Ok, empecemos diciendo que es inútil despertar los fuegos de una pasión extinguida. No vamos, porque es imposible, a convertir la elección del domingo en una épica batalla contra el fantasma del neoliberalismo. La épica política es un género que disfruto, pero acá en la Ciudad de Buenos Aires, los corazones están más bien enfriados. Igualmente tengo miedo. Las lecturas de estos posts, sólidos, bien fundamentados, mentan con insistencia la alta probabilidad de que Macri gane la jefatura de gobierno. También, y eso es lo más interesante, ponen en palabras la sensación del enorme despilfarro de capital político y oportunidades de cambio que representaron los últimos dos gobiernos porteños. Con el PBI per cápita más abultado del país (por lejos) y el presupuesto por habitante más elevado, las administraciones porteñas se han dedicado los últimos 7 años al maquillaje y la publicidad, a instrumentar políticas tenues dirigidas exclusivamente a sectores de la población ya favorecidos y protegidos económica y socialmente. La ficción de Buenos Aires como isla civilizatoria y europea enclavada en el corazón del desierto sigue siendo un paradigma instalado en las mentes de los "progresistas blancos", aún 150 años después del Facundo. Los datos duros recolectados por el golpeado INDEC y la propia observación que cualquiera que cruce la Avenida Rivadavia (o Córdoba, o Santa Fe, ya no sé) puede realizar, desmiente desoladoramente esta fantasía narcisista del porteño medio.
¿Cómo explicar que la ciudad que recauda miles de millones de pesos en impuestos, la ciudad donde están radicadas las sedes y propiedades de las mayores empresas del país, la ciudad donde el metro cuadrado cotiza a niveles astronómicos, no haya podido implementar en 7 años de gobiernos progresistas políticas de promoción y seguridad social que saquen de la miseria a miles de ciudadanos? ¿Cómo explicar que el progresismo no haya llevado a la práctica las experiencias socialdemócratas que tanto gusta de admirar en sus pegrinaciones por Barcelona y París? Está bien, son otras escalas. Pero la conclusión de estos 7 años es que definitivamente esta ciudad no es más igualitaria, ni más homogénea ni está más integrada que al comienzo del período. No vamos a entrar en detalles, pero los leitmotivs de la centroizquierda son justamente los que mayores muestras de deterioro presentan. Las escuelas públicas han sido abandonadas en masa por la clase media, los hospitales estatales son dignos cuentos kafkianos, el transporte público bordea el colapso por culpa de la inexistente intervención estatal que lo ha abandonado a la anarquía del mercado, la posibilidad de acceder a la propiedad de una vivienda para una familia clasemediera (ni hablemos de los sectores por debajo de la línea de pobreza) se presenta como una utopía más irrealizable aún que la toma del Palacio de Invierno.
Bourdieu decía aquello de las dos manos del Estado: la derecha que garantiza la reproducción ampliada del capital; y la izquierda que instrumenta políticas para evitar que esa misma reproducción del capital termine por desintegrar la sociedad. Un equilibrio que se llama Estado de Bienestar. Por acción o por ineptitud, en Buenos Aires está más que claro cual de las dos manos es más larga y más poderosa.
Entonces, ¿a preparase para la tan esperada retournée de los 90s? Sin duda que no será para mejor, sin duda que harán lo que todos pensamos que quieren hacer (esa sonrisa babeante de Macri, la sonrisita del que se prepara para comer un banquete). Pero no soy de los que creen en el cuanto peor, mejor. Lo que se juega el domingo no es, realmente, un cambio de modelo de ciudad, es más bien, el fracaso del progresismo pour la galerie porteño.
¿Cómo explicar que la ciudad que recauda miles de millones de pesos en impuestos, la ciudad donde están radicadas las sedes y propiedades de las mayores empresas del país, la ciudad donde el metro cuadrado cotiza a niveles astronómicos, no haya podido implementar en 7 años de gobiernos progresistas políticas de promoción y seguridad social que saquen de la miseria a miles de ciudadanos? ¿Cómo explicar que el progresismo no haya llevado a la práctica las experiencias socialdemócratas que tanto gusta de admirar en sus pegrinaciones por Barcelona y París? Está bien, son otras escalas. Pero la conclusión de estos 7 años es que definitivamente esta ciudad no es más igualitaria, ni más homogénea ni está más integrada que al comienzo del período. No vamos a entrar en detalles, pero los leitmotivs de la centroizquierda son justamente los que mayores muestras de deterioro presentan. Las escuelas públicas han sido abandonadas en masa por la clase media, los hospitales estatales son dignos cuentos kafkianos, el transporte público bordea el colapso por culpa de la inexistente intervención estatal que lo ha abandonado a la anarquía del mercado, la posibilidad de acceder a la propiedad de una vivienda para una familia clasemediera (ni hablemos de los sectores por debajo de la línea de pobreza) se presenta como una utopía más irrealizable aún que la toma del Palacio de Invierno.
Bourdieu decía aquello de las dos manos del Estado: la derecha que garantiza la reproducción ampliada del capital; y la izquierda que instrumenta políticas para evitar que esa misma reproducción del capital termine por desintegrar la sociedad. Un equilibrio que se llama Estado de Bienestar. Por acción o por ineptitud, en Buenos Aires está más que claro cual de las dos manos es más larga y más poderosa.
Entonces, ¿a preparase para la tan esperada retournée de los 90s? Sin duda que no será para mejor, sin duda que harán lo que todos pensamos que quieren hacer (esa sonrisa babeante de Macri, la sonrisita del que se prepara para comer un banquete). Pero no soy de los que creen en el cuanto peor, mejor. Lo que se juega el domingo no es, realmente, un cambio de modelo de ciudad, es más bien, el fracaso del progresismo pour la galerie porteño.