La verdad es que no me cierra la idea del Nuevo Sujeto Agrario. Compartir ciertos reclamos, ciertas condiciones materiales, cierta posición en el mercado o frente al Estado no lleva inmediatamente a la conformación de un colectivo político. O por lo menos no de algo que se mantenga en el tiempo, cuando la coyuntura cambie y la "mística de vestuario" (por usar la expresión que Artemio una vez acuñó en su blog) se haya disipado. En este sentido, no le veo mucho futuro a la idea de un partido de los farmers como quieren la Alarcón y el grupo Pampa Sur. La tradición política argentina es más proclive a los nucleamientos que interpelan al "pueblo" en su conjunto, pasando por alto las identificaciones sectoriales. El clasismo (explícito) nunca prendió demasiado por acá. Aún partidos claramente sustentados por una clase, como la Ucedé, apelaban a la vaguedad para que no quede demasiado al descubierto su pertenencia a una fracción minoritaria de la sociedad.
Por otra parte, parece claro que todo esto que está pasando ya trascendió al blumbergianismo histérico y espasmódico, para instalarse como un reclamo de sectores que, con el trascurso de los días, van apilando nuevas demandas que no se resolverán con golpes efectistas. Es cierto, a diferencia de las marchas de los encamisados del falso ingeniero, acá late un balbuceo, un vigor participativo. Aunque llena de mistificaciones y apelaciones a ideas retardatarias, la crisis con los sectores rurales, disparó debates sobre temas fundamentales. Esa potencia no debería ser desaprovechada. Para bien o para mal, ya no se puede volver al 10 de marzo.
Si lo que se discute verdaderamente es la legitimidad (y la necesidad) de la intervención del Estado en la economía y su capacidad para disciplinar al capital, no deberíamos quedarnos en la cuestión amarreta de las retenciones. Lo que está en juego es la posibilidad de avanzar hacia una mayor distribución del ingreso o quedarse en el páramo del "país que aprovecha las excelentes perspectivas internacionales, bla, bla, bla" mientras las mayorías vegetan en la pobreza. Y eso no va a cambiar con invocaciones a la solidaridad de los que más tienen, ni con actos y contraactos, ni con posicionamientos de prensa, ni con paciencia oriental, ni con mediadores de buena voluntad. Eso cambia con acciones desde el Estado. Algo que, desde hace tres meses, viene faltando.
Por otra parte, parece claro que todo esto que está pasando ya trascendió al blumbergianismo histérico y espasmódico, para instalarse como un reclamo de sectores que, con el trascurso de los días, van apilando nuevas demandas que no se resolverán con golpes efectistas. Es cierto, a diferencia de las marchas de los encamisados del falso ingeniero, acá late un balbuceo, un vigor participativo. Aunque llena de mistificaciones y apelaciones a ideas retardatarias, la crisis con los sectores rurales, disparó debates sobre temas fundamentales. Esa potencia no debería ser desaprovechada. Para bien o para mal, ya no se puede volver al 10 de marzo.
Si lo que se discute verdaderamente es la legitimidad (y la necesidad) de la intervención del Estado en la economía y su capacidad para disciplinar al capital, no deberíamos quedarnos en la cuestión amarreta de las retenciones. Lo que está en juego es la posibilidad de avanzar hacia una mayor distribución del ingreso o quedarse en el páramo del "país que aprovecha las excelentes perspectivas internacionales, bla, bla, bla" mientras las mayorías vegetan en la pobreza. Y eso no va a cambiar con invocaciones a la solidaridad de los que más tienen, ni con actos y contraactos, ni con posicionamientos de prensa, ni con paciencia oriental, ni con mediadores de buena voluntad. Eso cambia con acciones desde el Estado. Algo que, desde hace tres meses, viene faltando.
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