miércoles, noviembre 02, 2005

La corta vida feliz de Ernest H.
"Al final del verano de ese año vivíamos en una casa del pueblo que miraba hacia el rio y a la llanura al pie de las montañas. El en lecho del rio había guijarros y rocas secas y blanqueadas por el sol, y el agua era clara y se movía rapidamente por los canales. Las tropas iban y venían junto a la casa y el polvo que levantaban cubría las hojas de los árboles. Los troncos de los árboles también estaban cubiertos de polvo y las hojas cayeron temprano ese año y nosotros veíamos las tropas marchando por el camino, y el polvo levantándose y las hojas, arrastradas por la brisa, cayendo y los soldados marchando y después el camino desierto y seco, excepto por las hojas.
La llanura estaba llena de sembrados; había huertos con árboles frutales y más allá las montañas eran oscuras y desnudas. Se combatía en las montañas y la noche podíamos ver los estallidos de la artillería. En la oscuridad parecían como relámpagos de verano, pero las noches eran frías y no se sentía en el aire la llegada de ninguna tormenta".


Bueno, asi empieza A farewell to arms de mi amado Hem, la traducción es medio chota porque es mía. Creo que un buen inicio es para una novela algo así como hacer un gol al minuto de juego; a partir de ese momento todo es mucho más relajado y esas primeras palabras (si son las correctas) deciden en buena medida el porvenir del resto de la obra. El viejo Ernest sabía muy eso de disparar primero y preguntar después. Algunos leones africanos, algunas chicas francesas, algunos expatriados poetas lo sabían más que bien.

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