viernes, marzo 24, 2006

30

Sí, ya lo sé. Algunos dirán que me dio un extraño brote místico bolañano, que ya ponderé demasiadas veces la escritura del "sudaca volador", que ya está bien con tanta insistencia, que glosar libros es hacerle un flaco favor a la literatura (sea lo que sea la dichosa "literatura"). Hoy es 24 de marzo y mucho se ha escrito sobre el tema estas últimas semanas (la palabra hipocresía me viene a la mente cuando pienso en ciertos suplementos de los diarios, en ciertos informes televisivos, en ciertas declaraciones de recientes conversos). Pienso en la derrota feroz y en la muerte temprana. Pienso en esa puta malvada llamada Historia, siempre dispuesta a arruinar los más perfectos planes, siempre preparada para devolverle a las cosas su viejo orden. Todo pensamiento historicista es conservador, por eso los momentos breves de ruptura del orden son como suspensiones momentáneas de la Historia, islas ahistóricas de libertad que terminan por ser barridas indefectiblemente por el viento pesado, viejo y malvado de la Historia. También nosotros vamos a ser barridos por ese viento. También ellos (ellos que yo no conocí sino por el recuerdo de los que quedaron vivos) fueron limpiados para siempre de esta triste tierra. Ellos están muertos (¿dónde están?) y nosotros estamos vivos. Y esa es toda la diferencia por ahora. Y aunque sabemos que esa diferencia en algún momento ya no va a ser tal, creánme que hoy por hoy es una gran diferencia. Sacrificio, masacre, inmolación. No tengo ganas de discutir esos términos, no tengo ganas ahora de dilucidar qué palabra se ajusta más a la realidad, qué definición es historicamente más exacta. Porque ellos ya no están, porque la muerte es irremediable, porque el dolor de los que quedaron vivos excede cualquier sutileza.
Y para terminar, ahora sí, los dejo con el sudaca volador, con el perro romántico, con el detective salvaje que en su novelita Amuleto escribió lo que sigue y yo no pude dejar de copiar y leer hoy (hoy, sí, justamente hoy) decenas de veces:

"Así pues los muchachos fantasmas cruzaron el valle y se despeñaron en el abismo. Un tránsito breve. Y su canto fantasma o el eco de su canto fantasma, que es como decir el eco de la nada, siguió marchando al mismo paso que ellos, que era el paso del valor y de la generosidad, en mis oídos. Una canción apenas audible, un canto de guerra y de amor, porque los niños sin duda se dirigían hacia la guerra pero lo hacían recordando las actitudes teatrales y soberanas del amor.
¿Pero qué clase de amor pudieron conocer ellos?, pensé cuando el valle se quedó vacío y sólo su canto seguía resonando en mis oídos. El amor de sus padres, el amor de sus perros y de sus gatos, el amor de sus juguetes, pero sobre todo el amor que se tuvieron entre ellos, el deseo y el placer.
Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.
Y ese canto es nuestro amuleto."

No hay comentarios.: