lunes, enero 29, 2007

De te fabula narratur


Es gracioso, porque cuando leí el post de sol asumí que era una foto de su época de estudiante, pero recién la amplié y me encontré con muchas caras conocidas: debe haber sido una asamblea del 92, 93. Interesante complemento para el post de abajo. Ni que hubiese estado planeado.

domingo, enero 28, 2007

Nazional Front Disco

Y sí, digamos que no tengo mucho que decir, o que las pocas ideas no salen, o que no hay ideas, o que la superabundancia de información tiene efectos deletéreos en la marcha, golpeada, y descangallada de este humilde blog.
Como sea, cuando pasa eso montémosnos sobre los hombros de mejores prosas y hagamos variaciones del mismo tema, un recurso vil pero, en fin, no estamos para ponernos exquisitos, precisamente.
La identidad es una narración. Está hecha de omisiones, inventos y datos semi-ciertos. Cuando miramos hacia atrás y pretendemos justificar nuestra manera de ser por las cosas que pasamos y vivimos, en realidad estamos inventando: estamos contando una historia. Y aunque haya testigos presenciales que nos digan "no, pibe eso no fue así. estás delirando", quién puede reclamar el monopolio de la verdad? quién puede decir esto fue así? Versiones, versiones.
Vuelvo al Nazional a partir del post citado más arriba. Otra época. La época de los llamados "años de Menem". Una época, niños, donde Puerto Madero era parecido a un set de filmación de una película de James Cagney, una especie de muelles de Brooklyn pero sin tapas de alcantarillas echando vapor. Me acuerdo del cartel que había sobre la calle hoy conocida como Alicia Moreau de Justo y la entonces conocida como Perón (no jodan con Macacha Guemes). Un cartel que anunciaba la construcción del nuevo barrio Puerto Madero y tenía dibujados yates y chetos con chombas rosas cenando en los restaurantes sobre el dock. Ahí estaba el campo de deportes del Nazional, enfrente de los que ahora es el Hilton y en ese momento era una delegación de prefectura donde -según alguna vez nos contó un prof de educ. física pasaban cosas raras en los setentas-.
Era la época también, justamente, donde la Franja Morada perdió su control del Centro de Estudiantes. Yo tenía 13 años y los radicales no me caían mal. Es más, tenía pegadas en la ventana de mi habitación calcomanías de Facundito Suárez Lastra y el Pocho Angeloz que nos habían regalado en un comité de la calle Formosa al 400 durante la campaña del 89. En fin, no entendía una mierda de la política nacional y nazional. ¿Qué será de todo eso: de Facundito, del comité de Formosa al 400, de Angeloz, de los 13 años, etc.?
En la economía simbólica - adolescente la Franja venía en baja y los de LEI subían sus acciones. Eso se medía en cuantas minitas se apretaban en las fiestas del Molino o de Casa Suiza, y créanme la Franja venía en falsa escuadra. Jaimovich, el Sifón, el Polaco. Grandes cuadros. Grandes camisas a cuadros que copiaban el Seattle del 93. Yo tengo un avanzado Alzheimer para esas cosas, pero tal vez Henry More recuerde nombres y apellidos con más detalle. Sí, seguramente formaron luego decenas de agrupaciones independientes en las facultades que tuvieron más o menos éxito, o que siguieron el pas de deux lentísimo y triste del devenir de esos claustros: maniobras orquestales en la oscuridad, siempre celebradas siempre fracasadas, ¿o acaso, como decía el querido y resentido campesino Pierre Bourdieu, ser estudiante es ser nada, ser un estado intermedio, pura expectativa cero presente, puro prepararse para? Igual, no habrán faltado en los swinging twenties de estos líderes nazionalistas fiestas en terrazas de Palermo, pasos de cumbia improvisados bajo los efectos del populismo cool recién descubierto, más fiestas en deptos mínimos de Congreso donde la puerta del baño siempre estaba trabada y en la cocina un negro grandote que obviously no era del Nazional -pero qué gran tipo era, eh- te convidaba esas cosas que mamá temía que te convidaran. Dicen que la pelotudez del Movimiento 501 surgió de la mente de ex chicos del Nazional. Dicen que la fundación de algunas de las más prósperas y redituables puntocom también surgieron de esas mentes brillantes. En fin, lo de siempre, tu viejo creía que te había mandado a la versión laica de la Sociedad de los Poetas Muertos y vos terminaste sentado al ladito de Cecilia Felgueras en los equipos técnicos de la Alianza. Cosas que pasan, cosas de la era Menem de las que no te redimís por haber llorado con el Catcher in the Rye a los 16 años.
La política sigue latiendo, a pesar de. Hoy en el página el Feinmann malo chicaneaba a Horacio González. Citaba una línea escrita por González en una revista juvenil de los setentas: "El centro de la política es el Hombre" decía González y Feinmann decía arteramente que desde Foucault el Hombre ya no es el centro de nada, no hay centros, o en todo caso lo principal es el estudio de los sistemas, de los modos en que el poder organiza la verdad y el saber. Creo que Foucault tenía razón. Pero esa verdad es estéril para la pasión política, por eso es necesaria olvidarla (o hacer como si no existiera) para poder actuar.
Cuando se me pasa el cinismo y pienso en esos chicos de 15, 16, 17 años que fuimos una vez y que a pesar de nuestros privilegios (hacíamos, justamente, como si) nos quedábamos toda la noche custodiando las urnas para que el vicerrector Lucio Sánchez no les metiera mano, o marchábamos (almas blancas) contra la Ley de Educación, o leíamos los confusos libros que nos caían en las manos tratando de aprender a argumentar politicamente, o creíamos ciegamente que esa abstracción llamada "educación pública" era LA respuesta; cuando pienso en eso siento algo parecido a la ternura y también algo parecido al desengaño porque todo lo peor que imaginábamos sobre a lo que este país se encaminaba no se hizo realidad, sino que fue superado hasta niveles que no podíamos ni siquiera concebir.

Sobre el campo de deportes del Nazional en Puerto Dinero seguramente se construirá un edificio horrible habitado por ricos grasas, hasta es posible que sea uno de los esperpentos de Faena, con unicornios de plástico y alfombras rojas...
¿Venceremos?
Nop, de eso estoy seguro.

miércoles, enero 24, 2007

Épica

Se cortó la luz en Caballito por un par de horas y los combativos vecinos salieron a tocar sus cacerolas. ¿Quién dijo que el 19 y 20 fue un espejismo?

El pasado

No, no es una referencia a la novela del fachero Pauls, es más bien la confirmación de que la onda expansiva del revival setentero se ha apoderado de este blog. En fin, la historia no es más que la interpretación que hacemos de ciertos fragmento dispersos, pura arcilla para modelar a gusto. Un nuevo tipo de revisionismo que camina por la cornisa del me ne frega doctrinario. Y, sí, nos subimos a la ola, no podemos resistir la tentación de sumarnos a la manada, o de parodiar modicamente nuestra época.

lunes, enero 15, 2007

París, Texas, Buenos Aires

Este fin de semana volví a ver París, Texas. La había visto hace diez años en una repetición del cable y desde entonces me había quedado con ganas de volver a ver esa película extraña firmada por la dupla Wenders-Shepard. Digresión: cómo me gustaría ser Sam Shepard, estás casado con Jessica Lange (o sea que podés reproducir la escena de El cartero llama dos veces en la cocina de tu casa), actuás en películas pedorras que te dan de comer y escribís mientras tanto cuentos sobre cowboys traumatizados y sensibles ambientados en las Grandes Planicies americanas. Sí, definitivamente creo que me gustaría ser Sam Shepard.
Me quedo con la escena donde la Kinski y su ex marido dialogan (?) en la cabina del prostíbulo de Texas, "él temía que ella se fuera una noche corriendo por la carretera y por eso le puso un cencerro en la pierna, para escuchar si ella se levantaba en medio de la noche". Pero la Kinski igual se fue, encontró la manera de escaparse. Todo eso surcado por los cielos del Oeste, en tal vez la mejor película del chanta de Wenders, la mejor película porque dejó hablar al silencio más que a su ego creativo.
Dejemos hablar al silencio entonces, callemos la voz del ego que todo lo confunde.

sábado, enero 13, 2007

martes, enero 09, 2007

Slow


I'll make you smile, smile, smile, smile, smile

Mc Kinski, la ira de Dios

Jarvis + The Streets + Amis


En el supermercado, lugar triste si los hay (Deleuze decía eso de "los muros de la Sorbona son tristes", yo lo adaptaría a un más prosaico supermercado de barrio) sonaba The Streets con ese hip hop melancólico que rotaba en las radios hace un tiempo, no me acuerdo como se llamaba. ¿Acaso estamos en el fockin' Birmingham? me preguntaba mientras pagaba mi ración de comida frente a un leader case de la explotación capitalista finisecular... toda la teoría de Pierre Bourdieu, toda, toda La Misère du Monde aguarda expectante a dos cuadras de casa para mostrarte qué puede hacer con la vidas humanas el bendito "sistema".
Después, en casa, el blogueo habitual me depara la grata sorpresa del último disco de Jarvis Cocker: una colección a la altura del mejor Pulp, nada de extrañar a Different Class, la prosa del inglés cínico intacta, recordándonos el glorioso momento de la agresión a Michael Jackson, la pintura descarnada de la gran ciudad y las vidas desperdiciadas en ella. Aunque no esté en la ciudad, siempre trabajo para la ciudad...
Y no queda otra que confesarlo a esta altura del partido: somos los salieris de Amis, le robamos líneas a él. Oh Inglaterra, Inglaterra.

lunes, enero 08, 2007

La literatura nazi en América

"Los hechos son machos. Las palabras son hembras".
Interesante la nota de P/12 del domingo dando cuenta del presente de uno de esos personajes que a priori uno adjudicaría a la mente calenturienta de algún escritor de Historias Universales de la Infamia.

sábado, enero 06, 2007

La conexión asiática

Parques de Beijing. El detective Wan corre por un sendero de piedritas blancas esquivando viejos que hacen tai chi y cagadas de perros pequineses. En su mp4 suena música occidental, la única que Wan puede soportar: Occidente, occidente. Algo de la Velvet Underground, algo de Jesus and Mary Chain, algo de My Bloody Valentine, algo de Guided By Voices. Wan corre y el silbido de sus pulmones acompaña las guitarras de esas bandas ya desaparecidas, disueltas, que alguna vez existieron y tocaron en escenarios de Londres y Nueva York, y son esas referencias a esas ciudades que Wan no conoce (pero desea ardientemente visitar algún día) las que más lo atraen de esa música. Nada de "cultura local" para Wan. Dejenme a un lado de esas canciones chinas cantadas por diminutas mujeres de pies aprisionados o por hombres afeminados con la cara blanqueada con polvo de arroz que gimen leyendas campesinas de la dinastía Ching. Dejenme de joder con los himnos proletarios de los años sesentas. No me mezclen con ninguna de esas cantatas de la Larga Marcha, con nada del Camarada Mao, con nada de esa épica atrasada. Sí, Wan odia a su país. Wan añora Occidente, o por lo menos lo que sabe de Occidente, su imagen personal de Occidente.
Y no se trata solamente de la versión exportable de Occidente que actualmente recorre China. Esas imágenes que acompañan el desembarco de las corporaciones europeas y norteamericanas, que vienen incorporadas con los rascacielos de las empresas internacionales, que viajan en los Volvos de los gerentes franceses, belgas, ingleses, americanos que recorren los barrios modernos de Beijing, reflejando en sus vidrios polarizados a viejas vendedoras de cabezas de cerdos o mantarrayas o cuernos de rinocerontes; esos gerentes rubios y de trajes negros que pasean con sus esposas rubias y sus hijos rubios con anteojos de harry potter por los parques, templos, museos y ciudades amuralladas de China. "¿Mira Larry, no es adorable ese jarrón? Se parece al que mamá tenía en su casa de los Hamptons, ¿recuerdas?".
Esa avanzada occidental genera sus propios adeptos en los chinos más vulgares e incultos. Mujeres de burócratas que se operan los ojos para agrandárselos; chicas estudiantes de arte que copian el vestuario de Brittney Spears; comerciantes esperanzados en subirse a la Gran Tren del Progreso que se queman las pestañas estudiando inglés hasta altas horas de la noche, repitiendo frases ridículas de un Cd-Rom fabricado por inmigrantes latinos o checoslovacos en algún instituto de enseñanaza de Tallahassee, Florida: "¿Cómo estás tu? Yo estoy muy bien, gracias. ¿Qué tiempo es ahora, señorita? Falta un cuarto para las diez, señor".
Ninguna de esas imposturas le cuadran a Wan. Él añora el Occidente modernista de las mejores cosas: la revolución industrial, las ciudades anónimas, las largas novelas sociales del siglo XIX, la música dodecafónica, las películas en blanco y negro de Lubitsch, la era del capital, los cuadros de Rothko, las canciones de los Who, la espalda de de Janet Leigh en Psicosis antes de ser acullillada, el horizonte recortado de los rascacielos de Nueva York tal como se ve desde el ferry de Staten Island, la silueta cubierta de petroleo de James Dean en Gigante, cierta calle de Roma que termina abruptamente en un restorán con mesas sobre el Tíber, el color de los adoquines de París iluminados por un Citroen Palas a las cuatro de la mañana, Malcom McDowell y sus secuaces ropiéndoles las piernas a un mendigo en A Clockwork Orange, el sabor de un café con leche recién hecho en un tugurio de la Gran Vía, la suma de todas las miserias, grandezas, pecados y atrocidades del lejano Occidente.
Por eso Wan es un bicho raro. Por eso lo odian en el departamento de policía de Beijing. Por eso no saben cómo sacárselo de encima. Y ahora, mientras trota por el parque central de Beijing, tapándose los oídos con una canción de The Police, medita la propuesta que le acaban de hacer: irse a investigar a Buenos Aires el misterioso asesinato de diez ciudadanos chinos en manos de un supuesto serial killer. Sería, se trata de convencer, la oportunidad por fin de conocer el otro lado del mundo, la oportunidad de dejar atrás la mediocridad oriental. Lo intriga esa ciudad sudamericana de la que no sabe nada, de la que ha podido juntar poca información. Lo atrae la posibilidad de abandonar todo lo conocido, su casa, sus amigos, sus jefes, el polvo de Beijing que se le mete en los pulmones, el atraso milenario de China que se insinua en cada esquina, en cada intersección en la forma de pagodas repletas de momias confucianas, de retratos del Gran Timonel, en malas copias de los productos más bajos de la industria occidental. Piensa Wan: Buenos Aires, la oportunidad de empezar de cero, la chance única de penetrar en occidente a través de una puerta lateral. Mejorar mi español, estar atento a las oportunidades, dejar todo atrás. Piensa todo eso Wan mientras Sting termina de cantar la estrofa final de Message in a Bottle y él sale trotando del parque de Beijing para internarse en el barrio de casas bajas donde se encuentra su departamento. Y mientras la vieja portera de su casa lo saluda y le dice que está cada día más flaco, Wan sólo piensa en huir, en huir de una vez por todas.

(Fragmento de un capítulo de la ¿novela? homónima)

miércoles, enero 03, 2007

En el Estrecho de Drake


El 2007 empieza silencioso (uh!). La música que suena ahora es un disco de Nick Drake bajado por la bendita mula, madre de las mil batallas musicales. Afuera, creo, ya dejó de llover. Estuve leyendo un libro escrito por un chico argentino de veintipico que parece una traducción de Anagrama Compactos hecha por un demente portoriqueño obsesionado con Seymour Glass. Entre párrafo y párrafo hay intercalados títulos de canciones en inglés: "Everybody have something to hide except me and my monkey"; "It's a hard rain's a-gonna fall"; "Don't let me down"; "Get Back"... Get Back...
Pienso en Saddam Hussein, tan elegante con la soga raspándole el cuello: acabo de ver la ejecución de un hombre por YouTube. Algo que hará las delicias de los interpretadores de las nuevas tendencias tecnológicas y hará sufrir escalofríos a aquellos que todavía creen en alguna sustancia metafísica llamada pudor.
Cómo sea, Drake sigue dándole a la guitarrita mientras tipeo esto. En la foto de arriba quedan plamadas las dos velocidades de la vida (si me permiten ser tan pretencioso): podés correr pero vas a salir fuera de foco, inevitablemente. Podés quedarte quieto y vas a salir bien enfocado pero sin ir a ningún lugar. Inevitablemente, también. Lo que perdés con una velocidad lo ganás con la otra, y viceversa. O sea: al final no hay gran diferencia, es solo una cuestión de estilo.
Y sí: todo está en silencio ahora. El disco terminó. Como en el estrecho de Drake, el horizonte helado se duerme y un barco negro sigue la deriva de las olas.
"The long and winding road to your door".