El sábado pasado salió en la ñ una entrevista a un alemán (Dick, lo siento pero olvidé tu nombre) especializado en Max Weber. Parece que los estudios que toman a Weber como punto de referencia están cobrando auge, incluso existe una revista académica llamada, creo, Max Weber Studies que reune trabajos de investigadores de distintas partes del mundo. Acá en Buenos Aires, en la lejana y bárbara Buenos Aires (pero te quiero) hay una cátedra de la facultad especializada en el querido Max. Alguna vez, hace mucho pero no tanto, cometí la audacia de publicar un artículo sobre Weber en un libro que editó esta cátedra. No recuerdo mucho lo que escribí, nada más que puse un epígrafe medio de contrabando de Dylan Thomas (tendría que haber puesto uno de Bob Dylan, mejor) y que mientras el país se incendiaba yo escribía sobre el confucianismo y el taoísmo y la imposibilidad del capitalismo en la China imperial - lo que haría cagarse de risa a los camaradas millonarios de Shangai mientras toman merca de la mejor en un rascacielos de 500 pisos que mira hacia la bahía y hacia el más que venturoso Futuro que el Gran Timonel les prometió.
Pero vuelvo a Weber que me sigue pareciendo interesante y vigente. Tal vez esa vigencia reside en el nihilismo que Weber adquirió en sus lecturas juveniles de Nietszche y que a pesar de su prosa seca nunca pudo sacudirse del todo. Digamos, Marx era un iluminista. Marx era un hijo del árbol de la libertad que Hegel plantó una vez en su jardín. Marx creía en el futuro, un futuro incierto, ok, que se desplegaría dialécticamente, bla, bla, bla, pero un futuro sobre el que era posible decir algo. Durkheim era un positivista, un positivista más inteligente que los positivistas bestiales tipo Lombroso, pero positivista al fin. Un laburante esforzado que creía que la sociedad tenía cierta forma y que los cambios seguían determinadas pautas y que con rigurosidad y empeño uno podía, también, decir algo sobre lo que vendrá. Weber en cambio te deja en el páramo de Eliot, Weber no dice nada sobre el futuro. El capitalismo (ese es el tema, ahora y hace 150 años) es una máquina infernal y tiene, al parecer, combustible para rato. Pero también cabe la posibilidad de un cambio radical (la política, la pasión, los iluminados, La Voluntad) que destruya el sistema. Puede pasar o no. Y si pasa, puede ser debido a consecuencias no buscadas de la acción, puede ser un resultado por carambola que rompe toda teleología. Al fin y al cabo, unos boludos que creían que la única manera de complacer a Dios era laburar, laburar y laburar sin descanso y ahorrando cada centavo sin gastarlo en jodas, le dieron el puntapié inicial al capitalismo. ¿Querían eso? No, nada más querían la salvación eterna. Y crearon el infierno en la tierra, pero bué...
Weber, entonces, me cae simpático. Leer a Marx es reconfortante, aún cuando cuenta sobre los niñitos de 7 años explotados en las fábricas de Lancanshire, aún cuando te detalla las torturas a las que sometían a los campesinos para expulsarlos de sus tierras, aún con sus divertidas anécdotas sobre los panaderos que usaban cal y vidrio molido para ahorrar harina, a pesar de eso siempre termina con la moraleja tranquilizadora del dulce porvenir: Marx es el Nuevo Testamento. Weber es el Antiguo Testamento: esperen, esperen tranquilos que Él no vendrá.
Pero estoy exagerando los tantos: Weber y Marx estaban de acuerdo en más cosas de las que vulgarmente se cree. La diferencia entre ellos no es tanto teórica sino de temperamento y generacional: uno escribió en el esplendor del modo de producción, en su fase pionera, aventurera, ascendente; el otro escribió sobre el capitalismo con la catástrofe ante sus ojos, cuando el sistema se había consolidado y había perdido su cara rozagante de reciénllegado. Entre Marx y Weber existe la diferencia entre quien llega a la fiesta al comienzo y quien llega sobre el final: el que está desde el principio todavía confía en que las cosas (con un poco de esfuerzo) se puedan enderezar, el que llega bien entrada la noche se da cuenta que todo está perdido.
Pero vuelvo a Weber que me sigue pareciendo interesante y vigente. Tal vez esa vigencia reside en el nihilismo que Weber adquirió en sus lecturas juveniles de Nietszche y que a pesar de su prosa seca nunca pudo sacudirse del todo. Digamos, Marx era un iluminista. Marx era un hijo del árbol de la libertad que Hegel plantó una vez en su jardín. Marx creía en el futuro, un futuro incierto, ok, que se desplegaría dialécticamente, bla, bla, bla, pero un futuro sobre el que era posible decir algo. Durkheim era un positivista, un positivista más inteligente que los positivistas bestiales tipo Lombroso, pero positivista al fin. Un laburante esforzado que creía que la sociedad tenía cierta forma y que los cambios seguían determinadas pautas y que con rigurosidad y empeño uno podía, también, decir algo sobre lo que vendrá. Weber en cambio te deja en el páramo de Eliot, Weber no dice nada sobre el futuro. El capitalismo (ese es el tema, ahora y hace 150 años) es una máquina infernal y tiene, al parecer, combustible para rato. Pero también cabe la posibilidad de un cambio radical (la política, la pasión, los iluminados, La Voluntad) que destruya el sistema. Puede pasar o no. Y si pasa, puede ser debido a consecuencias no buscadas de la acción, puede ser un resultado por carambola que rompe toda teleología. Al fin y al cabo, unos boludos que creían que la única manera de complacer a Dios era laburar, laburar y laburar sin descanso y ahorrando cada centavo sin gastarlo en jodas, le dieron el puntapié inicial al capitalismo. ¿Querían eso? No, nada más querían la salvación eterna. Y crearon el infierno en la tierra, pero bué...
Weber, entonces, me cae simpático. Leer a Marx es reconfortante, aún cuando cuenta sobre los niñitos de 7 años explotados en las fábricas de Lancanshire, aún cuando te detalla las torturas a las que sometían a los campesinos para expulsarlos de sus tierras, aún con sus divertidas anécdotas sobre los panaderos que usaban cal y vidrio molido para ahorrar harina, a pesar de eso siempre termina con la moraleja tranquilizadora del dulce porvenir: Marx es el Nuevo Testamento. Weber es el Antiguo Testamento: esperen, esperen tranquilos que Él no vendrá.
Pero estoy exagerando los tantos: Weber y Marx estaban de acuerdo en más cosas de las que vulgarmente se cree. La diferencia entre ellos no es tanto teórica sino de temperamento y generacional: uno escribió en el esplendor del modo de producción, en su fase pionera, aventurera, ascendente; el otro escribió sobre el capitalismo con la catástrofe ante sus ojos, cuando el sistema se había consolidado y había perdido su cara rozagante de reciénllegado. Entre Marx y Weber existe la diferencia entre quien llega a la fiesta al comienzo y quien llega sobre el final: el que está desde el principio todavía confía en que las cosas (con un poco de esfuerzo) se puedan enderezar, el que llega bien entrada la noche se da cuenta que todo está perdido.
3 comentarios:
ESTIMADO
MARX PROFETIZA, CONVIERTE LA SOCIOLOGÍA EN SOCIOLOGISMO. PARA MARX, LO QUE VALE, NO ES COMPRENDER, ES TRANSFORMAR. LOS MARXIANOS SON ACTIVISTAS POLITICOS.
WEBER QUIERE COMPRENDER, NO TE HABLA DEL FUTURO, PORQUE NO CREE QUE LA SOCIOLOGÍA TENGA ESA FUNCIÓN PROFETICA.
WEBER ES SOCIOLOGO, MARX SOCIOLOGISTA.
SALUDOS!!! GERMÁN
Estimado, muy de acuerdo en todo, salvo en una cosa: no compremos el progresismo fácil de la facultad, eso de que "en el fondo todos decían lo mismo".
Además de dejarnos con ese gustito en la boca, además de ser el último mandarín romántico (habría que leer toda la teoría de Weber sobre el poder como contracara de su sociología del amor mal llamada "sociología de la religión") y de coincidir con Simmel en eso de Schopenauer y Nietzsche, Weber pone en tensión "eso" que hay entre la acción y las representaciones, sin caer en una teoría en el mejor de los casos burda sobre los procesos de significación y en una visión infantil de lo específico de "lo social" como el amigo Carlos (además de haber madrugado a toda la filosofía política de 1900 en adelante). De última, el problema de los confucianos y la magia tenía algo que ver con el lenguaje ideográfico, ¿no le parece?
un saludo grande, H
estimado hernán, muy bueno lo que decís y no puedo estar más de acuerdo cuando nombrás precisamente esa obra de weber que para mí es una de las más queridas: los ensayos sobre confucianismo. weber habla de magia y sacerdotes y eso para la mayoría de los lectores suena irremediablemente anacrónico está en realidad hablando de lo político (o mejor dicho, de la estructura íntima de toda relación de poder) de una manera elegante, oscura pero al mismo tiempo totalmente apegada a la realidad material de las cosas. Quiero decir, la vulgata de la marcelo t (salvo excepciones) insiste en ubicar a weber en el poco interesante rol de un de arqueólogo culturalista cuando en realidad toda su obra está salvajemente obsesionada por el poder y las relaciones de fuerza.
Un abrazo.
PD: una pregunta, tu nombre me parece conocido, creo que cursamos juntos circa 2000, 2001. ¿Puede ser que hayamos estudiado juntos para una materia libre (historia latinoamericana) un verano de esa época?
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