
Por eso, creo, es díficil lograr una pragmática del poder cuando, no sólo hay que sobreponerse a los fracasos históricos (del IPA al procesamiento por coimas de De La Rúa, ¿cómo se levanta a ese muerto?) y a la ocupación del espacio que ejerce el peronismo, sino que hay que ir sincerando las identidades, lo que de hacerse, claro, dejará a gente afuera, del otro lado.
Además de las preguntas que lanzaba María Esperanza en La Barbarie (sobre el poder, sobre cómo se acumula y para qué) hay que plantear dos cuestiones más incómodas: ¿Qué es ser progresista? ¿Quiénes son los progresistas?
(El chiste de Rep de hoy en Página 12, resume bastante bien ese estado indeciso y frágil de la identidad progresista argentina de la que hablaba.)
Me da la sensación que muchas veces el término ocupa el lugar de comodín fácil, una definición que más o menos el interlocutor entiende pero sobre la que mejor no hacer muchas indagaciones. "Yo soy progresista" se dice con toda buena voluntad, y concedamos en mucha gente, convencimiento. Una serie de símbolos identitarios de estos últimos 25 años que congregan imaginativamente a cierta gente: el juicio y castigo a los militares de la dictadura, el anti-menemismo (estético y político, según los casos), cierta referencia a la socialdemocracia europea (más el PSOE que el Laborismo británico), ciertas simpatías internacionales e históricas (Fidel, Cuba romantizada, los sesentas, ¿los setentas?, ¿Chávez? mmmm). Más allá de eso, si la charla se profundiza y seguimos ahondando en los rasgos de la identidad progresista, encontramos diferentes cosas. Desde los ex PC, los ex MAS, los ex PI, los antiguos fascinados por el caudillo del Varela Varelita, desengañados alfonsinistas, tímidos kirchneristas-hasta-ahí, socialistas viejos y nuevos, etc, etc, etc. Por supuesto, también están los que usan el término "progresista" como un esmalte finito y transparente para cubrir la indecisión o cierta vaporosa identificación "con la sensibilidad social y la buena onda". Progresismo(s) blancos, aunque ahora estemos enamorados del negro Obama.
Por eso, creo, es díficil lograr una pragmática del poder cuando, no sólo hay que sobreponerse a los fracasos históricos (del IPA al procesamiento por coimas de De La Rúa, ¿cómo se levanta a ese muerto?) y a la ocupación del espacio que ejerce el peronismo, sino que hay que ir sincerando las identidades, lo que de hacerse, claro, dejará a gente afuera, del otro lado.
Además de las preguntas que lanzaba María Esperanza en La Barbarie (sobre el poder, sobre cómo se acumula y para qué) hay que plantear dos cuestiones más incómodas: ¿Qué es ser progresista? ¿Quiénes son los progresistas?
(El chiste de Rep de hoy en Página 12, resume bastante bien ese estado indeciso y frágil de la identidad progresista argentina de la que hablaba.)
2 comentarios:
coincidiendo con lo que decis el termino progresista como categoria ideologica es mas que ambiguo. pero es el reflejo de la misma ambiguedad que propone la politica argentina en si misma como un absoluto categorico.
creo que aca se hizo fuerte eco aquello plasmado a finales de los noventa que decretaba el fin de las ideologias. que implicaria el fin de la subjetividad. ardua tarea observar donde se plasma ese final apocaliptico.
sin embargo, fijate, no resulta curioso, que un pais donde las identidades fueron largamente suprimidas (digo largamente para no situarme en un unico periodo historico, sino mas bien, en el devenir de tal historia) estamos hablando de cierta identidad ideologica, de ceirta identidad politica.
una identidad que carece de ontologia, no fundamenta un ser politico sino en proximidad con una otredad suprimida primero en los que calleron, y alterada, despues, en los que logramos sobrevivir.
el progresismo emerge como un potencial, un latente en algo que experimenta un a perspectiva moral desde la correccion politica, pero que, indefectiblemente carece de ontologia politoco-social.
Hace unos cuantos años el término "progresista" servía para calificar a la izquierda no revolucionaria. Esto es, te ubicaba dentro del concepto de "centroizquierda". En términos de política europea, el progresismo se identificaría con la socialdemocracia.
El neoliberalismo rompió todo, corrió todo a la derecha. Hoy, el progresismo es una especie de centro, ambiguo como todos los centros.
Saludos de Astroboy
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