Para una sociolgía de Rodolfo E. Fogwill
Es extraño el caso Fogwill. Escritor perteneciente a un parnaso literario en ciernes, fogoneado por gente que difunde intencionalemente toda suerte de rumores y leyendas sobre su figura, Fogwill aparece cada vez más como el mayor exponente de la literatura de estos últimos veinte años. Hay toda una leyenda Fogwill de la cual solo conozco aquellos fragmentos que llegan a estas lejanas playas. Se dice que Fogwill roza la locura, que es una especie de matón con contactos en los servicios de inteligencia (recordar el affaire Quintín en El Amante), que su inteligencia es omniabarcadora y gusta de las teorías matemáticas avanzadas, que militó en no se qué grupusculo de los setenta, que hizo fortuna gracias al marketing, que admiraba al papa polaco, que consumió todas las drogas, que escribió algunos de los mejores cuentos de la literatura nacional, que sus poemas no son más que versificaciones aburridas armadas con La Nación desplegado en la mesa del desayuno.
A Fogwill no lo conozco personalmente y su cara tal cual sale en la solapa de los libros me parece la de un vecino cualunque de Barrio Norte, por lo cual se me hace dificil que alguna vez lo pueda reconocer en la calle. Un amigo lo vio hace poco caminando por Las Heras. Usaba, Fogwill, un jogging negro y unas zapatillas del mismo color. Fumaba. Mi amigo no se atrevió a saludarlo, tal vez preso de ese temor por la leyenda Fogwill (propagada desde la tabaqueria de Puán que él tanto odia). Tal vez mi amigo temió que Fogwill lo acusara de ser judío (bromita que gusta hacer Fogwill a las húmedas conchitas puanescas que lo encaran) o de tener contactos con la SIDE, o algo así. Supongo que Fogwill debe gustar de buscar su propio nombre en el Google y luego martirizar a los que escriben sobre él mandándoles mensajes un tanto equívocos, un tanto desagradables.
Leí algunos libros de Fogwill y quiero leer algunos más. Me gustó Vivir afuera y varios de sus cuentos. Lo que me atrae de Fogwill es algo que probablemente a él le desagradará, es su mirada friamente sociológica sobre los universos de sus personajes. Fogwill construye sus textos con una mirada de viejo alumno de Gino Germani. En sus páginas se despliegan las "cuotas" sociodemográficas que bien podría haber utilizado para lanzar una campaña de marketing cuando tenía su consultora. En esto Vivir afuera es paradigmática: esa escena final cuando desde las cámaras de seguridad del shopping rastrean los habitus de los distintos personajes, sus poses, sus gustos, sus maneras de hablar, sus inclinaciones. Todo ello me lleva a pensar que Fogwill es tal vez el último sociólogo vivo, el único que con sus ficciones logra armar un fresco cuasi balzaquiano (recordar aquí lo que decía Marx de Balzac) de la sociedad actual. Idolatrado y temido en la república Puán, Fogwill es ignorado en la comarca salvaje de las ciencias sociales, y es allí, creo, donde su literatura ofrecería visiones e interrogantes productivos a la hora de diseccionar la sociedad. Es tal vez desde la orilla más lejana, allí donde los tentáculos de las capillitas literarias no llegan, allí donde las confraternidades pierden su lazo protector, que se puede leer mejor a un autor. Las leyendas negras sólo conmueven a adolescentes deseosos de reemplazar el póster de la chica en bolas por el más serio, más seductor y ciertamente más interesante, póster del poeta maldito.
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