Las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante. Rainer gustaba de la simplicidad brutal de la frase: la historia es brutal, y sus traducciones teóricas no tienen por qué no serlo. La ligazón entre una intervención vanguardista en el Guggenheim Soho, una cena romántica en la Tour d'Argent, un call center en Benarés y los libros-con-faja-roja de Mario Vargas Llosa es esencialmente la misma: el jadeo triunfante del capitalismo, el orgasmo filisteo de la clase, el movimiento secular e imperceptible del modo de producción.
Rainer recordaba, entonces, a un profesor de su facultad, no sabía por qué en ese momento se le aparecía la imagen del profesor con su pelo casi largo y sus anteojos de montura plateada diciéndole a una corte de esclavas sociológicas: "Me levanto todos los días a las cinco de la mañana y mientras desayuno huevos con queso y jamón leo un capítulo de El Capital. En alemán". Y las esclavas sociológicas (chicas con apellidos como Levy, Schmunk, Marcuse -una se llamaba, sí, Marcuse-, Dellepiane) se mojaban las bombachas ante el ex militante fracción roja, ex alfonsinista, ex exliliado en un pueblito horrible del sudeste norteamericano donde, seguramente, había adquirido el hábito de desayunar huevos con jamón y leer muy de mañana el libro de Karl Marx.
Digamos, entonces, Rainer está cansado de la sofisticación teórica: volvamos a la dualismo estructura - superestructura, volvamos al proletariado. Y cuando piensa eso se llena de emoción mirando a los trabajadores, a la chica que atiende el bar, al barrendero, al vendedor ambulante, al paraguayo explotado en el super chino, al que duerme en el Roca de las 5:30. Dejando la sangre en el camino. Sacrificando la vida en el altar de la clase. Sustentando en esas horas extraídas de la corriente principal de la vida la superestructura estética, ideológica, blanca, pura, cómoda, marfileña, de la Cultura. Son relámpagos de emoción, que luego dejan paso a la insensibilidad de la época.
En un bar de Palermo un amigo, con quien escribe un paper que nadie nunca leerá sobre "Transformaciones recientes en el mercado sentimental", le cuenta una idea para un cuento: a Marx lo echan de Inglaterra y debe exiliarse en Estados Unidos. En Nueva York conoce a Whitman en un café de la zona de Battery y entablan una amistad. Marx se siente perdido y rechazado, no ha escrito nada y los cobradores lo acosan, no puede volver a Europa donde su cabeza tiene precio. Bajo la influencia de las ideas de Whitman decide abandonarlo todo. Deja a su mujer y a sus tres hijas, se convierte en un vagabundo, se lanza a los caminos. Vaga por los puertos y las vías férreas de América. Trabaja de estibador, de obrero en los ferrocarriles, de mozo de carga con las diligencias. Se vuelve más fuerte, más hombre, se curte. En Arizona se amanceba con una mexicana y tienen hijos. Viven felices en una aldea del desierto y Marx monta representaciones de obras de Shakespeare y Esquilo para los habitantes analfabetos del pueblo. Un día se entera de casualidad de la caída de la Comuna de París. Pero ya no le importa, la historia para él pasa por otro lado. Años después, en su lecho de muerte, accede al pedido de su mujer mexicana y se convierte al catolicismo. Entre sus pocas pertenencias es encontrado un manuscrito que denosta a Hegel y alaba a Thoreau.
Cuando uno comprende que es imposible escapar de la némesis de la Historia, sólo queda el refugio vulgar de una teoría del cielo. En el paraíso nos encotraremos y seremos tan diferentes y desiguales como en la tierra. Rainer piensa todo eso, mientras cruza la avenida y siente en su espalda una brisa tan leve que es incapaz de borrar nada.
Rainer recordaba, entonces, a un profesor de su facultad, no sabía por qué en ese momento se le aparecía la imagen del profesor con su pelo casi largo y sus anteojos de montura plateada diciéndole a una corte de esclavas sociológicas: "Me levanto todos los días a las cinco de la mañana y mientras desayuno huevos con queso y jamón leo un capítulo de El Capital. En alemán". Y las esclavas sociológicas (chicas con apellidos como Levy, Schmunk, Marcuse -una se llamaba, sí, Marcuse-, Dellepiane) se mojaban las bombachas ante el ex militante fracción roja, ex alfonsinista, ex exliliado en un pueblito horrible del sudeste norteamericano donde, seguramente, había adquirido el hábito de desayunar huevos con jamón y leer muy de mañana el libro de Karl Marx.
Digamos, entonces, Rainer está cansado de la sofisticación teórica: volvamos a la dualismo estructura - superestructura, volvamos al proletariado. Y cuando piensa eso se llena de emoción mirando a los trabajadores, a la chica que atiende el bar, al barrendero, al vendedor ambulante, al paraguayo explotado en el super chino, al que duerme en el Roca de las 5:30. Dejando la sangre en el camino. Sacrificando la vida en el altar de la clase. Sustentando en esas horas extraídas de la corriente principal de la vida la superestructura estética, ideológica, blanca, pura, cómoda, marfileña, de la Cultura. Son relámpagos de emoción, que luego dejan paso a la insensibilidad de la época.
En un bar de Palermo un amigo, con quien escribe un paper que nadie nunca leerá sobre "Transformaciones recientes en el mercado sentimental", le cuenta una idea para un cuento: a Marx lo echan de Inglaterra y debe exiliarse en Estados Unidos. En Nueva York conoce a Whitman en un café de la zona de Battery y entablan una amistad. Marx se siente perdido y rechazado, no ha escrito nada y los cobradores lo acosan, no puede volver a Europa donde su cabeza tiene precio. Bajo la influencia de las ideas de Whitman decide abandonarlo todo. Deja a su mujer y a sus tres hijas, se convierte en un vagabundo, se lanza a los caminos. Vaga por los puertos y las vías férreas de América. Trabaja de estibador, de obrero en los ferrocarriles, de mozo de carga con las diligencias. Se vuelve más fuerte, más hombre, se curte. En Arizona se amanceba con una mexicana y tienen hijos. Viven felices en una aldea del desierto y Marx monta representaciones de obras de Shakespeare y Esquilo para los habitantes analfabetos del pueblo. Un día se entera de casualidad de la caída de la Comuna de París. Pero ya no le importa, la historia para él pasa por otro lado. Años después, en su lecho de muerte, accede al pedido de su mujer mexicana y se convierte al catolicismo. Entre sus pocas pertenencias es encontrado un manuscrito que denosta a Hegel y alaba a Thoreau.
Cuando uno comprende que es imposible escapar de la némesis de la Historia, sólo queda el refugio vulgar de una teoría del cielo. En el paraíso nos encotraremos y seremos tan diferentes y desiguales como en la tierra. Rainer piensa todo eso, mientras cruza la avenida y siente en su espalda una brisa tan leve que es incapaz de borrar nada.
3 comentarios:
Ud dice...¿No más Gramsci, ni Williams, ni Althusser?...
La propia ceguera, digamos...
No, mejor no. Mejor ver.
Saludos
no lo digo yo, lo dice un personaje. y, creo, no es una postura teórica, sino más bien una reacción visceral.
Y si en lugar de Mexico hubiera terminado en el rio de la Plata ?
Marx asesorando a Rosas
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