Los lejanos días de la infancia coincidieron con aquello que los periodistas a la violeta llamaron "la primavera alfonsinista". Alfonso leyendo el Preámbulo en el cierre de campaña en la 9 de Julio. Las buenas intenciones. Después de la noche queríamos ser socialdemócratas. Ilusiones blancas, volver a la Constitución tan bello texto mancillado... apenas diez años antes quien lo decía hubiera sido mirado como un débil pequebú, para volver a la jerga fuerte de nuestros años salvajes. Pero en el 83 ese retorno a 1853 era lo máximo. Volver al siglo XIX era un avance tan grande. Restauración, sí. Y Alfonsín estaba ahí. Herminio, era la figura trágicómica que necesitaba la escena para configurarse definitivamente como histórica. El broche de campaña que avivara la leyenda negra de "la pesada", o en las mentes más librescas, el retorno de la barbarie. Porque, digámoslo, todo país que se organiza necesita fundarse sobre una metáfora, y si esa metáfora es dicotómica, si esa metáfora juega con los opuestos, mucho mejor. Civilización o Barbarie, es la metáfora que sigue recorriendo la historia argentina. Gran slogan el de Sarmiento. Chapeau. Usos múltiples y siempre queda bien.
Y Herminio funcionó en esa circunstancia tanto como víctima propiciatoria, tanto como juguete de la astucia de la Razón. El atildado Luder no cuadraba demasiado bien en el juego de los opuestos. Herminio, con sus legendarios desquicios sintácticos y ortográficos, con su fama de pesado del conurbano y ultraortodoxo, funcionaba perfectamente como contrafigura en el imaginario de la sociedad que buscaba "volver" al estado de derecho - ese calmo prado donde florecen las instituciones, ese Valhalla de los abogados.
Y Herminio funcionó en esa circunstancia tanto como víctima propiciatoria, tanto como juguete de la astucia de la Razón. El atildado Luder no cuadraba demasiado bien en el juego de los opuestos. Herminio, con sus legendarios desquicios sintácticos y ortográficos, con su fama de pesado del conurbano y ultraortodoxo, funcionaba perfectamente como contrafigura en el imaginario de la sociedad que buscaba "volver" al estado de derecho - ese calmo prado donde florecen las instituciones, ese Valhalla de los abogados.
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