Por un lado lo tenemos al Doctor Grondona, experto en torcer autores ya muertos para hacerles decir lo que jamás hubieran osado decir sin reconocer algún incipiente síntoma de psicosis o, un para la época desconocido mal de Alzheimer. El liberal Locke transformado en apologista de la tortura, el pederasta Aristóteles convertido por arte de magia en defensor de la moralidad puritana cristianuchi, el antimonárquico Hobbes utilizado para darle la razón a Juan Carlos Blumberg. El Doctor, claro, suelta la cadena a veces cuando relata esas encantadoras anécdotas de los no menos encantadores años de la Escuela Superior de Guerra, el interinato de Guido o los cursillos del Opus Dei.
Despúes está el hijo pródigo, Ale Rozitchner. Intelectual de cabecera de Mario Pergolini antes que lo abandonara por el ascendente brand new star del pseudo revisionismo Felipe Pigna. Consultor de empresas (supongo que las multinacionales blanquean la guita del narcotráfico a través de gastos como la consultoría de Ale) les ofrece a ejectivos y publicistas (creativos!) que no han leído más que "Padre pobre, Hijo rico" en alguna reposera de Pinamar, las riquezas que la filosofía puede aportarle al laboriosa tarea corporativa. Su horizonte cultural combina Nietzsche con Isabel Allende, José María Aznar con Martin Amis, Bataille con Tus zonas erróneas. Habla en el coloquio de IDEA (los CEOs estarán pensando mientras en el travesti que se cojerán esa noche en el Costa Galana) y sueña con una amplia coalición anti k que una a Mauri con Binner y Sabatella. Papá Rozitchner prepotea alumnos de Sociales restregándoles por la cara su amistad con un agonizante Merleau-Ponty en el París de los 50, Ale se conforma con patotear endebles peleles de Quebracho y defender al rotisero a quien le rompieron la vidriera en la anticumbre de la Feliz.
Por último, la santísima trinidad de los domingos after Majul se completa con un ignoto periodista llamado Luis Novaresio (gracias Henry More por el dato). Aparentemente cumple el rol de la sensatez democrática ante los desbordes de Ale y la nostalgia (¿cincuentista?) del Doctor. En realidad bajo esa blanda apariencia se encubre la vieja táctica del "policía bueno", aquel que le ofrece un cigarrillo al desgraciado que está bajo los focos del interrogatorio y le recomienda hablar con él que es más civilizado que sus colegas de la fuerza. El piquetero de marras, o el eventual "progresista" sentado a la mesa ve en Novaresio la figura tranquilizadora de un esbirro amable y por lo tanto se franquea con él mientras Ale y el Doctor retoman fuerzas para el próximo coup de droite. Pero en seguida nos damos cuenta que en realidad Novaresio no es más que un típico ejemplar del periodismo bienpensante con su pátina de pretendido republicanismo e institucionalismo aprendido de los grandes maestros como Nelson Castro, Joaquín Morales Solá o Magdalena Ruiz Guiñazú (y dentro de poco, Jorge Lanata).
En fin, extrañamos al gordo Rozín y su pregunta animal y a Gigí Marziotta. Eso, basicamente.
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