Ya lo saben: murió Alfonsín. Es inevitable, para mi, sentirme un poco mal. Ya lo conté otras veces, el nombre de Alfonsín, para mi, está ligado a la infancia, lo cual tiñe todo lo que diga de una subjetividad distorsionada por recuerdos sembrados de imágenes escolares, de tardes pasadas frente a la televisión primitiva, de conversaciones (y apoyos) de mi familia que emergía de la dictadura con la cicatriz de lo irremediable, de la violencia asesina.
Me acuerdo de algo que dijo (o escribió) alguna vez Beatriz Sarlo: Alfonsín era capaz de citar de memoria a Max Weber y de recordar el nombre y apellido del último puntero radical de Villa Echenagucía. Esa mezcla rara y, quizás, única entre político de comité e intelectual orgánico del quimérico proyecto de la socialdemocracia argentina era lo que distinguía a Alfonsín. El discurso de Parque Norte, con la pluma de Portantiero & De Ipola, y la transa perpetua (e imprescindible) de la política de almacén bonaerense. Alfonsín fue eso.
Y también fue el hombre acosado por las corporaciones del poder real, el hombre que (una vez más en la historia argentina) se "extralimitó" en sus pretensiones democráticas: el juicio a las juntas, la ley de divorcio, las cajas PAN, las polémicas con Reagan en plena intervención de la Contra nicaraguense, y del final aquel que fue codificado por unos como "caos" y por otros como "golpe de mercado". Los años de Alfonsín distaron de ser la mansa transición a la española que, ahora con la canonización en ciernes, se intenta instalar. Años de conflicto donde se experimentó con fuerza las contradicciones entre "democracia" y economía de mercado. El paralelismo entre Alfonsín y Kirchner, con todas las distancias del caso, no nos parece equivocado en este sentido.
No podemos no estar tristes con la muerte de un tipo que muchas veces estuvo a la izquierda de la sociedad que le tocó gobernar. Creemos que la política es esencialmente eso: ir más allá de lo que pide y tolera la sociedad. La historia, creemos, limará esas aristas conflictivas. Siempre es más fácil el camino a la santidad republicana que el recuerdo de las contradicciones, de los callejones sin salida, de los fracasos.
Y más allá de todo eso, me quedo con el recuerdo imborrable de una madrugada muy lejana de un 31 de octubre, con las voces familiares que gritaban que la larga noche polar había terminado.
Me acuerdo de algo que dijo (o escribió) alguna vez Beatriz Sarlo: Alfonsín era capaz de citar de memoria a Max Weber y de recordar el nombre y apellido del último puntero radical de Villa Echenagucía. Esa mezcla rara y, quizás, única entre político de comité e intelectual orgánico del quimérico proyecto de la socialdemocracia argentina era lo que distinguía a Alfonsín. El discurso de Parque Norte, con la pluma de Portantiero & De Ipola, y la transa perpetua (e imprescindible) de la política de almacén bonaerense. Alfonsín fue eso.
Y también fue el hombre acosado por las corporaciones del poder real, el hombre que (una vez más en la historia argentina) se "extralimitó" en sus pretensiones democráticas: el juicio a las juntas, la ley de divorcio, las cajas PAN, las polémicas con Reagan en plena intervención de la Contra nicaraguense, y del final aquel que fue codificado por unos como "caos" y por otros como "golpe de mercado". Los años de Alfonsín distaron de ser la mansa transición a la española que, ahora con la canonización en ciernes, se intenta instalar. Años de conflicto donde se experimentó con fuerza las contradicciones entre "democracia" y economía de mercado. El paralelismo entre Alfonsín y Kirchner, con todas las distancias del caso, no nos parece equivocado en este sentido.
No podemos no estar tristes con la muerte de un tipo que muchas veces estuvo a la izquierda de la sociedad que le tocó gobernar. Creemos que la política es esencialmente eso: ir más allá de lo que pide y tolera la sociedad. La historia, creemos, limará esas aristas conflictivas. Siempre es más fácil el camino a la santidad republicana que el recuerdo de las contradicciones, de los callejones sin salida, de los fracasos.
Y más allá de todo eso, me quedo con el recuerdo imborrable de una madrugada muy lejana de un 31 de octubre, con las voces familiares que gritaban que la larga noche polar había terminado.