sábado, diciembre 17, 2005
Un tipo de sociabilidad
Hace un par de años, cursando una materia llamada sociología de la cultura, leí la investigación que había hecho un pibe llamado Claudio Benzecry. El tipo había estudiado la conformación del campo literario argentino a partir de los años 90, básicamente siguiendo el derrotero de la joven guardia (por entonces) Fresán-Forn. Durante cierto tiempo siguió a estos escritores, les hizo entrevistas, recopiló todas las notas que habían dado, todos sus artículos, todas las polémicas que habían mantenido con otras capillas literarias (esencialmente contra los ex integrantes de la revista Babel, creo que se hacían llamar "grupo Shangai"). Recuerdo que había escrito una especie de diario de campo de una presentación del libro de Fresán La velocidad de las cosas, en el ICI. Estaba Rep, Fito Paez, A. Pauls, y otros que ahora han sentado cabeza pero a mediados de los 90 se disfrazaban de enfants terribles al cobijo de Página 12. Benzecry contaba que Fresán y Forn estaban bastante preocupados por la labor del sociólogo, es decir, por como quedarían parados cuando la investigación estuviera publicada. Inclusive, confesaba, Forn llegó a ofrecerle un puesto en Radar a cambio de que no publicara su trabajo, o al menos que aminora sus juicios, que intuía bastante críticos. Esas entrañables miserias de la gente culta y con onda. Cómo sea, ahora Fresán está viejo y pelado y Forn se broncea en su ostracismo gesselino. Otras capillas han tomado por asalto el campo literario, ratificando la vieja ley de la sucesión generacional. Otra gente culta y con onda que trata de aprovechar al máximo la llamada juventud, otras presentaciones de libros, otros enfants terribles que repiten los gestos y las ambiciones de sus predecesores. También nuevos Benzecrys se dedicarán a radiografiar el estado del campo literario y a levantar los enredados mapas de las alianzas y las enemistades literarias. La sociología no es una ciencia que incomoda, como decía, errado, Bourdieu. La literatura no es el refugio de los desesperados como decía, esperanzado, Cheever. Son apenas excusas para encontrarse, para verse, para comunicarse. No queremos escribir en realidad, solo queremos conocer gente. Seguimos escribiendo porque, como decía lúcido Bolaño: "los encuentros sexuales y los libros son finitos, pero las ganas de follar y de leer (escribir) son infinitas".
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