domingo, abril 15, 2007

¿Qué pasa cuando las uvas de la ira se secan?

Es una verdadera lástima vivir en estos tiempos desdramatizados, donde la tragedia escasea y la única salida para el pathos acorralado de nuestras vidas es el gesto irónico y pseudo gracioso. Haciendo una digresión, habría que escribir algo acerca del "espíritu de la ironía" y la corrosión del caracter, cómo diría Sennett, que esta acarrea. Sin duda la civilización consiste en ir puliendo nuestros instintos y lograr una sublimación de los mismos que evite, en lo posible, el derramamiento de sangre.
Ahora bien, escribo derramamiento de sangre pensando en Jorge Telerman. Es cómo si una palabra llevara a la otra sin mediación alguna. Pienso en eso carteles horribles, frívolos, inútiles de la Actitud Buenos Aires. Ahora hay uno que dice algo tipo "Buenos Aires Om" e invita a una jornada -libre y gratuita- de relajación oriental en (cuándo no) Palermo. ¿Qué clase de mente enferma puede diseñar una política comunicacional que pase por esas banalidades? Una mente y un cuerpo acostumbrado al confort, a la saciedad, a la vereda luminosa de la vida. Una mente hecha en base a "programas" de sábado a la noche que incluyen esa mezcla tan triste del cosmopolitismo periférico y el sin sentido típico de los habitantes del barrio antes mencionado. Nada que ver con la ciudad bestial que expulsa contingentes de muertos de hambre todos lo días vía el aumento descontrolado de la renta de la tierra y de las propiedades. Nada que ver con las casas que se desmoronan debido a la codicia sin límites de la corporación inmobiliaria, o los asentamientos que se incendian misteriosamente.
El gobierno Telerman es el gobierno de los verdaderos triunfadores post 2001, y para peor, de los triunfadores que se perciben a sí mismos como no-triunfadores (lo que los igualaría subjetivamente con los triunfadores de los 90), como una clase de gente cuyo único capital es cultural, olvidando que en el actual capitalismo la posesión de capital cultural y capital social iguala el valor que en el viejo capitalismo tenía el capital económico. Cómo si poseer una maestría de una universidad del extranjero (pero no una cuenta bancaria taaaan grande) no fuera en los actuales tiempos un indicador más que obvio de una situación privilegiada dentro de la estructura social. A la gente "con capital cultural" habría que recordarle esa frase genial que Bourdieu les dedicaba a los intelectuales: el mayor de sus goces consiste en el olvido de las condiciones sociales que los produjeron como tales.
Y mientras tanto, mientras comen comidas étnicas, mientras salen del cine comentando la última de Kim Ki Duk, mientras se llaman telefónicamente (celularmente) para seguir el programa en la casa de aquellos amigos entrañables, mientras hablan del compañero de facultad que ahora vive en Nueva York y del soporífero atraso en los vuelos de Ezeiza, y de la muestra imperdible que abrió en alguna galería hype, mientras hacen todo eso bajo la mirada de Buda de Jorge Telerman y el mundo se reduce a las manzanas comprendidas entre Córdoba y el río, hay -sin duda que hay- personas para las cuales la vida es algo más y algo menos que un programa feliz de findesemana. Esos no privilegiados, esos que se acuestan temprano, esos que siguen ligando trabajo a algo producido materialmente, esos que no viajan, que no van al cine, que ni siquiera alientan la secreta esperanza de las vacaciones, esos que nunca dicen que están estresados, que dicen más bien que están molidos, que tienen la espalda rota, que tiene los pies a la miseria y luego se ponen a ver antes de dormir a tinelli o a gran hemano o a osvaldo laport en el televisor con una carpetita pedorra encima con adornitos vulgares, con souvenires de alguna fiesta de 15, con una fotito no digital que los chicos se sacaron en el zoológico de florencio varela, y tienen unos pocos libros en el rapiestant donde seguro que no hay ningún kazuo ishiguro ningún nabokov ningún néstor perlongher ningún copi ninguna djuna barnes ningún parís era una fiesta, pero sí alguna enciclopedia de lomo carmesí pero sí algún diccionario pero sí algún manual que los pibes ya no usan o algún libro de enseñanzas para la vida escrito por algún chanta que dice grandes verdades, de esas certeras e incontestables. Y esos son los que antes llamábamos "la sal de la tierra" y ahora son simplemente tierra o ni siquiera eso. Esos son los que heredarían el paraíso que nuestras luchas fallidas (qué suerte tío, qué suerte tía, que no están para ver tanta tristeza ahora) les iba a preparar. Pero ahora ya estamos lejos de que en nuestros corazones resuene algo parecido a la música que John Ford ponía al final de Viñas de ira, cuando Henry Fonda se aleja de la villa miseria y esas estrofas -arriba los parias del mundo/ arriba famélica legión...- dejaban al espectador con el gusto agridulce del magnífico porvenir. Ahora ya hemos desandado tanto el camino que no podríamos encontrar -aún queriéndolo- la buena senda.
Telerman es sólo un nombre. Intercambiable por cualquier otro. Hasta me arrepiento de haberlo mentado, pero ya no tengo ganas de borrarlo. Lo importante es otra cosa. Es saber quienes ganan siempre y quienes pierden siempre. Y lo más difícil es saberlo y no tener el coraje de actuar en consecuencia.

6 comentarios:

Ulschmidt dijo...

pero si nosotros tuvimos nuestro Steinbeck, fue Arlt - en cierta forma.

Anónimo dijo...

Mariano, que buen post...

mariano dijo...

tuvimos un arlt, pero no tuvimos un vonnegut.

Anónimo dijo...

di benedetto?
gusman??

r dijo...

Si, si , hay que tirar abajo esa vision romantica de las grandes figuras. Tellerman es solo el punto en donde confluyen una serie de redes sociales un tanto hegemonicas. Que este podrido no es lo importante. Ahora, las relaciones de poder son otra cosa...

Anónimo dijo...

felicitadismo!