martes, enero 17, 2006

Las mejores mentes de mi generación

"Había uno que pintaba para cosas grandes. En una buhardilla infame del barrio de Congreso soñaba desde la cama las palabras justas de una gran novela río. A la hora violenta del amanecer creía escuchar el susurro de la inspiración dictándole la historia secreta de un etnólogo alucinado perdido en el delta de un río infectado por peces comedores de hombres. Sobre el colchón despanzurrado, sobre el suelo de maderas gastadas, sobre su piel misma pegada a las sábanas, sentía el latir narcoléptico de la vida literaria. La locura que empujaba las nubes afuera, en la ciudad, era una clave secreta que esperaba ser develada. 1800 páginas, tres tomos, apéndices con mapas de territorios ficticios, grabados antiguos de salvajes que nunca existieron. La materialidad del libro no escrito iluminaba la miseria de su presente como una catedral envuelta en llamas vista desde un promontorio por peregrinos con pies ampollados. Escribir y prenderle fuego al mundo. Escribir y prenderse fuego. Escribir y fracasar en el intento. ¿Era una de las tan mentadas mejores mentes de nuestra generación? Era un alucinado más. Sus fantasías evocaban siempre la misma escena: una aldea improvisadamente construida por los salvajes. Un hombre blanco mirando las pieles oscuras, desmesuradamente, sexualmente. Gritos acompasados a contraluz del fuego, en la noche. Un banquete hecho con insectos y raíces amargas, manos que se extendían para comerlo. Miedo y asco. Las ganas de matarlos a todos. Un rito neolítico que no decía nada. Luego, el amanecer y el hombre blanco acostado con una niña de doce años. Por fuera de la cultura no hay nada.
"Por fuera de la cultura no hay nada" alcanzó a escribir antes de caer de nuevo presa de un sopor inexplicable, de un sueño muy diferente al de los justos."

Tomás Augusto Rainer, "La religión de los salvajes y otros ensayos de antropofagia urbana", Tandil, Revuelta ed., 1994.

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