lunes, octubre 02, 2006

Los amigos que no perdí

Sí, dijo en la entrada del Edén, un cine porno de la avenida Santa Fe. Me voy a escribir una novela, esa novela que llevó incubando desde hace tantos años, abundó ante nuestro desconcierto, ante nuestro cansancio. Bajando las escaleras te alejabas del cielo y te encontrabas con putos viejos tipo Jorge Donn, con pasivas desesperadas por el frío traumático de la ciudad, con mujeres llevadas por sus parejas para ser cogidas de a varios. Y él nos decía que iba a escribir esa novela que todos ya conocíamos de memoria: la mierda esa Rainer, la mierda esa del Nazional, apuntes de una guerra de trincheras que nunca existió. Bueno compañero, le dijimos, vaya nomás que usted tiene pasta de campeón. Nosotros nos quedamos acá, y descendimos al Paraíso.

Tiempo después tuvimos informaciones encontradas sobre su paradero: mails que llegaban desde locutorios del Medio Oeste norteamericano, o de ciertos cubículos que designamos como locutorios a falta de una palabra mejor; cartas mecanografiadas donde las r y las s levitaban por sobre el renglón, con una constancia alucinante; llamadas telefónicas que quedaban guardadas en el contestador y que reproducían bocinas de camiones, perros aullando, discusiones a los gritos en un idioma duro, tan duro como la distancia medida en caminos de alabastro. Duraban menos de cinco segundos y las llamábamos nuestra "Misión Imposible".

Una vez, antes de todo, nos pusimos tan en pedo que terminamos bailando en una bailanta a las cinco de la matina. Bronsom era el rey del agite y se abrazaba a los pocos tipos que quedaban en pie hablándoles sobre peronismo. Él, mientras, perseguía por todo el lugar a una minita que le sacó hasta las últimas monedas: ya morí de espaldas, nena. Los demás mirábamos con disimulo el reloj, ya era tarde y el efecto del alcohol estaba pasando.

La novela nunca existió. O si existió estaba guardada en los archivos de la PC que su madre tiró a la basura una noche de furia. La sinopsis que nos hizo una vez estaba bastante bien, pero le faltaba voluntad, le faltaba disciplina para escribir una novela. Es más fácil enamorarse de la idea de las cosas que enfrentarse a su versión prosaica, deflecada, vilmente material. Ciertas almas harían un gran bien si no descendieran a la tierra. Su excusión por el mundo literario duró lo que una flor siberiana, que es la unica metáfora que se nos ocurre ahora, por eso del contraste entre lo vegetal y el hielo de la tundra. Y encima Buenos Aires es una ciudad tan grande que uno puede pasarse la vida sin encontrar a la persona que busca. Tal vez nos lo cruzamos miles de veces, tal vez nos rozó el hombro sin vernos infinidad de veces, y nosotros acá escribiendo esto como si él ya no estuviera entre nosotros.

1 comentario:

Henry dijo...

Estimado Kanal: Sus escritos sobre Rainer son demasiado crípticos para el público masivo. Yo se que usted apunta a una literatura para unos pocos entendidos ... pero creo que tendría que crear un manual sobre Rainer ... o una radiografía de lo mas oculto del inconciente ...
Saludos.