Hay momentos en que esta ciudad podría parecerse a una versión chota de Florencia, Padua o Amberes en el siglo XVI. Todos, todos tienen una novela, una película, una obra de teatro, una muestra de fotografía, en preparación. Es lo que nos distingue de una sociedad industrial donde los hombres corroen sus vidas en torno a grasientas máquinas de producción material. Ahora, en cambio, lo que domina es el incesante crear simbólico: animalitos dispersos y asustados en la selva del lenguaje. Como las viejas religiones, el consumo cultural constituye un mundo de valores con la suficiente fuerza como para imponer formas de vida.
Y ahí estan: el autor de Todos los travestis son peronistas, novela pynchoniana ambientada en el tercer cordón del conurbano, con doscientos mil personajes, cada uno más retorcido, más hilarante, más delirante que el otro. Patrones de unidad básica, putitas del rancherío que leen Eliot, taxistas que conducen hasta los límites de universo, viejas que desgranan esa poesía tan a la moda que mezcla lo horrible con lo elevado, maricones que salmodian irreverentes sátiras sobre la pareja presidencial, tal vez haciendo hablar a su mismísimo ojo del culo. Divertido. Una palabra que se escucha bastante seguido. Estaban las chicas de Plurabelle una banda de chick-pop que también es una editorial, que también es una galería de arte, que también es una contraseña para conseguir drogas, que también es una marca de ropa, que también es un grupo de teatro, que tambíen es un grupo de VJs, que tambien es una secta que se reune los jueves en una pieza del barrio del Abasto para que sus integrantes puedan llorar y maldecir a sus novios. Todos con cosas en preparación. Estoy haciendo. Voy a. El presente es un tránsito perpetuo. Los dramaturgos: dos chicas hablando de sus vidas en una casa frente al mar, de pronto caen dos chicos y todo se complica. Todos lloran. Todos lloran. Otra obra en preparación: Dos amigos se aíslan para escribir una artículo sobre Wittgenstein. Una máquina de escribir, un sofá viejo, un tocadiscos. Se pasan el primer cuarto de hora hablando sobre series de los años 80s, sobre actores de telenovelas de Romay. Caen dos chicas y todo se complica. La idea es el amor. La idea es la idea que ellos tienen sobre el amor. La estructura esencial que subyacía a estas manifestaciones era, es, la misma. Una dialéctica deficiente entre lo íntimo y lo público, entre lo bajo y lo culto, entre lo mostrable y lo culpógeno. Flotaba lo mismo en los diálogos nocturnos y sostenidos un poco a las apuradas, con vasos de cerveza que irremediablemente se volcarán sobre camisas ajenas y propias.
- Esa novela del negro Céline...
- Una muestra de figuritas de Sarah Kay en la fábrica recuperada...
- Ja, vamo los pibes
- Siempre escuchaba esa canción cuando me despertaba en la casa de mi ex novio
- César Aira colecciona muñequitas de trapo, César Aira colecciona... ¿me escuchás, me escuchás?
Y así, de esa manera, transcurre la noche: vapores de proyectos e ideas a medias concebidos, distracciones para ocupar las horas antes de dormir, para cansar la mente. La cinta continua sobre la que se ejercitan los pies de las palabras.
Y ahí estan: el autor de Todos los travestis son peronistas, novela pynchoniana ambientada en el tercer cordón del conurbano, con doscientos mil personajes, cada uno más retorcido, más hilarante, más delirante que el otro. Patrones de unidad básica, putitas del rancherío que leen Eliot, taxistas que conducen hasta los límites de universo, viejas que desgranan esa poesía tan a la moda que mezcla lo horrible con lo elevado, maricones que salmodian irreverentes sátiras sobre la pareja presidencial, tal vez haciendo hablar a su mismísimo ojo del culo. Divertido. Una palabra que se escucha bastante seguido. Estaban las chicas de Plurabelle una banda de chick-pop que también es una editorial, que también es una galería de arte, que también es una contraseña para conseguir drogas, que también es una marca de ropa, que también es un grupo de teatro, que tambíen es un grupo de VJs, que tambien es una secta que se reune los jueves en una pieza del barrio del Abasto para que sus integrantes puedan llorar y maldecir a sus novios. Todos con cosas en preparación. Estoy haciendo. Voy a. El presente es un tránsito perpetuo. Los dramaturgos: dos chicas hablando de sus vidas en una casa frente al mar, de pronto caen dos chicos y todo se complica. Todos lloran. Todos lloran. Otra obra en preparación: Dos amigos se aíslan para escribir una artículo sobre Wittgenstein. Una máquina de escribir, un sofá viejo, un tocadiscos. Se pasan el primer cuarto de hora hablando sobre series de los años 80s, sobre actores de telenovelas de Romay. Caen dos chicas y todo se complica. La idea es el amor. La idea es la idea que ellos tienen sobre el amor. La estructura esencial que subyacía a estas manifestaciones era, es, la misma. Una dialéctica deficiente entre lo íntimo y lo público, entre lo bajo y lo culto, entre lo mostrable y lo culpógeno. Flotaba lo mismo en los diálogos nocturnos y sostenidos un poco a las apuradas, con vasos de cerveza que irremediablemente se volcarán sobre camisas ajenas y propias.
- Esa novela del negro Céline...
- Una muestra de figuritas de Sarah Kay en la fábrica recuperada...
- Ja, vamo los pibes
- Siempre escuchaba esa canción cuando me despertaba en la casa de mi ex novio
- César Aira colecciona muñequitas de trapo, César Aira colecciona... ¿me escuchás, me escuchás?
Y así, de esa manera, transcurre la noche: vapores de proyectos e ideas a medias concebidos, distracciones para ocupar las horas antes de dormir, para cansar la mente. La cinta continua sobre la que se ejercitan los pies de las palabras.
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