martes, noviembre 15, 2005

Les fils de la Republique

Hace ya mucho tiempo (oh! cuanto, cuanto!) en la ex maternidad de la calle marcelo t. escribí un trabajito práctico para una materia que se llamaba algo así como "Delito y sociedad". Estaba bien la materia dentro del nivel misérrimo de marcelo t sobre todo porque debe ser el único sitio donde se lee al sadomasoquista michel f. y sus dispositivos disciplinarios; quiero decir, uno siempre le estará agradecido a quien le hizo conocer al sadomaso michel y sus látigos de puntas aceradas postestructuralistas. Pero volviendo a lo que quería contar, el trabajito era sobre una película francesa de hace diez años llamada El odio. Dirigida por Mathieu Kassovitz (sí, el mismo que luego haría de novio de Amelie) y protagonizada por Vincent Cassel, la película cuenta el derrotero de tres pibes de los suburbios de París durante una de las tantas revueltas de las banlieuses contra la policía y demás símbolos del poder del estado. La película se inicia con una escena de disturbios entre la policía y los jóvenes del barrio y continúa siguiendo a los personajes por los laberintos de los monoblocks y en sus incursiones más allá de las murallas del barrio. Sería falso decir que la película posee algún caracter profético de los sucesos que por estos días conmueven a Francia, más bien la película reflejaba un estado de cosas de larga data en las sociedades europeas: la progresiva marginación de sectores amplios de las clases populares en un contexto de desmantelamiento del llamado estado de bienestar caracterizado por el alto desempleo, la retirada de los programas sociales estatales y la progresiva configuración de identidades fundadas en torno al barrio, al grupo de amigos, a las afinidades étnicas y religiosas, identidades que reemplazan para estos jóvenes los antiguos nucleamientos alrededor de la clase y el trabajo. En sí la película está bastante bien, recuerdo la última escena donde un clima de inminente tragedia se sucede bajo la atenta mirada de un gran mural con la cara de Baudelaire, el viejo poeta dandy enamorado de la mala vida y las miserias parisinas. Todo un acierto del director, toda una declaración acerca de los invisibles hilos que unen aquellos viejos tiempos de exclusión prefordistas con éstos, los nuestros, tiempos de marginación toyotista.
Hoy Chirac llamaba a los jóvenes incendiarios "hijos e hijas de la República" y prometía asistencia para los "barrios difíciles". Aquí los periodistas reflexionan (entre aliviados y preocupados) sobre si el ejemplo francés podría trasladarse a la Argentina. Se responden, paternalistamente, que los excluidos argentinos son demasiado sumisos para lanzarse a quemar coches y guarderías. Agregan, para quedarse tranquilos, que el Islam no ha llegado todavía a estas playas y que, como se sabe, la Argentina es un crisol de razas que no admite problemas de "integración" étnica. Ignoran que las fallas de integración pueden expresarse de maneras muy diferentes, y que la violencia no necesariamente se manifiesta lanzando piedras o quemando automóviles.
En un libro de Loic Wacquant sobre el tema de la violencia urbana encontré una rara perla de sinceridad policial, uno de esos lapsus en que las instituciones revelan su verdadera misión, su real razón de ser. Lo transcribo, tal vez sirva para aclarar la cuestión:
"La policía fue creada para combatir la delincuencia, la plaga del bandidismo o de la criminalidad. Hoy se le pide mucho más: combatir el mal de la exclusión social y sus efectos tan deletéreos, responder a los padecimientos engendrados por la inactividad, la precariedad social y el sentimiento de abandono, poner freno a la voluntad de destruir como demostración de que uno existe. Allí se sitúa hoy la línea de coronamiento de nuestras instituciones, allí la línea del frente de vuestra acción cotidiana." Telegrama del ministro del Interior francés al personal policial en ocasión del Año Nuevo de 1999.

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