¿Qué queda de todos estos días? Primero, la certeza de una derrota. Lo dijimos acá, y lo dijeron otros (compañeros de ruta, me siento tentado a decir, invocando esa expresión cara a la izquierda del siglo XX): el rechazo de las retenciones constituyó la primera batalla ganada del rearmado frente pre-decembrista. También fue, con sus equivocaciones, con sus derivas, la primera vez que muchos se acercaron a la arena política impulsados por el deseo de discutir la renta con un sector poderoso "realmente existente". El kirchnerismo basó su legitimidad desde el 2003 en la confrontación con los jirones del modelo neoliberal: figuras desligitimadas, prácticas de probada corrupción, la pesadilla que sobreviene después del glorioso polvo noventista. Eran blancos corroídos por la reciente experiencia histórica, espectros que el viento de cola de la sociedad (blanca, clasemediera) clamaba por eliminar. Lo mejor de Kirchner (Néstor) fue estar en sintonía con la música de la época, y llevar esa música un poco más allá, un poco más lejos de lo que el sentido común pedía. Ese ir más allá del sentido común de una época, ese tentar los límites lo posible - con los avances y las agachadas -, poniendo disonancias en la orquesta de la doxa, es lo que se llama política.
Qué queda de todos esos días, vuelvo a decir. La certeza de que no basta con tener razón, de que la política (y lo político) es el terreno de la persuasión más que de la argumentación racionalmente estructurada. Lejos de las fantasías habermasianas del ágora donde los participantes intercambian juicios y consesuan posiciones, lo que prima es la capacidad para movilizar apoyos, para conmover a la sociedad, para capturar la imaginación de la opinión pública. La construcción - en cuestión de días - del actor "pequeños y medianos productores" es un ejemplo claro de ese tipo de operación. Que no debe reducirse sólo a la pésima comunicación del gobierno, sino más bien, a la confluencia de medios, humor social y ciertas transformaciones que se dieron al interior de la sociedad desde el 2003 a la fecha. Esa música de la que hablaba antes y que Kirchner supo interpretar y llevar más allá, ha cambiado de tonada y una medida racional y sensata como el aumento de retenciones a un producto que multiplicó su valor en dólares pasó a ser vista como un epifenómeno de cierta locura (digresión: es interesante la repetición del tema de la locura en los ataques al gobierno, desde la "bipolaridad" de Cristina al "mesianismo" de Moreno) gubernamental. Se impone, se dice, un regreso a la sensatez. El tiempo de las divisiones y la confrontación, se dice, debe quedar atrás. Traducido: volver a un Estado que no introduzca "ruidos" en la economía, que deje crecer la soja en paz, que permita aprovechar la ya mítica "extraordinaria oportunidad histórica" de reinsertarnos en el mundo nuevamente como un país agroexportador.
En este marco, el tema para el tiempo que viene es cómo se relacionará el gobierno de Cristina con esa música que viene de las clases medias, que ya han decidido cerrar definitivamente la etapa anti-neoliberal post 2001. Dar la batalla ahí, me parece, no sólo va implicar avanzar en la democratización de los medios de comunicación, sino principalmente profundizar políticas públicas distributivas que puedan tener como sustento a sectores sociales movilizados en defensa de esas mejoras. Algo que el kirchnerismo siempre ha sido renuente a hacer, y que le costó bien caro todos estos meses.
Qué queda de todos esos días, vuelvo a decir. La certeza de que no basta con tener razón, de que la política (y lo político) es el terreno de la persuasión más que de la argumentación racionalmente estructurada. Lejos de las fantasías habermasianas del ágora donde los participantes intercambian juicios y consesuan posiciones, lo que prima es la capacidad para movilizar apoyos, para conmover a la sociedad, para capturar la imaginación de la opinión pública. La construcción - en cuestión de días - del actor "pequeños y medianos productores" es un ejemplo claro de ese tipo de operación. Que no debe reducirse sólo a la pésima comunicación del gobierno, sino más bien, a la confluencia de medios, humor social y ciertas transformaciones que se dieron al interior de la sociedad desde el 2003 a la fecha. Esa música de la que hablaba antes y que Kirchner supo interpretar y llevar más allá, ha cambiado de tonada y una medida racional y sensata como el aumento de retenciones a un producto que multiplicó su valor en dólares pasó a ser vista como un epifenómeno de cierta locura (digresión: es interesante la repetición del tema de la locura en los ataques al gobierno, desde la "bipolaridad" de Cristina al "mesianismo" de Moreno) gubernamental. Se impone, se dice, un regreso a la sensatez. El tiempo de las divisiones y la confrontación, se dice, debe quedar atrás. Traducido: volver a un Estado que no introduzca "ruidos" en la economía, que deje crecer la soja en paz, que permita aprovechar la ya mítica "extraordinaria oportunidad histórica" de reinsertarnos en el mundo nuevamente como un país agroexportador.
En este marco, el tema para el tiempo que viene es cómo se relacionará el gobierno de Cristina con esa música que viene de las clases medias, que ya han decidido cerrar definitivamente la etapa anti-neoliberal post 2001. Dar la batalla ahí, me parece, no sólo va implicar avanzar en la democratización de los medios de comunicación, sino principalmente profundizar políticas públicas distributivas que puedan tener como sustento a sectores sociales movilizados en defensa de esas mejoras. Algo que el kirchnerismo siempre ha sido renuente a hacer, y que le costó bien caro todos estos meses.