Es muy difícil expresar lo que se siente en estas circunstancias. Generacionalmente, para los que oscilamos en torno a la frontera de los treinta años, el kirchnerismo y Néstor Kirchner representaron la posibilidad de ver con nuestros propios ojos que era posible torcer el rumbo que el país seguía desde, probablemente, el fracaso del proyecto alfonsinista.
Crecimos durante el menemismo y siempre tendremos -porque esos años iniciales dejan marca indeleble- algo de esa apatía y ese cinismo en nuestro inconsciente cultural. Nos incorporamos al mercado laboral cuando no existía un mercado laboral. Nuestra educación sentimental se dio entre las ruinas de un país asolado, y así, precarizados, desempleados, descreídos, con la piel curtida malamente, vimos llegar a Kirchner a la presidencia.
No lo conocía nadie. No lo votó nadie. Era el candidato de Duhalde, el que había llegado gracias a la defección de muchos otros: un presidente por descarte. Ayer alguien me decía: "fue lo excepcional en medio de la excepcionalidad". Es verdad. A veces se dan esas cosas. Kirchner corrió a la sociedad por izquierda, pero entendiendo por dónde estaban los huecos y por dónde las demandas sociales de un país destruido podían canalizarse. Eso que se dice tanto ahora, eso que ya suena a lugar común, la "vuelta de la política", implica la decodificación sensible y recia, un poco alocada pero nunca delirante de lo que una sociedad hecha mierda necesitaba en ese momento, aunque no lo supiera, aunque no lo supiera.
Nos hizo, en estos años, más difícil el ejercicio libre de nuestro cinismo generacional, y eso es algo que le vamos a agradecer para siempre. Tuvimos que volver, obligatoriamente, sobre esa certeza grabada a fuego en los 90: "todo es una mierda". Nos sorprendieron estos años reconociéndonos como oficialistas, aunque sea en una reunión para hicharle las pelotas a un interlocutor miserable. Toda una tarea para los que nos criamos en los años donde la política era algo que salía en revistas de la farándula. Kirchner nos sacó la verguenza y nos obligó a repensarnos como ciudadanos.
¿Qué carajo es la Anses? ¿Qué son las retenciones? ¿Qué significan las paritarias? Nosotros crecimos mirando a Chacho y Graciela en el estudio de Hora Clave, repitiendo "corrupción" como santo y seña del mal argentino. Ese era el horizonte videopolítico que configuraba nuestra perspectiva. Menem era un hijo de puta porque se cogía gatos y se hacía una pista en su casa de Anillaco. La pedagogía de Lanata y compañía nos enseñó a buscar el origen de la crisis nacional en las declaraciones juradas. El 2001 voló en mil pedazos todo eso. Kirchner, ese desconocido, que asumió la presidencia con una curita en la frente - y los simbolismos se los dejo a los que creen en esas cosas - reconstruyó desprolijamente y a toda velocidad un escenario nuevo. Empezamos a hablar de otras cosas, nos internamos por los caminos desconocidos del Estado.
Para cerrar, y ahora hablo en singular, siento que con su muerte se cierra un ciclo iniciado en 2001: el arco sentimental y político de mi (nuestra) entrada a la adultez. Es imposible saber cuán hondo es el vacío que deja. Es fácil, por el contrario, tener la certeza de que será muy dificil de llenar.