¿Bancamos a la Hormiguita o bancamos a los Gordos? Una pregunta tonta que parece haberse instalado en el corazón de cierto kirchnerismo que no nos interesa. Bancamos a los dos. Tenemos muchas críticas para hacerle al progresismo frepasista (¿zapatitos blancos?) y conocemos la importancia vital y crucial del sindicalismo en una sociedad que quiera ser medianamente "civilizada". Sabemos que el trazo grueso de la batalla cultural pasa por defender aquellos espacios que los trabajadores tienen para hacerse escuchar, para no quedar invisibilizados en la brutalidad del mercado. Pero también sabemos que una articulación política que quiera prolongarse en el tiempo, hacerse fuerte, reconstruir lo destruido, tiene que contar con aquellos sectores que en su imaginario ven a figuras como Ocaña un referente de ciertos valores. No importa acá demasiado si esos valores son pura falsa conciencia, importa que tienen efectos prácticos. Ah, sí, me descubrieron: soy albertista. Tal vez ya sea tarde para reconstruir el kirchnerismo del 2003, 2004, lo sabemos. Eso no impide que volvamos la vista a ese momento, a la potencia de ese momento. Igual no pido que vuelva Ibarrita, dios me libre.
El significante "Dengue" está en todas las pantallas. Vemos patios suburbanos bajo el humo de la fumigación, paisajes de plazas públicas recorridas por hombres con barbijos y extraños implementos que largan insecticida, recomendaciones de los médicos electrónicos para cubrir las cunas de los niños con mosquiteros de tul, Julito Bazán con su mejor voz temblequeante firme desde Charata, Chaco, informando el día a día de las víctimas que caen en la línea de batalla. El enemigo silencioso, chupasangre de pobre, que se cría en los cacharros de los fondos, que revolotea por pueblos y ciudadades buscando su próxima víctima: ¡es una enfermedad de la pobreza! ¡nadie está a salvo! Las fronteras sanitarias, sabemos desde el Foucault de la biopolítica, son permeables, capilares, un dolor de cabeza permanente para las autoridades. Se recrea la imágen de un país tropical, vencido por el calor, donde la enfermedad es parte del "color local". ¿A cuánto los tours de post graduates canadienses o noruegos por las zonas afectadas? El destino sudamericano.
Porque tal vez lo que aterre tanto del dengue, lo que capture tanto la atención de los medios porteños sea ese caracter latinoamericano que el mosquito lleva en su abdomen. En los tiempos del dengue lo que predomina es el horror a saberse parte de una región castigada por infinitos males. Otro cachetazo al narcisismo porteño que descubre con pavor que la Atenas del Río de la Plata no es más que un cuento grabado a fuego en las aulas escolares. "La Argentina no tiene regreso. No va a volver a lo que fue. No hay ninguna restauración. El cambio ha sido tan brutal que no queda ningún fundamento sobre el cual restaurar." Lo dice la Profesora Sarlo, espantada luego de su recorrida por las barriadas populares para su último libro. No hay caso, che, la realidad siempre se impone: un puto mosquito te devuelve a tu lugar real en el mapa.
Sin embargo, el terrorismo que se ejerce cotidianamente con el dengue (y con la "inseguridad", y con tantos otros objetos de pavor que dibujan la cartografía de una ciudad sitiada) no nos debería hacer olvidar el uso político que esos temas encubren. La naturaleza nunca es inocente. Estamos al borde de que estalle el viejo discurso higienista de las poblaciones peligrosas. Discurso que siempre, volvamos al francés sadomasoquista, va de la mano de las opciones políticas que consagran los dicursos de la exclusión.
El significante "Dengue" está en todas las pantallas. Vemos patios suburbanos bajo el humo de la fumigación, paisajes de plazas públicas recorridas por hombres con barbijos y extraños implementos que largan insecticida, recomendaciones de los médicos electrónicos para cubrir las cunas de los niños con mosquiteros de tul, Julito Bazán con su mejor voz temblequeante firme desde Charata, Chaco, informando el día a día de las víctimas que caen en la línea de batalla. El enemigo silencioso, chupasangre de pobre, que se cría en los cacharros de los fondos, que revolotea por pueblos y ciudadades buscando su próxima víctima: ¡es una enfermedad de la pobreza! ¡nadie está a salvo! Las fronteras sanitarias, sabemos desde el Foucault de la biopolítica, son permeables, capilares, un dolor de cabeza permanente para las autoridades. Se recrea la imágen de un país tropical, vencido por el calor, donde la enfermedad es parte del "color local". ¿A cuánto los tours de post graduates canadienses o noruegos por las zonas afectadas? El destino sudamericano.
Porque tal vez lo que aterre tanto del dengue, lo que capture tanto la atención de los medios porteños sea ese caracter latinoamericano que el mosquito lleva en su abdomen. En los tiempos del dengue lo que predomina es el horror a saberse parte de una región castigada por infinitos males. Otro cachetazo al narcisismo porteño que descubre con pavor que la Atenas del Río de la Plata no es más que un cuento grabado a fuego en las aulas escolares. "La Argentina no tiene regreso. No va a volver a lo que fue. No hay ninguna restauración. El cambio ha sido tan brutal que no queda ningún fundamento sobre el cual restaurar." Lo dice la Profesora Sarlo, espantada luego de su recorrida por las barriadas populares para su último libro. No hay caso, che, la realidad siempre se impone: un puto mosquito te devuelve a tu lugar real en el mapa.
Sin embargo, el terrorismo que se ejerce cotidianamente con el dengue (y con la "inseguridad", y con tantos otros objetos de pavor que dibujan la cartografía de una ciudad sitiada) no nos debería hacer olvidar el uso político que esos temas encubren. La naturaleza nunca es inocente. Estamos al borde de que estalle el viejo discurso higienista de las poblaciones peligrosas. Discurso que siempre, volvamos al francés sadomasoquista, va de la mano de las opciones políticas que consagran los dicursos de la exclusión.
2 comentarios:
Me encanto esa pregunta: A cual bancamos? A LOS DOS!
Yo veo en algunos blogs peruchos que la defenestran a Ocaña. No creo que tengan razones validas para hacerlo, te puede no gustar el estilo pero de ahi a romper con que se tiene que ir me parece bastante burdo.
Y con esto no es que me pongo del lado contrario a los sindicalistas. Ni una cosa ni la otra.
Quiza le tienen panico al dengue porque les agarra la enfermedad pobreza..ay no, que horror..
Perdonen lo prosaico del comentario pero recuerdo que Ocaña repite con insistencia que en la Argentina se gasta mucha plata en Salud con resultados muy magros. No confundamos vahos tropicales con la plata que se fuman tantos prestidigitadores. Por otra parte en esta ciudad no hay calamidades naturales:ni huracanes, ni terremotos, ni incendios forestales; esas son cosas de gringos. Por lo demás comparto totalmente el enfoque foucaultiano.
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