miércoles, diciembre 28, 2005

Quintinianas

Lo que molesta a muchos de la crítica de Quintín a la "joven guardia" es fundamentalmente que es una crítica en el sentido más lato de la palabra. Es decir, en el sentido de crítica como juicio negativo de una obra. Esto es así debido a que en el campo literario los críticos pertenecen al mismo "mundo" que los criticados, cosa que en el campo cinematográfico es muy diferente. En el mundillo literario quienes se encargan de criticar (o mejor dicho de reseñar) son también escritores, y por lo tanto comparten con lo criticados no solamente el "amor a los libros" sino también una posición común dentro del sistema general de dicho campo. Para decirlo cruelmente: no hay en la crítica literaria una separación de roles sustantiva, más bien existe una rotación de funciones donde hoy uno critíca una obra y mañana pasa a ser objeto de crítica por ese mismo que ayer fue criticado por uno. No sorprende, entonces, el nivel de benevolencia, de suavidad, de moderación que campea en las críticas literarias. Nunca, o casi nunca, se crítica un libro en el sentido fuerte y prosaico de la palabra. Nunca se destroza a un autor o se lo tacha de mediocre. A juzgar por las reseñas aparecidas en revistas y diarios (en blogs sería otra historia) uno debería creer que todo lo que se publica en el país posee una calidad sorprendente, o que todas las semanas se da a luz continuas obras maestras. Por eso la sorpresa y el desagrado cuando una personalidad conocida pero que no pertenece al "medio" se embarca en la tarea de juzgar una serie de obras. Por eso tales juicios de un semi outsider deben ser remitidos a explicaciones estrafalarias como la "locura", la "mala leche" o el resentimiento. Siempre, claro, se puede apelar a las más groseras falacias ad hominem para desacreditar los juicios críticos que no nos gustan. Los juicios críticos producidos por gente que no es amiga nuestra, que no pertenece a al mismo círculo, que habla un lenguaje diferente al de nuestra pequeña comunidad espiritual.
En este sentido es clave pensar las diferencias entre la crítica literaria y la crítica de cine. Esta última (aún la más sofisticada) es propensa a juzgar en un sentido fuerte del término. Frente a una película siempre está la obligación para el crítico de pronunciarse por su valor estético, por situar la obra dentro de una jerarquía que va de lo descartable a lo sublime. La crítica de cine pertenece a un mundo muy distinto al de la crítica literaria: un mundo forjado más en el periodismo, en la recomendación al lector, en el didactismo esclarecedor. Sin llegar a la grosería de la calificación escolar (mala, regular, excelente, etc.) impuesta por los medios masivos, la crítica de cine necesita expedirse claramente sobre su objeto. Vayan a verla o quédense en casa.
Esto se explica principalmente por la diferente posición que los críticos de cine ocupan frente a su objeto de análisis: mientras que los críticos literarios son escritores (y por tanto potenciales objetos de crítica en un futuro), los críticos de cine no son directores, permanecen afuera del sistema de producción de películas y por lo tanto gozan de una mayor libertad (relativa) para ensalzar o defenestrar un film.
Todas estas cuestiones se ponen de manifiesto en la operación que Quintín viene desarrollando este último tiempo: su pasaje de la crítica de cine a la crítica literaria. No es extraño, entonces, que las voces de los criticados se alcen al unísono para denunciar la supuesta ignorancia teórica, el resentimiento o la mala fe de Quintín. Siempre sucede que cuando se pasa de un campo a otro el capital simbólico acumulado es considerado insuficiente para actuar en la nueva esfera y por tanto es sometido a una crítica mucho más dura que la concedida a los partícipes habituales de dicho campo. El extranjero habla una lengua desconocida y sus modales no se ajustan a las convenciones del buen gusto sostenidas por la comunidad que lo recibe. Es una situación conocida, pero no por eso deja de ser llamativa.
En la última entrega de su divertido y malévolo paseo por la "joven guardia" publicado en los trabajos prácticos, Quintín descubre las afinidades apenas ocultas de un grupo de escritores jóvenes con su "mentor" literario Diego Paszkowski. En un ejercicio de la más pura sociología de la literatura el rastreo de las dedicatorias de los libros de dichos autores jóvenes revela una densa red de compromisos, amistades y relaciones que va mucho más allá de la simple camaradería de la república de las letras. No es sólo el cuestionamiento del taller Paszkowski como fuente de una literatura banal y amanerada; es también el sacar a la luz ciertos procedimientos, ciertos vínculos, ciertas conexiones que la crítica literaria benévola habitual jamás pone al descubierto. Pienso en el hecho de que Paszkowski dirija una colección de (justamente) autores jóvenes en una editorial importante; hecho que da cuenta del lado crudamente material de un mundo que se piensa a sí mismo como puramente espiritual.
Lo que molesta de ese tipo de crítica es que pone al descubierto el lado más prosaico, más social, más material de un tipo de producción que basa todo su poder y todo su prestigio en el olvido de las condiciones sociales de su génesis.

2 comentarios:

Christian Nobile dijo...

Gracias por la explicacion acerca de mi duda.

Nacho dijo...

Coincido, esos artículos sobre "la red Paszkowski" me parecieron geniales.