miércoles, noviembre 30, 2005

Felisa and me

Mientras las secretarias de Roberto Lavagna se limpiaban el rimmel corrido por el llanto (según la crónica del clarinete de ayer) yo me cruzo con la designada ministra en la esquina de 25 de mayo y Rivadavia. Desde el Banco Nación cruzaba la calle para meterse en la Casa Rosada, por una puertita de madera del costado, sin asesores que le llevaran las carpetas. Un piso más arriba el presidente la esperaría para debatir el supuesto giro distributivo que Pravda/12 y La Nación anuncian con distinta simpatía. Simbología: yo con cinco pesos miserables en la billetera y la ministro de Economía pasándome de costado. Distribuyan, sí, pero para este lado please, que la malaria es terrible por aquí.

lunes, noviembre 28, 2005

El deseo de ser Osama

todos los de sociales
todos los de letras
todos los de filosofía
menos las chicas lindas
y tontas
y ligeras
y fáciles
todos juntos en un gran edificio único
hablando y criticando vanamente,
gastando la superficie pálida de los muros tristes
de los claustros
y Osama planeando hacia ellos en un avión fulgurante.
el ground zero estará preñado
de futuro

sábado, noviembre 26, 2005

Japanese soldiers (notas para un futuro artículo insultante)

Estoy pensando bastante estos días sobre los intelectuales de izquierda. En realidad estoy pensando bastante sobre la izquierda. Me asaltan dudas que creía hace tiempo desalojadas de mi ser. Durante mucho tiempo, y todavía ahora a veces, me entregué al cinismo como respuesta al desencantamiento del mundo. Los brazos frescos y alegres de la mujerzuela frivolidad, el mullido almohadón de la banalidad escéptica, la dulce concha del tiempo que transcurre vano y sin fe. Me identificaba con esa frase terrible de Fitzgerald al inicio de Hermosos y malditos: "cuando tenía veinticinco años la ironía - el Espíritu Santo de nuestra era- descendió sobre él". Todavía la ironía continúa inficionada en mí y sale en forma de un humor negro negrísimo o de cierto mirar por sobre el hombro con ínfulas de dandismo superado. Pero, solo es necesario entrar en contacto (digamos en una reunión familiar) con algún fascista pedorro de esos que abundan para que yo, el gran descreído, me convierta en una versión más roja y fanática de los kmer rouge. ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué soy rosita luxemburgo frente al taxista facho que putea a los piqueteros y un liberal posmoderno frente a los troscos de marcelo t? Se deberá a cierto histerismo, a ciertas ansias mal atendidas de ser un eterno enfant terrible, es decir simplemente, al afán de romper las bolas?
Ahora bien pensando en ese objeto que son los intelectuales de izquierda podríamos esbozar tres tipologías de sus actitudes frente a los actuales tiempos de desencanto político:
1- Los cínicos. No importa sus edades o sus trayectorias vitales, importa su posicionamiento actual frente al mercado y a las posibilidades de alternativas políticas al "sistema". Se han entregado a los brazos de la academia, de las editoriales, de las fundaciones y/o universidades privadas. con sus actos refrendan la creencia en el fin de la historia (aunque no puedan sostener esto ni en público ni en la intimidad de sus conciencias). Usualmente leen la Nación y hacen chistes malos que harían sonrojar a Galimba Galimberti.
2- Los indignados. Presos de una pasión estéril cargan sus clases, sus articulos y a sus alumnos con largos sermones sobre la destrucción de la Argentina desde el menemismo. Se sienten cómodos en ese terreno dado el desprestigio del ex presidente. Han encontrado la matriz perfecta del fracaso nacional, el huevo de la serpiente, el pecado original. Frecuentan mesas redondas y pasillos de la UBA. Buen corazón, pésimo sentido histórico. Eternos peregrinos de los partidos de centroizquierda se han convencido paulatinamente de la inmensa crisis moral que afecta a la républica, obviando que el discurso moral es y ha sido siempre el discurso de la derecha horrorizada por el devenir de la historia.
3- Los soldados japoneses. Como los primitivos cristianos, celebran su eucaristía bajo las catacumbas de la via apia. La venida del redentor está próxima. El ruido del exterior es demoníaco. Sigamos en la selva saludando al Emperador y luchando contra los yanquis, no importa que el almanaque diga que es 1975, que el emperador ahora inaugura fábricas sony y que los samurais murieron con Mishima. Sobran ejemplos de esta clase de japanese soldiers en todos los claustros universitarios y también fuera de ellos. Más una curiosidad museográfica que una amenaza para el sistema, estos soldados se saben de memoria el prólogo a la 5678 edición del Capital en lengua swahili.
La pregunta sería entonces: ¿cómo ser de izquierda (en el sentido moderno del término) y evitar caer en esas poses? ¿cómo trabajar por un cambio radical de las condiciones sociales de existencia y no ser tranformado en una estatua de cera, en una caricatura? ¿cómo tirar a la mierda el significante "ser de izquierda" y quedarse solo con su significado, en una época que se caracteriza justamente por producir solo significantes vacíos?

martes, noviembre 22, 2005

Hoy asaltamos a Ernest:
Una historia demasiado corta
Una de las excursiones que hicimos ese verano en el sur fue a un lugar llamado Lago Verde. Había que tomar un micro destartalado que unía los distintos parajes dentro del parque nacional y recuerdo que sobre el techo del micro se acumulaban decenas de mochilas, tantas que convertían al micro en un transporte tan alto como los ómnibus ingleses y yo me preguntaba antes de subir si todo ese peso no iba a desequilibrar al micro y no terminaríamos en el fondo de los altos barrancos medio sumergidos en los lagos y entre los altos troncos de los alerces. La vista era estupenda pero yo había dormido mal la noche anterior y el estómago me empezaba a doler y estaba de un humor terrible. Ella en cambio no parecía sufrir ninguna molestia como si la mochila que había cargado durante los últimos quince días no le hubiese afectado en lo más mínimo, sino por el contrario, como si estuviese, allí en medio de los bosques y la montaña, en el ambiente para el que había nacido. Y mientras el micro bordeaba la ruta ella me contaba cosas acerca de sus amigos de antes a los que yo no había conocido, de su familia y de cuanto había deseado cumplir 21 años para, por fin, hacer ese viaje que tanto había soñado. Pero mi humor no era el mejor y simulé tener sueño para dejar de escucharla y en el fondo sentía que no solo le estaba mintiendo sino que también estaba echando por la borda un verano que debería haber sido feliz.
Cuando llegamos al Lago Verde debimos descender un largo camino hasta el campamento y yo me detuve varias veces porque la mochila me pesaba horriblemente y en cambio ella me alentaba a seguir y parecía que sus hombros pudiesen cargar todo el peso del mundo, y mucho más también. Luego armamos la carpa y me tumbé al sol y sin dirigirle la palabra me pude a leer un libro que había llevado desde Buenos Aires. Era un libro muy aburrido y pasaba las hojas sin leerlas, solo simulando frente a ella que leía para no tener que hablarle. Ella dijo luego que fuésemos a la playa pero yo le dije que no me sentía bien y ella me miró en ese momento con bastante pena y decepción. Supongo que era una pena y una decepción distinta a la que sentía yo. La vi alejarse hacia la playa y me sentí tan mal al darme cuenta que me estaba portando como un imbécil y que estaba haciendo exactamente lo que me había propuesto no hacer cuando planificábamos el viaje. En vez de levantarme e ir a buscarla me fui hacia un bosque cercano a recoger leña para el fuego y recuerdo que vi a una pareja de acampantes haciendo el amor y luego me fumé un cigarrillo y caminé por el bosque juntando maderas secas hasta que tuve un buen montón y regresé a nuestra carpa.
Bajé hasta la playa y me senté junto a ella en silencio y así nos quedamos un rato largo, sin poder ninguno de los dos explicar el porqué de ese silencio. Ella me preguntó si la quería y yo le dije que claro, que era una pregunta obvia y que solo me sentía mal del estómago y que con una buena noche de sueño iba a estar bien y todo eso. Todas las verdaderas maldades nacen en estado de inocencia. Uno vive al día y goza de lo que tiene y no se apura. Uno empieza a decir mentiras, y no quisiera decirlas, y empieza el desmoronamiento y cada día crece el peligro, pero uno va viviendo al día, como en la guerra. Pero yo la quería a ella y a nadie más y por más que lo intentaba no podía explicarme mi conducta. Claro que te quiero, le dije, y si alguien me preguntara por vos le diría que sos la chica más hermosa y buena que existe en el mundo.
A la noche ella se puso a cocinar y yo le conté acerca de la generación perdida, de Hemingway y Scottie, de sus paseos por París y de las excursiones a los Alpes. Ella se reía y me pedía detalles que yo inventaba y el cielo se puso muy negro y con esas estrellas que solo se ven en el campo y desde el lago subía una brisa fría que refrescaba nuestra piel.

Intenté encender el fuego pero las maderas que había recogido a la tarde no prendieron y quedaron como brazos muertos, tendidas sobre la tierra. Espero que otra pareja más afortunada que nosotros las haya usado.

(el fragmento en itálica es de París era una fiesta)

martes, noviembre 15, 2005

El Colegio de la Patria tiene un nuevo prócer.
Al lado de 7 presidentes, 2 premios Nobel, el líder de la guerrilla urbana más grande de sudamérica y tantos otros, va estar él: Anibal.
"La peor pesadilla es despertarte y que tus compañeros de colegio estén en el poder" Kurt Vonnegut.
Les fils de la Republique

Hace ya mucho tiempo (oh! cuanto, cuanto!) en la ex maternidad de la calle marcelo t. escribí un trabajito práctico para una materia que se llamaba algo así como "Delito y sociedad". Estaba bien la materia dentro del nivel misérrimo de marcelo t sobre todo porque debe ser el único sitio donde se lee al sadomasoquista michel f. y sus dispositivos disciplinarios; quiero decir, uno siempre le estará agradecido a quien le hizo conocer al sadomaso michel y sus látigos de puntas aceradas postestructuralistas. Pero volviendo a lo que quería contar, el trabajito era sobre una película francesa de hace diez años llamada El odio. Dirigida por Mathieu Kassovitz (sí, el mismo que luego haría de novio de Amelie) y protagonizada por Vincent Cassel, la película cuenta el derrotero de tres pibes de los suburbios de París durante una de las tantas revueltas de las banlieuses contra la policía y demás símbolos del poder del estado. La película se inicia con una escena de disturbios entre la policía y los jóvenes del barrio y continúa siguiendo a los personajes por los laberintos de los monoblocks y en sus incursiones más allá de las murallas del barrio. Sería falso decir que la película posee algún caracter profético de los sucesos que por estos días conmueven a Francia, más bien la película reflejaba un estado de cosas de larga data en las sociedades europeas: la progresiva marginación de sectores amplios de las clases populares en un contexto de desmantelamiento del llamado estado de bienestar caracterizado por el alto desempleo, la retirada de los programas sociales estatales y la progresiva configuración de identidades fundadas en torno al barrio, al grupo de amigos, a las afinidades étnicas y religiosas, identidades que reemplazan para estos jóvenes los antiguos nucleamientos alrededor de la clase y el trabajo. En sí la película está bastante bien, recuerdo la última escena donde un clima de inminente tragedia se sucede bajo la atenta mirada de un gran mural con la cara de Baudelaire, el viejo poeta dandy enamorado de la mala vida y las miserias parisinas. Todo un acierto del director, toda una declaración acerca de los invisibles hilos que unen aquellos viejos tiempos de exclusión prefordistas con éstos, los nuestros, tiempos de marginación toyotista.
Hoy Chirac llamaba a los jóvenes incendiarios "hijos e hijas de la República" y prometía asistencia para los "barrios difíciles". Aquí los periodistas reflexionan (entre aliviados y preocupados) sobre si el ejemplo francés podría trasladarse a la Argentina. Se responden, paternalistamente, que los excluidos argentinos son demasiado sumisos para lanzarse a quemar coches y guarderías. Agregan, para quedarse tranquilos, que el Islam no ha llegado todavía a estas playas y que, como se sabe, la Argentina es un crisol de razas que no admite problemas de "integración" étnica. Ignoran que las fallas de integración pueden expresarse de maneras muy diferentes, y que la violencia no necesariamente se manifiesta lanzando piedras o quemando automóviles.
En un libro de Loic Wacquant sobre el tema de la violencia urbana encontré una rara perla de sinceridad policial, uno de esos lapsus en que las instituciones revelan su verdadera misión, su real razón de ser. Lo transcribo, tal vez sirva para aclarar la cuestión:
"La policía fue creada para combatir la delincuencia, la plaga del bandidismo o de la criminalidad. Hoy se le pide mucho más: combatir el mal de la exclusión social y sus efectos tan deletéreos, responder a los padecimientos engendrados por la inactividad, la precariedad social y el sentimiento de abandono, poner freno a la voluntad de destruir como demostración de que uno existe. Allí se sitúa hoy la línea de coronamiento de nuestras instituciones, allí la línea del frente de vuestra acción cotidiana." Telegrama del ministro del Interior francés al personal policial en ocasión del Año Nuevo de 1999.

viernes, noviembre 11, 2005

Hoy le robamos a:
Marcel Proust. Un seudo Marcel viaja en la Línea A, huele la magdalena y sale esto.
Cuando el subterraneo comenzó a andar me sumergí profundamente en la lectura de A la sombra de las muchachas en flor, pero mi ánimo no estaba en una disposición adecuada para la concentración que requería tal lectura, y por el rabillo del ojo veía yo desfilar rápidos los muros oscuros del subterraneo, y esa visión de paredes siempre fugitivas y oscurecidas por el hollín me sumía en pensamientos largo tiempo olvidados y me remitía con su furibundo dejar atrás, siempre atrás, a una época de mi vida que creía haber ya superado. Y así, el rumor siempre monótono del tren fue desvaneciendo como por arte de magia el tiempo concreto que nos rige casi siempre cuando permanecemos en vigilia, y en su lugar fue creciendo un tiempo de una especie diferente que no se medía en segundos y minutos sino en el particular ritmo con que los recuerdos que creíamos olvidados emergen de pronto; y sucede que ese largo olvido en el cual han hibernado parececiera haberlos protegido contra el desgaste natural que la vida le produce a nuestras sensaciones, dejándolos intactos y con la misma frescura y el mismo color con que los habíamos experimentado años atrás, en una cena de la cual olvidamos ya todo excepto ese detalle que ahora resurge, en un paseo del cual no recordamos nada salvo un cierto matiz del crepúsculo que entonces nos hizo derramar una lágrima, y que ahora al reencontrarlo tan prístino nos hace levantar la cabeza del libro que leíamos y mirar las caras de los demás pasajeros para comprobar, con cierto alivio, con cierto pesar, que solamente se trataba de una evocación de momentos ya idos. Así pensaba yo mientras a mi alrededor el subterraneo cruzaba estaciones, Piedras, Lima, Congreso, Pasco, Miserere, sin notarlas como si fuesen parajes fantasmales contra los cuales mis recuerdos ahora revividos resultaban opacos y refractarios. No es extraño que en aquellos momentos en que la remembranza se apodera de nosotros con tal fuerza algún elemento de la realidad exterior venga a imprimirse y confundirse con las imagenes que surcan nuestra mente, y de esta manera, cuando el tren se había detenido en la estación previa a mi destino, mis ojos observaron la figura de la muchacha sentada dos asientos delante mío, y su rostro desconocido fue para mi en ese momento como la última luz del sol que el condenado veía al ser conducido al patíbulo a través del Puente de Venecia, porque la belleza de una desconocida tiene a veces mayor fuerza que las gracias del rostro de la mujer amada, ya que la mujer que para nosotros es un enigma irradia una belleza que sabemos destinada a perderse para siempre en la multitud de la ciudad, y asi nos decimos a nosotros mismos "he ahí un rostro que nunca más volveré a ver" y esa conciencia de la inevitable separación que sobrevendrá en pocos instantes nos obliga a apreciarla con más fuerza y atención, como el viajante que desde la ventanilla de un tren que corre por la pradera divisa una puesta de sol o el perfil de una aldea de campaña y se acoda en el antepecho de la ventanilla tratando de asegurar que sus ojos vayan a registrar para siempre ese paisaje que el movimiento inexorable del tren se esfuerza por dejar atrás.

lunes, noviembre 07, 2005

SIETE RAZONES POR LAS CUALES HAY QUE MARCHAR EN CONTRA DE BUSH

1. Porque El Diego dijo "Este hombre que tanto daño nos hizo" (tengo entendido que Diego Jr. está favordel A.L.C.A. y tal vez hable publicamente de ello)
2. Porque Gastón Pauls (El niño sensible de palermo hollywood) va a transmitir en directo un programa sobre la gente que duerme en las escolleras y un reportaje en vivo al hombre araña del trencito de la alegría de la felíz.
3. Porque ya existe un Miguel Tomasini (léase baterista de Reynols), como para que todavía nos traigan a un disléxico desde tan lejos.
4. Porque no lo invitaron a Fidel cuando todos sabemos que "Gente que no", fué una de sus grandes influencias...
5. Porque aunque parezca mentira, este señor ha compartido escenario con el mismisimo Bowie, en instancias previas a la invasión a Irak y ahora todo el mundo parece haberlo olvidado.
6. Porque su música es una mierda y hasta cuesta entender que sean ingleses.
7. Porque se coge a la pequeña Gwen Stefani y nunca le pidió que (al menos en la intimidad) se vista con el look "Hella Good".

(copyright Vawe & friend) El cinismo aparece como el único refugio ante tantos lugares comunes que se ven y se oyen por ahí.

jueves, noviembre 03, 2005

Para una sociolgía de Rodolfo E. Fogwill

Es extraño el caso Fogwill. Escritor perteneciente a un parnaso literario en ciernes, fogoneado por gente que difunde intencionalemente toda suerte de rumores y leyendas sobre su figura, Fogwill aparece cada vez más como el mayor exponente de la literatura de estos últimos veinte años. Hay toda una leyenda Fogwill de la cual solo conozco aquellos fragmentos que llegan a estas lejanas playas. Se dice que Fogwill roza la locura, que es una especie de matón con contactos en los servicios de inteligencia (recordar el affaire Quintín en El Amante), que su inteligencia es omniabarcadora y gusta de las teorías matemáticas avanzadas, que militó en no se qué grupusculo de los setenta, que hizo fortuna gracias al marketing, que admiraba al papa polaco, que consumió todas las drogas, que escribió algunos de los mejores cuentos de la literatura nacional, que sus poemas no son más que versificaciones aburridas armadas con La Nación desplegado en la mesa del desayuno.
A Fogwill no lo conozco personalmente y su cara tal cual sale en la solapa de los libros me parece la de un vecino cualunque de Barrio Norte, por lo cual se me hace dificil que alguna vez lo pueda reconocer en la calle. Un amigo lo vio hace poco caminando por Las Heras. Usaba, Fogwill, un jogging negro y unas zapatillas del mismo color. Fumaba. Mi amigo no se atrevió a saludarlo, tal vez preso de ese temor por la leyenda Fogwill (propagada desde la tabaqueria de Puán que él tanto odia). Tal vez mi amigo temió que Fogwill lo acusara de ser judío (bromita que gusta hacer Fogwill a las húmedas conchitas puanescas que lo encaran) o de tener contactos con la SIDE, o algo así. Supongo que Fogwill debe gustar de buscar su propio nombre en el Google y luego martirizar a los que escriben sobre él mandándoles mensajes un tanto equívocos, un tanto desagradables.
Leí algunos libros de Fogwill y quiero leer algunos más. Me gustó Vivir afuera y varios de sus cuentos. Lo que me atrae de Fogwill es algo que probablemente a él le desagradará, es su mirada friamente sociológica sobre los universos de sus personajes. Fogwill construye sus textos con una mirada de viejo alumno de Gino Germani. En sus páginas se despliegan las "cuotas" sociodemográficas que bien podría haber utilizado para lanzar una campaña de marketing cuando tenía su consultora. En esto Vivir afuera es paradigmática: esa escena final cuando desde las cámaras de seguridad del shopping rastrean los habitus de los distintos personajes, sus poses, sus gustos, sus maneras de hablar, sus inclinaciones. Todo ello me lleva a pensar que Fogwill es tal vez el último sociólogo vivo, el único que con sus ficciones logra armar un fresco cuasi balzaquiano (recordar aquí lo que decía Marx de Balzac) de la sociedad actual. Idolatrado y temido en la república Puán, Fogwill es ignorado en la comarca salvaje de las ciencias sociales, y es allí, creo, donde su literatura ofrecería visiones e interrogantes productivos a la hora de diseccionar la sociedad. Es tal vez desde la orilla más lejana, allí donde los tentáculos de las capillitas literarias no llegan, allí donde las confraternidades pierden su lazo protector, que se puede leer mejor a un autor. Las leyendas negras sólo conmueven a adolescentes deseosos de reemplazar el póster de la chica en bolas por el más serio, más seductor y ciertamente más interesante, póster del poeta maldito.

miércoles, noviembre 02, 2005

La corta vida feliz de Ernest H.
"Al final del verano de ese año vivíamos en una casa del pueblo que miraba hacia el rio y a la llanura al pie de las montañas. El en lecho del rio había guijarros y rocas secas y blanqueadas por el sol, y el agua era clara y se movía rapidamente por los canales. Las tropas iban y venían junto a la casa y el polvo que levantaban cubría las hojas de los árboles. Los troncos de los árboles también estaban cubiertos de polvo y las hojas cayeron temprano ese año y nosotros veíamos las tropas marchando por el camino, y el polvo levantándose y las hojas, arrastradas por la brisa, cayendo y los soldados marchando y después el camino desierto y seco, excepto por las hojas.
La llanura estaba llena de sembrados; había huertos con árboles frutales y más allá las montañas eran oscuras y desnudas. Se combatía en las montañas y la noche podíamos ver los estallidos de la artillería. En la oscuridad parecían como relámpagos de verano, pero las noches eran frías y no se sentía en el aire la llegada de ninguna tormenta".


Bueno, asi empieza A farewell to arms de mi amado Hem, la traducción es medio chota porque es mía. Creo que un buen inicio es para una novela algo así como hacer un gol al minuto de juego; a partir de ese momento todo es mucho más relajado y esas primeras palabras (si son las correctas) deciden en buena medida el porvenir del resto de la obra. El viejo Ernest sabía muy eso de disparar primero y preguntar después. Algunos leones africanos, algunas chicas francesas, algunos expatriados poetas lo sabían más que bien.