Del páramo personal sólo nos puede salvar la política. Aunque la política sea tan sólo quedarse zombie mirando a Chávez reconocer la derrota, ayer, pasada la medianoche. Después de veinte, veinticinco años (por lo menos) de políticos que hacen un culto de las formas gerenciales, blandas, administrativas de la política, Chávez concentra las viejas dotes del carisma, la fe en la palabra, en el discurso como instrumento de construcción de voluntades. Por eso Chávez reune tantas sospechas, tantos rechazos, en los sectores que asimilan "civilización" a ausencia de conflicto. Por eso, basta leer las coberturas de los diarios de hoy para darse cuenta de que para el mainstream de los medios el único punto en disputa era la reelección indefinida: nada de la jornada de seis horas, nada del poder popular, nada del régimen de propiedad. Interpretan a Chávez como si se tratara de Menem, o de Rovira como dice hoy la líder de la CC. En fin, seguimos arando en el mar, para parafrasear al revolucionario caribeño (no Chávez, el otro, el del siglo XIX).
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