domingo, octubre 12, 2008

Tres hombres solos (sobre Historias Extraordinarias de Mariano Llinás)

Está el cliché que dice que el viaje es el camino. Más que el punto de llegada, se dice, es el desplazamiento mismo (el mientras tanto) lo que constituye lo más rico de los viajes. Cuando ese punto de llegada no existe, o es demasiado vago, o demasiado poco interesante, con más razón, la ruta es el verdadero principio y fin del viaje. Lo interesante son las historias que nos contamos a nosotros mismos a bordo del micro, o del auto, las historias que escuchamos de refilón en el parador de la ruta, las que cuentan nuestros compañeros de viaje un par de asientos más atrás, las que deformamos y exageramos hasta convertir en cuentos fantásticos, mientras los carteles verdes de vialidad nacional, como una cuenta regresiva nos van diciendo que el fin del desplazamiento se acerca, que ya llegamos a destino, que el movimiento está por terminar. Viajar casi nunca es un placer (como dice ese otro cliché) pero sí, casi siempre, si se presta la debida atención, es una experiencia transformadora, por llamarla de alguna manera.

Y pensando en desplazamientos, ahora me doy cuenta que lo extraordinario de Historias Extraordinarias de Llinás (además de la fotografía, del montaje, de la música, etc., etc.), es que no sólo es una película sobre el viaje, sino que es lo más cercano a un viaje que uno puede experimentar sentado - inmóvil - en una butaca de cine. ¿Hasta donde llegaríamos, en auto o micro, en el tiempo que dura la película? En esas cuatro horas y pico, pasamos Dolores, nos acercamos a Azul, alcanzamos fácil 25 de Mayo o Saladillo, dejamos atrás Chacabuco para arrimarnos hasta Junín, ahí donde el Río Salado se ensancha y da vueltas, comienza a desandar la llanura. Y los intervalos de la película, no pueden sino recordar a las paradas obligadas en alguna estación de servicio, o en una parrilla, de esas que tienen al lado unas hamacas para que jueguen los chicos, una gomería ahí cerca, unos camiones estacionados, ese paisaje idéntico que se repite en forma seriada por las rutas del país.

Y mientras nosotros nos trasportamos quietos por la llanura bonaerense - viajeros inmóviles - están las historias de la pantalla que reproducen algunas de las miles y miles de historias que cualquiera de nosotros hubiera podido escuchar en el camino. "X llega a un pueblo, no importa de qué trabaja X, lo que importa es lo que le pasó, en lo que se vio involucrado"; "A Z le ofrecen un puesto en una oficina de una repartición provincial, no importa qué repartición, lo importante son las cosas que le pasaron a partir de ese momento, cuando menos se lo esperaba". Hay una voz en off que va narrando todo eso, que es como la voz del pasajero del asiento de atrás que le cuenta a otro una historia, en un micro, a la noche, mientras nosotros no podemos dormir y ponemos atención en ese cuento, y poco a poco nos vamos sumergiendo en el relato. Como la voz de un tipo que le cuenta a otro, unas mesas más allá del bar del hotel, una historia de alguien que conoció hace años en un pueblo de la provincia y al que le pasó algo rarísimo. Historias. No sabemos los detalles, no sabemos nada de su veracidad, nada de los personajes. Solamente sabemos lo que nos cuentan, lo que alcanzamos a oir, por sobre el rugir del motor del micro, del ruido de la ruta.

De esas miles de historias posibles, Llinás nos cuenta tres. Que luego se van ramificando dando lugar a muchas otras. Historias de hombres solos. Historias de hombres sin mujeres. Historias de viajantes que se obsesionan por cuestiones laterales a sus trabajos. Historias alejadas del perfil "renacimiento espiritual-rutero" que creó la literatura beatnik, sino más bien, relatos de hombres un poco perdidos, un poco aburridos, un poco a la expectativa, que se ven involucrados en acontecimientos que los superan, pero que tampoco quieren dejar el camino, que tampoco quieren volver a quedarse quietos. Hombres que se cruzan con leones agonizantes, con hermanas enamoradas, con criminales despiadados, con proyectos faraónicos inconclusos, con mujeres en permanente fuga, con fabuladores europeos varados en la pampa, con ríos desbordados, con intrigas de pueblo chico, con fragmentos de la Segunda Guerra Mundial y muchas cosas más. Al final de la ruta, no hay punto de llegada. Nada más otras historias que dan nacimiento a otras, y así, y así, y así.

Y cuando uno sale del cine, al final de todo, es raro estar en el mismo lugar porque el cuerpo tiene todas las señales de haberse movido. Uno tomaría con total naturalidad si detrás de la puerta del cine hubiera un descampado, un río plateado de llanura, un alambrado, una ruta desierta con dos focos de camión acercándose a lo lejos. Ni siquiera se cuestionaría ese paisaje. Nada más uno podría preguntar, desganadamente: ¿ya llegamos? Todavía no, todavía no.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

toda cuestion seudo artistica merece interpretacion?...
el deseo implica una extraña proyeccion afectiva hacia el agujero de la desesperacion verbal.
lo que es esta ahi. lo demas es algo asi como pura introspeccion metafisica...

Fideos con manteca dijo...

guahu las mujeres que se fugan

EmmaPeel dijo...

Gran peli gran que tiene mucho de literario y a la que le agradecemos que los personajes (casi) no hablen


(fideus: la historia de Lola y sus amores en fuga me dejó tecleando, te va a gustar)

muy buena crónica licenciado

La niña santa dijo...

Me diste ganas de ir al cine esta misma noche. Y creo que lo voy a hacer! (aunque tengo que estudiar, aunque tengo que estudiar)

Una historia mínima y Entre copas son, lejos, las mejores pelis ruteras que vi hasta el momento. Vamos a ver qué onda con las Historias Extraordinarias que proponés.

Anónimo dijo...

un buen salvaje no llora por el cine de la oligarquia...