miércoles, febrero 27, 2008
Agregado
Digo, por último, que no habría que confundir la heterogeneidad progresista con la cadena de diferencias nucleada en torno a un significante vacío como en Laclau, bla bla bla. Hay dos millones de libros escritos para desentrañar la identidad peronista y explicar como convivieron en él Osinde y Norma Arrostito, o Cooke y Vandor. No quiero meterme en eso, las explicaciones son varias (e insatisfactorias, porque la pregunta sigue en pie) pero el hecho es que sí se puede hablar de "identidad peronista" y que esa identidad se ha cristalizado en un movimiento político. El libro de Daniel James sobre la resistencia peronista, me parece de lo mejor que se escribió sobre el tema. En el caso del progresismo, tal como se expresa en la posición "soy progresista" (digamos a un nivel silvestre, tal como lo leemos en la prensa, o lo escuhamos en la vida cotidiana) apenas está una palabra en común, que muchas veces sirve para no pronunciar otra palabra (izquierda, centroizquierda), pero por debajo apenas hay algunas imágenes y símbolos débiles, que no alcanzan para conformar un sentido "fuerte". Probablemente se deba al fracaso del alfonsinismo y de la Alianza, que impidieron que se conformara una tradición en ese sentido, no sé.
Todo el poder a ................. (complete lo que corresponda)
Son interesantes los planteos que hace un par de días se hicieron acá sobre el dificultades del progresismo con el poder, con su práctica y objetivos. Pero me gustaría ir a algo más básico: la palabra "progresista" misma. ¿Qué es? ¿A qué identidad responde? No hablo en términos universales, sino a cómo se usa en la Argentina, a qué hace referencia en la política del país.
Me da la sensación que muchas veces el término ocupa el lugar de comodín fácil, una definición que más o menos el interlocutor entiende pero sobre la que mejor no hacer muchas indagaciones. "Yo soy progresista" se dice con toda buena voluntad, y concedamos en mucha gente, convencimiento. Una serie de símbolos identitarios de estos últimos 25 años que congregan imaginativamente a cierta gente: el juicio y castigo a los militares de la dictadura, el anti-menemismo (estético y político, según los casos), cierta referencia a la socialdemocracia europea (más el PSOE que el Laborismo británico), ciertas simpatías internacionales e históricas (Fidel, Cuba romantizada, los sesentas, ¿los setentas?, ¿Chávez? mmmm). Más allá de eso, si la charla se profundiza y seguimos ahondando en los rasgos de la identidad progresista, encontramos diferentes cosas. Desde los ex PC, los ex MAS, los ex PI, los antiguos fascinados por el caudillo del Varela Varelita, desengañados alfonsinistas, tímidos kirchneristas-hasta-ahí, socialistas viejos y nuevos, etc, etc, etc. Por supuesto, también están los que usan el término "progresista" como un esmalte finito y transparente para cubrir la indecisión o cierta vaporosa identificación "con la sensibilidad social y la buena onda". Progresismo(s) blancos, aunque ahora estemos enamorados del negro Obama.
Por eso, creo, es díficil lograr una pragmática del poder cuando, no sólo hay que sobreponerse a los fracasos históricos (del IPA al procesamiento por coimas de De La Rúa, ¿cómo se levanta a ese muerto?) y a la ocupación del espacio que ejerce el peronismo, sino que hay que ir sincerando las identidades, lo que de hacerse, claro, dejará a gente afuera, del otro lado.
Además de las preguntas que lanzaba María Esperanza en La Barbarie (sobre el poder, sobre cómo se acumula y para qué) hay que plantear dos cuestiones más incómodas: ¿Qué es ser progresista? ¿Quiénes son los progresistas?
(El chiste de Rep de hoy en Página 12, resume bastante bien ese estado indeciso y frágil de la identidad progresista argentina de la que hablaba.)
Me da la sensación que muchas veces el término ocupa el lugar de comodín fácil, una definición que más o menos el interlocutor entiende pero sobre la que mejor no hacer muchas indagaciones. "Yo soy progresista" se dice con toda buena voluntad, y concedamos en mucha gente, convencimiento. Una serie de símbolos identitarios de estos últimos 25 años que congregan imaginativamente a cierta gente: el juicio y castigo a los militares de la dictadura, el anti-menemismo (estético y político, según los casos), cierta referencia a la socialdemocracia europea (más el PSOE que el Laborismo británico), ciertas simpatías internacionales e históricas (Fidel, Cuba romantizada, los sesentas, ¿los setentas?, ¿Chávez? mmmm). Más allá de eso, si la charla se profundiza y seguimos ahondando en los rasgos de la identidad progresista, encontramos diferentes cosas. Desde los ex PC, los ex MAS, los ex PI, los antiguos fascinados por el caudillo del Varela Varelita, desengañados alfonsinistas, tímidos kirchneristas-hasta-ahí, socialistas viejos y nuevos, etc, etc, etc. Por supuesto, también están los que usan el término "progresista" como un esmalte finito y transparente para cubrir la indecisión o cierta vaporosa identificación "con la sensibilidad social y la buena onda". Progresismo(s) blancos, aunque ahora estemos enamorados del negro Obama.
Por eso, creo, es díficil lograr una pragmática del poder cuando, no sólo hay que sobreponerse a los fracasos históricos (del IPA al procesamiento por coimas de De La Rúa, ¿cómo se levanta a ese muerto?) y a la ocupación del espacio que ejerce el peronismo, sino que hay que ir sincerando las identidades, lo que de hacerse, claro, dejará a gente afuera, del otro lado.
Además de las preguntas que lanzaba María Esperanza en La Barbarie (sobre el poder, sobre cómo se acumula y para qué) hay que plantear dos cuestiones más incómodas: ¿Qué es ser progresista? ¿Quiénes son los progresistas?
(El chiste de Rep de hoy en Página 12, resume bastante bien ese estado indeciso y frágil de la identidad progresista argentina de la que hablaba.)
lunes, febrero 25, 2008
Words are flying out like endless rain into a paper cup

El otro día coincidimos con Henry que si un psicópata te pone un revólver en la cabeza (alguien tipo Bardem en la última de los Coen, ponele) y te obliga a elegir una y sólo una canción de los Beatles, elegiríamos Across the Universe.
Con Vawe acordamos, también, que la versión de Fiona Apple estaba más que bien.
Jai guru deva om
Jai guru deva om
(In memoriam, por qué no, del chanta este que se fue hace poco al cielo de los Vedas, y que en su momento, dicen, supo comerse a la entonces apetecible Mia Farrow)
domingo, febrero 24, 2008
Siguiendo
Quiero decir, nada peor para elaborar algo medianamente crítico que la sana indignación que surge cuando uno lee las declaraciones de los macristas justificando el desalojo, o se entera del proyecto de un diputado del PRO (salió ayer en Perfil) que propone prohibir el ingreso de cartoneros a la capital. Sí, la palabra apartheid viene sola.
Ahora que releo lo que escribí abajo veo que me dejé llevar por esa indignación. Cuando pasa eso uno cae en obviedades que deberían darse por sabidas. Obvio que los vecinos de Belgrano no quieren ver pobres, por eso viven en Belgrano. Obvio que Macri y cía quieren una ciudad para los happy few, están cumpliendo a rajatabla sus promesas, están cumpliendo aquello por lo que fueron votados. Todo eso no debería sorprendernos, no debería ser más que una triste confirmación de lo que ya sabíamos. En vivo y en directo. A veces me da risa cuando escucho a gente negar la lucha de clases. Siempre está ahí, frente a nuestros ojos. Leamos Ámbito Financiero, leamos La Nación (desde el editorial al suplemento de polo, desde la sección Sociedad al foro de internet), hablemos con 7 de 10 porteños: lucha de clases. Más o menos solapada, más o menos explícita, me pongo hobbesiano y diría bellum omnium contra omnes. Lo de Barrancas es eso, no lo neguemos. El espacio es chico y no todos podemos ni queremos convivir en él.
Ahora, si queremos encubrir eso apelando a la salubridad, a la higiene, al "nido de chorros", al paco, a la santa seguridad, al amor al prójimo, a la conciencia social, al bienestar general, etc., es una decisión de cada uno. Todos tenemos (y de hecho lo hacemos) el derecho a contarnos a nosotros mismos las historias que nos hagan sentir buenos, todos tenemos el derecho a nuestras propias fábulas tranquilizadoras, a nuestras teodiceas como diría Weber, a hacer de la necesidad virtud como diría Bourdieu.
Me acuerdo que tipo año 2002, en una entrevista, la profesora Sarlo había llamado a los cartoneros cirujas. El otro día la sensible y bien intecionada Mónica Gutiérrez en su programa de cable a donde siempre invita mujeres golpeadas y feministas aguerridas, entrevistó a una cartonera de Barrancas y le preguntó hacía cuanto que "revolvía basura". La tipa le contestó que no "revolvía basura" que ella trabajaba. Para algunos será sólo una diferencia semántica, para otros - entre los que me cuento - es una diferencia moral. Y más: una diferencia política. Los que revuelven basura están solos, están liquidados. Los que trabajan - los que llaman a su hacer trabajo - al menos saben que cuentan con esa fuerza y que nadie va a hacer nada por ellos excepto ellos mismos. Animal Laborans / Homo Faber / Homo Politicus.
Ahora que releo lo que escribí abajo veo que me dejé llevar por esa indignación. Cuando pasa eso uno cae en obviedades que deberían darse por sabidas. Obvio que los vecinos de Belgrano no quieren ver pobres, por eso viven en Belgrano. Obvio que Macri y cía quieren una ciudad para los happy few, están cumpliendo a rajatabla sus promesas, están cumpliendo aquello por lo que fueron votados. Todo eso no debería sorprendernos, no debería ser más que una triste confirmación de lo que ya sabíamos. En vivo y en directo. A veces me da risa cuando escucho a gente negar la lucha de clases. Siempre está ahí, frente a nuestros ojos. Leamos Ámbito Financiero, leamos La Nación (desde el editorial al suplemento de polo, desde la sección Sociedad al foro de internet), hablemos con 7 de 10 porteños: lucha de clases. Más o menos solapada, más o menos explícita, me pongo hobbesiano y diría bellum omnium contra omnes. Lo de Barrancas es eso, no lo neguemos. El espacio es chico y no todos podemos ni queremos convivir en él.
Ahora, si queremos encubrir eso apelando a la salubridad, a la higiene, al "nido de chorros", al paco, a la santa seguridad, al amor al prójimo, a la conciencia social, al bienestar general, etc., es una decisión de cada uno. Todos tenemos (y de hecho lo hacemos) el derecho a contarnos a nosotros mismos las historias que nos hagan sentir buenos, todos tenemos el derecho a nuestras propias fábulas tranquilizadoras, a nuestras teodiceas como diría Weber, a hacer de la necesidad virtud como diría Bourdieu.
Me acuerdo que tipo año 2002, en una entrevista, la profesora Sarlo había llamado a los cartoneros cirujas. El otro día la sensible y bien intecionada Mónica Gutiérrez en su programa de cable a donde siempre invita mujeres golpeadas y feministas aguerridas, entrevistó a una cartonera de Barrancas y le preguntó hacía cuanto que "revolvía basura". La tipa le contestó que no "revolvía basura" que ella trabajaba. Para algunos será sólo una diferencia semántica, para otros - entre los que me cuento - es una diferencia moral. Y más: una diferencia política. Los que revuelven basura están solos, están liquidados. Los que trabajan - los que llaman a su hacer trabajo - al menos saben que cuentan con esa fuerza y que nadie va a hacer nada por ellos excepto ellos mismos. Animal Laborans / Homo Faber / Homo Politicus.
sábado, febrero 23, 2008
El derecho a la ciudad
A fin de cuentas, lo que está siempre en cuestión es el derecho a existir. No es algo dado, algo sobrentendido. Es, como en el resto de las interacciones sociales, una cuestión de poder en última instancia. Y es una obviedad decir que en un régimen capitalista ese poder que cada uno detenta se expresa principalmente en los recursos económicos que posea. No únicamente, pero sí principalmente.
El desalojo sin orden judicial (¿pero cambiaría algo la cuestión que hubiera sido con orden judicial?) de los cartoneros asentados en Barrancas de Belgrano revela quienes tienen derecho a usar la ciudad, quienes tienen derecho a hacer uso del espacio público. La doxa progresista de los burócratas y los vecinos bien pensantes concibe al espacio público como una zona donde las diferencias de clase quedarían suspendidas, mágicamente, en favor de una igualdad temporaria, una igualdad cuasi ateniense donde sólo la cualidad de "ciudadanos" abre la puerta del disfrute urbano a todos por igual.
Las cosas son bien diferentes a la bella doxa que elaboran en sus escritorios y ONGs los cráneos del pensamiento urbano. El espacio público es espacio social y en él juega la misma lógica que en el espacio privado: para vivir en un depto de Barrancas tenés que tener plata y pertenecer a cierto estrato socioeconómico, tenés que tener cierta posición. Lo mismo para usar el espacio público de Belgrano. Si no cumplís esas condiciones, afuera.
El caracter "igualitarista" de la Argentina del siglo XX - del que hablaba nostálgicamente Lucas Rubinich en una nota en P/12 esta semana - hace tiempo que se fue al tacho. Ahora, desde la derecha se erige el viejo discurso del orden (la limpieza, la salubridad, el cuidado de la estética de una ciudad cada vez más diseñada como paseo turístico, el fantasma de la delincuencia) y desde la progresía bondadosa se exhorta a la aplicación de soluciones asistenciales que les permitan a sus psicoanalizados vecinos conciliar el sueño.
Así como el aumento incensante de los alquileres está, silenciosamente, expulsando de la ciudad a miles de familias pobres, así como las normas de habilitación heredadas de la paranoia post Cromañón han logrado cerrar numerosos espacios culturales y comerciales, la embestida decidida del gobierno PRO y el apoyo de los vecinos que no quieren oler a un pobre en sus cuidados espacios verdes, están rediseñando una ciudad cada vez más homogénea socialmente. Una ciudad donde el derecho a usarla esta reservado para unos, felices y educados, pocos.
El desalojo sin orden judicial (¿pero cambiaría algo la cuestión que hubiera sido con orden judicial?) de los cartoneros asentados en Barrancas de Belgrano revela quienes tienen derecho a usar la ciudad, quienes tienen derecho a hacer uso del espacio público. La doxa progresista de los burócratas y los vecinos bien pensantes concibe al espacio público como una zona donde las diferencias de clase quedarían suspendidas, mágicamente, en favor de una igualdad temporaria, una igualdad cuasi ateniense donde sólo la cualidad de "ciudadanos" abre la puerta del disfrute urbano a todos por igual.
Las cosas son bien diferentes a la bella doxa que elaboran en sus escritorios y ONGs los cráneos del pensamiento urbano. El espacio público es espacio social y en él juega la misma lógica que en el espacio privado: para vivir en un depto de Barrancas tenés que tener plata y pertenecer a cierto estrato socioeconómico, tenés que tener cierta posición. Lo mismo para usar el espacio público de Belgrano. Si no cumplís esas condiciones, afuera.
El caracter "igualitarista" de la Argentina del siglo XX - del que hablaba nostálgicamente Lucas Rubinich en una nota en P/12 esta semana - hace tiempo que se fue al tacho. Ahora, desde la derecha se erige el viejo discurso del orden (la limpieza, la salubridad, el cuidado de la estética de una ciudad cada vez más diseñada como paseo turístico, el fantasma de la delincuencia) y desde la progresía bondadosa se exhorta a la aplicación de soluciones asistenciales que les permitan a sus psicoanalizados vecinos conciliar el sueño.
Así como el aumento incensante de los alquileres está, silenciosamente, expulsando de la ciudad a miles de familias pobres, así como las normas de habilitación heredadas de la paranoia post Cromañón han logrado cerrar numerosos espacios culturales y comerciales, la embestida decidida del gobierno PRO y el apoyo de los vecinos que no quieren oler a un pobre en sus cuidados espacios verdes, están rediseñando una ciudad cada vez más homogénea socialmente. Una ciudad donde el derecho a usarla esta reservado para unos, felices y educados, pocos.
sábado, febrero 09, 2008
Para acabar de una vez con toda la cultura
1- Feinmann ("el bueno", José Pablo) cruza Paraguay a la altura de Azcuénaga, lo rodean dos minitas bastante buenorras que le hablan con esa miradita tan sumisa de la alumna que quiere trepar. Ay nena, ni que fuera Horkheimer el boludo ese. Ni que fuera, te diría, un Tomás Abraham que al menos tiene su onda (y una fábrica de medias en Ciudadela). Feinmann les dice a las minitas mientras esperan el verde del semáforo: sí, sí, claro, claro, eso, así, así. Las trepas se desviven por colar algún bocadillo minimamente interesante: sueñan con acomodarle los papeles a Feinmann en esos cursos pedorros que da en la escuela lacaniana (o psiconalítica, me confundo) esos cursillos de Nietzsche y el peronismo, de Heidegger y la Dictadura de Videla, de Foucault y Kirchner, esos cursos que recicla de los suples de Página, esos divagues que pergueña para convencer a una clientela cautiva de que la filosofía puede ser accesible o peronista.
2- O la minita solitaria que baja desesperada al chino a las 9:55 para comprar su bandejita de verduritas antes de que cierre. La ciudad es terrible para esas almas, tan cruel. La minita deja prendida la PC, deja prendido el msn, chatea con un escritor. Buenos Aires roza los cuarenta grados, un asco. El escritor está en Europa, allá son las 3 de la mañana y hace un frío de esos que baten récords de homeless congelados hasta la muerte. El nickname del tipo es Meursault, algo obvio, poco original pero que sirvió para establecer un punto en común al principio de la historia. La mina y el escritor chatean todas las noches sin falta, siempre a la misma hora. Digamos que el escritor es francés. Digamos que el escritor es un hijo de puta. Digamos que el escritor es Michel Houellebecq. Hablan sobre Buenos Aires y sobre París, sobre Alfred Jarry, sobre Marcel Mauss, sobre los rumores de que Cortázar (a quien Houellebecq desconocía) murió de sida. Siempre hay un punto, pasadas las cinco de la mañana hora argentina en que la conversación comienza a languidecer. El escritor se muestra parco, contesta con oui y con non, con frases cortas que hacen desesperar a la mina - lo voy a perder, lo voy a perder. El escritor conecta la web cam y aparece la parte superior de su cabeza, un fondo de pared blanca, una puerta abierta. Le dice friamente que se está masturbando, que ella haga lo mismo. Aunque la situación es ridícula (y ella no puede evitar pensar en ese rídiculo, en ese absurdo a diez mil kilómetros de distancia, pero el miedo es más fuerte) se mete la mano en la bombacha. Primero por encima de la tela, después haciéndo a un lado la prenda, convirtiendo el triangulito en una tensa tira de tela oprimida contra el muslo. Cierra los ojos para no ver la pantalla, el pelo ralo del escritor, la pared blanca. Cuando abre los ojos hay un mensaje de despedida: hasta mañana, que duermas bien. Usuario no conectado.
3- He visto a las más desoladoramente tristes mentes de mi generación imitar a Woody Allen en la puerta de la Lugones, del Cosmos, del Rojas: las chicas que los acompañaban siempre parecían tener ganas de irse con otro.
2- O la minita solitaria que baja desesperada al chino a las 9:55 para comprar su bandejita de verduritas antes de que cierre. La ciudad es terrible para esas almas, tan cruel. La minita deja prendida la PC, deja prendido el msn, chatea con un escritor. Buenos Aires roza los cuarenta grados, un asco. El escritor está en Europa, allá son las 3 de la mañana y hace un frío de esos que baten récords de homeless congelados hasta la muerte. El nickname del tipo es Meursault, algo obvio, poco original pero que sirvió para establecer un punto en común al principio de la historia. La mina y el escritor chatean todas las noches sin falta, siempre a la misma hora. Digamos que el escritor es francés. Digamos que el escritor es un hijo de puta. Digamos que el escritor es Michel Houellebecq. Hablan sobre Buenos Aires y sobre París, sobre Alfred Jarry, sobre Marcel Mauss, sobre los rumores de que Cortázar (a quien Houellebecq desconocía) murió de sida. Siempre hay un punto, pasadas las cinco de la mañana hora argentina en que la conversación comienza a languidecer. El escritor se muestra parco, contesta con oui y con non, con frases cortas que hacen desesperar a la mina - lo voy a perder, lo voy a perder. El escritor conecta la web cam y aparece la parte superior de su cabeza, un fondo de pared blanca, una puerta abierta. Le dice friamente que se está masturbando, que ella haga lo mismo. Aunque la situación es ridícula (y ella no puede evitar pensar en ese rídiculo, en ese absurdo a diez mil kilómetros de distancia, pero el miedo es más fuerte) se mete la mano en la bombacha. Primero por encima de la tela, después haciéndo a un lado la prenda, convirtiendo el triangulito en una tensa tira de tela oprimida contra el muslo. Cierra los ojos para no ver la pantalla, el pelo ralo del escritor, la pared blanca. Cuando abre los ojos hay un mensaje de despedida: hasta mañana, que duermas bien. Usuario no conectado.
3- He visto a las más desoladoramente tristes mentes de mi generación imitar a Woody Allen en la puerta de la Lugones, del Cosmos, del Rojas: las chicas que los acompañaban siempre parecían tener ganas de irse con otro.
sábado, diciembre 08, 2007
Ahí nos vemos
Más que probablemente no pueda ver ni por televisión la asunción de Cristina, la salida de Kirchner. Una lástima, con lo que me gusta el show off político: la ritualización que marca los finales y los comienzos. Decimos: el de Kirchner fue el mejor gobierno de estos últimos 25 años. Decimos: apenas tenemos un recuerdo de Alfonsín (pero intenso); crecimos con Menem (ese fue nuestro verdadero Bildungsroman); De la Rua y Duhalde pasaron como una exhalación, como un hálito cargado de presagios negros (esa fue una maduración repentina, el descubrir los límites de la democracia realmente existente -que son lo límites de nosotros mismos-, ver como todo se puede hacer mierda en tan poco tiempo). Por lo tanto esa afirmación arriesgada del principio (el mejor gobierno de los últimos...) es tan fuerte y tan débil como la trama de historia personal y posicionamiento público - ese ida y vuelta entre la biografía y la Historia- lo puede permitir.
Sin duda, lo mejor del gobierno Kirchner estribó en darle unas buenas puñaladas a los dos relatos más nefastos que el poder sostuvo desde el 83 a la fecha: el relato del "cierre del pasado" referido a las violaciones de derechos humanos, y el relato de la "transformación del Estado" para adaptarlo a las exigencias del poder económico. Y ahí está el núcleo de las críticas que se le hicieron desde el progresismo blanco a Kirchner estos cuatro años: que es pura retórica, que coopta las banderas de los movimientos de derechos humanos, que negocia con las corporaciones sindicales y empresarias por debajo para luego exhibir un discurso centroizquierdista, bonapartismo dirían los amigos del PO, populismo, dice con un gesto de asco la beautiful people de Palermo y alrededores. No deja de ser un mérito haber cambiado el eje del discurso luego de tantos años de hegemonia neoliberal, no deja de ser un mérito haber reinstalado la política (el Estado) en el centro del conflicto social, no deja de ser un mérito haber cascoteado ese sentido común moralizante que sostenía que el gran mal argentino era la falta de "valores, de ética, de decencia".
Pero lo que queda, también, es la sensación de que todos esos cambios están sostenidos con alfileres, que el deficit principal de este gobierno (y del próximo, más que probablemente) es la incapacidad para construir una organización que sustente y empuje los cambios. Una conjunción de buenas voluntades, que bien podría desarmarse ante un cambio repentino de los tiempos. Todo se discute entre nos, las decisiones son herméticas y se custodian con recelo para ganarle la primicia a la prensa, cualquiera que intenté ir más allá lo hace ateniéndose a las consecuencias. Ahí está el gordo D'Elía rumiando la bronca. No es un rasgo exclusivo del gobierno, es el resultado del pasaje de partidos políticos de militantes a partidos espectrales que sólo aparecen dos meses antes de las elecciones, que se comunican con la sociedad vía publicidad. Sin duda, más que en un regreso a la prolijidad de las formas, el aumento de la calidad de la democracia reside en revitalizar el espacio público, en contar con sectores que presionen por sus demandas publicamente, que se constituyan en actores visibles del conflicto social.
Veremos cuanto de todo eso termina pesando más: si el impulso reparador que desde 2003 intentó recuperar derechos y condiciones de vida perdidos gracias al neoliberalismo, o la lógica pequeña y desconfiada que ubica en una persona (o en un par de personas) la capacidad de transformar el país. Ahí nos vemos.
Sin duda, lo mejor del gobierno Kirchner estribó en darle unas buenas puñaladas a los dos relatos más nefastos que el poder sostuvo desde el 83 a la fecha: el relato del "cierre del pasado" referido a las violaciones de derechos humanos, y el relato de la "transformación del Estado" para adaptarlo a las exigencias del poder económico. Y ahí está el núcleo de las críticas que se le hicieron desde el progresismo blanco a Kirchner estos cuatro años: que es pura retórica, que coopta las banderas de los movimientos de derechos humanos, que negocia con las corporaciones sindicales y empresarias por debajo para luego exhibir un discurso centroizquierdista, bonapartismo dirían los amigos del PO, populismo, dice con un gesto de asco la beautiful people de Palermo y alrededores. No deja de ser un mérito haber cambiado el eje del discurso luego de tantos años de hegemonia neoliberal, no deja de ser un mérito haber reinstalado la política (el Estado) en el centro del conflicto social, no deja de ser un mérito haber cascoteado ese sentido común moralizante que sostenía que el gran mal argentino era la falta de "valores, de ética, de decencia".
Pero lo que queda, también, es la sensación de que todos esos cambios están sostenidos con alfileres, que el deficit principal de este gobierno (y del próximo, más que probablemente) es la incapacidad para construir una organización que sustente y empuje los cambios. Una conjunción de buenas voluntades, que bien podría desarmarse ante un cambio repentino de los tiempos. Todo se discute entre nos, las decisiones son herméticas y se custodian con recelo para ganarle la primicia a la prensa, cualquiera que intenté ir más allá lo hace ateniéndose a las consecuencias. Ahí está el gordo D'Elía rumiando la bronca. No es un rasgo exclusivo del gobierno, es el resultado del pasaje de partidos políticos de militantes a partidos espectrales que sólo aparecen dos meses antes de las elecciones, que se comunican con la sociedad vía publicidad. Sin duda, más que en un regreso a la prolijidad de las formas, el aumento de la calidad de la democracia reside en revitalizar el espacio público, en contar con sectores que presionen por sus demandas publicamente, que se constituyan en actores visibles del conflicto social.
Veremos cuanto de todo eso termina pesando más: si el impulso reparador que desde 2003 intentó recuperar derechos y condiciones de vida perdidos gracias al neoliberalismo, o la lógica pequeña y desconfiada que ubica en una persona (o en un par de personas) la capacidad de transformar el país. Ahí nos vemos.
viernes, diciembre 07, 2007
Cuadros de una exposición
Hay momentos en que esta ciudad podría parecerse a una versión chota de Florencia, Padua o Amberes en el siglo XVI. Todos, todos tienen una novela, una película, una obra de teatro, una muestra de fotografía, en preparación. Es lo que nos distingue de una sociedad industrial donde los hombres corroen sus vidas en torno a grasientas máquinas de producción material. Ahora, en cambio, lo que domina es el incesante crear simbólico: animalitos dispersos y asustados en la selva del lenguaje. Como las viejas religiones, el consumo cultural constituye un mundo de valores con la suficiente fuerza como para imponer formas de vida.
Y ahí estan: el autor de Todos los travestis son peronistas, novela pynchoniana ambientada en el tercer cordón del conurbano, con doscientos mil personajes, cada uno más retorcido, más hilarante, más delirante que el otro. Patrones de unidad básica, putitas del rancherío que leen Eliot, taxistas que conducen hasta los límites de universo, viejas que desgranan esa poesía tan a la moda que mezcla lo horrible con lo elevado, maricones que salmodian irreverentes sátiras sobre la pareja presidencial, tal vez haciendo hablar a su mismísimo ojo del culo. Divertido. Una palabra que se escucha bastante seguido. Estaban las chicas de Plurabelle una banda de chick-pop que también es una editorial, que también es una galería de arte, que también es una contraseña para conseguir drogas, que también es una marca de ropa, que también es un grupo de teatro, que tambíen es un grupo de VJs, que tambien es una secta que se reune los jueves en una pieza del barrio del Abasto para que sus integrantes puedan llorar y maldecir a sus novios. Todos con cosas en preparación. Estoy haciendo. Voy a. El presente es un tránsito perpetuo. Los dramaturgos: dos chicas hablando de sus vidas en una casa frente al mar, de pronto caen dos chicos y todo se complica. Todos lloran. Todos lloran. Otra obra en preparación: Dos amigos se aíslan para escribir una artículo sobre Wittgenstein. Una máquina de escribir, un sofá viejo, un tocadiscos. Se pasan el primer cuarto de hora hablando sobre series de los años 80s, sobre actores de telenovelas de Romay. Caen dos chicas y todo se complica. La idea es el amor. La idea es la idea que ellos tienen sobre el amor. La estructura esencial que subyacía a estas manifestaciones era, es, la misma. Una dialéctica deficiente entre lo íntimo y lo público, entre lo bajo y lo culto, entre lo mostrable y lo culpógeno. Flotaba lo mismo en los diálogos nocturnos y sostenidos un poco a las apuradas, con vasos de cerveza que irremediablemente se volcarán sobre camisas ajenas y propias.
- Esa novela del negro Céline...
- Una muestra de figuritas de Sarah Kay en la fábrica recuperada...
- Ja, vamo los pibes
- Siempre escuchaba esa canción cuando me despertaba en la casa de mi ex novio
- César Aira colecciona muñequitas de trapo, César Aira colecciona... ¿me escuchás, me escuchás?
Y así, de esa manera, transcurre la noche: vapores de proyectos e ideas a medias concebidos, distracciones para ocupar las horas antes de dormir, para cansar la mente. La cinta continua sobre la que se ejercitan los pies de las palabras.
Y ahí estan: el autor de Todos los travestis son peronistas, novela pynchoniana ambientada en el tercer cordón del conurbano, con doscientos mil personajes, cada uno más retorcido, más hilarante, más delirante que el otro. Patrones de unidad básica, putitas del rancherío que leen Eliot, taxistas que conducen hasta los límites de universo, viejas que desgranan esa poesía tan a la moda que mezcla lo horrible con lo elevado, maricones que salmodian irreverentes sátiras sobre la pareja presidencial, tal vez haciendo hablar a su mismísimo ojo del culo. Divertido. Una palabra que se escucha bastante seguido. Estaban las chicas de Plurabelle una banda de chick-pop que también es una editorial, que también es una galería de arte, que también es una contraseña para conseguir drogas, que también es una marca de ropa, que también es un grupo de teatro, que tambíen es un grupo de VJs, que tambien es una secta que se reune los jueves en una pieza del barrio del Abasto para que sus integrantes puedan llorar y maldecir a sus novios. Todos con cosas en preparación. Estoy haciendo. Voy a. El presente es un tránsito perpetuo. Los dramaturgos: dos chicas hablando de sus vidas en una casa frente al mar, de pronto caen dos chicos y todo se complica. Todos lloran. Todos lloran. Otra obra en preparación: Dos amigos se aíslan para escribir una artículo sobre Wittgenstein. Una máquina de escribir, un sofá viejo, un tocadiscos. Se pasan el primer cuarto de hora hablando sobre series de los años 80s, sobre actores de telenovelas de Romay. Caen dos chicas y todo se complica. La idea es el amor. La idea es la idea que ellos tienen sobre el amor. La estructura esencial que subyacía a estas manifestaciones era, es, la misma. Una dialéctica deficiente entre lo íntimo y lo público, entre lo bajo y lo culto, entre lo mostrable y lo culpógeno. Flotaba lo mismo en los diálogos nocturnos y sostenidos un poco a las apuradas, con vasos de cerveza que irremediablemente se volcarán sobre camisas ajenas y propias.
- Esa novela del negro Céline...
- Una muestra de figuritas de Sarah Kay en la fábrica recuperada...
- Ja, vamo los pibes
- Siempre escuchaba esa canción cuando me despertaba en la casa de mi ex novio
- César Aira colecciona muñequitas de trapo, César Aira colecciona... ¿me escuchás, me escuchás?
Y así, de esa manera, transcurre la noche: vapores de proyectos e ideas a medias concebidos, distracciones para ocupar las horas antes de dormir, para cansar la mente. La cinta continua sobre la que se ejercitan los pies de las palabras.
martes, diciembre 04, 2007
Se extiende la tendencia porteña
Venezuela, Exclusivo: Se confirmaría la teoría de los "grandes centros urbanos" republicanos versus el atraso, el culto a la personalidad y la opresión que predomina en el campo y las pequeñas ciudades. La gente de Fedecámaras, AD y COPEI más la Embajada de Estados Unidos en Caracas también tendrían la intención de "liberar a los hermanos pobres de las garras del clientelismo".
lunes, diciembre 03, 2007
Sí
Del páramo personal sólo nos puede salvar la política. Aunque la política sea tan sólo quedarse zombie mirando a Chávez reconocer la derrota, ayer, pasada la medianoche. Después de veinte, veinticinco años (por lo menos) de políticos que hacen un culto de las formas gerenciales, blandas, administrativas de la política, Chávez concentra las viejas dotes del carisma, la fe en la palabra, en el discurso como instrumento de construcción de voluntades. Por eso Chávez reune tantas sospechas, tantos rechazos, en los sectores que asimilan "civilización" a ausencia de conflicto. Por eso, basta leer las coberturas de los diarios de hoy para darse cuenta de que para el mainstream de los medios el único punto en disputa era la reelección indefinida: nada de la jornada de seis horas, nada del poder popular, nada del régimen de propiedad. Interpretan a Chávez como si se tratara de Menem, o de Rovira como dice hoy la líder de la CC. En fin, seguimos arando en el mar, para parafrasear al revolucionario caribeño (no Chávez, el otro, el del siglo XIX).
domingo, noviembre 11, 2007
Los hombres duros también mueren

martes, noviembre 06, 2007
Foucault Conducción
La conocen los que la perdieron
los que la vieron de cerca irse muy lejos
y los que la volvieron a encontrar
la conocen los presos,
La libertad
Calamaro, La Libertad
Interesante la experiencia del domingo 28 donde pudieron votar por primera vez los presos sin condena. Además de ser un paso adelante en el sentido de dar un mínimo de igualdad en un mundo caracterizado por la violencia y la estigmatización (y no es necesario remitirse a acontecimientos como el del domingo en Santiago del Estero), es interesante mirar los resultados: Cristina 53%, Carrió 14,5%, Rodríguez Saá 10,5%, Pitrola (!¡) 8%. ¿Serán estos los "hermanos pobres presos del clientelismo" a los que se refiere la líder del Partido Republicano? Pobres y presos sin duda, ¿pero también en este caso clientelizados? Y, mejor aún, ¿querrán las clases medias y altas que conforman el ilustre electorado de la Doctora, liberar a estos hermanos olvidados? ¿Ustedes qué creen?
los que la vieron de cerca irse muy lejos
y los que la volvieron a encontrar
la conocen los presos,
La libertad
Calamaro, La Libertad
Interesante la experiencia del domingo 28 donde pudieron votar por primera vez los presos sin condena. Además de ser un paso adelante en el sentido de dar un mínimo de igualdad en un mundo caracterizado por la violencia y la estigmatización (y no es necesario remitirse a acontecimientos como el del domingo en Santiago del Estero), es interesante mirar los resultados: Cristina 53%, Carrió 14,5%, Rodríguez Saá 10,5%, Pitrola (!¡) 8%. ¿Serán estos los "hermanos pobres presos del clientelismo" a los que se refiere la líder del Partido Republicano? Pobres y presos sin duda, ¿pero también en este caso clientelizados? Y, mejor aún, ¿querrán las clases medias y altas que conforman el ilustre electorado de la Doctora, liberar a estos hermanos olvidados? ¿Ustedes qué creen?
lunes, octubre 29, 2007
La resaca de los días
Está bien, 45 a 23. Una diferencia aplastante, que parece no serlo tanto para ciertos medios que hablan de la "gran elección de Carrió". Digamos: perdió por 22 puntos, apenas aumentó su caudal de la elección pasada (2003), ganó sólo en un distrito (como Lavagna, y sin embargo éste figura entre los "perdedores" en los balances mediáticos) y en varias de provincias rozó la inexistencia. Entiendo que Lilita sea un personaje pintoresco pero de ahí a inflarla y colocarla como una de las vencedoras de la jornada hay una larga distancia.
El caballito de batalla es la derrota del oficialismo en los grandes centros urbanos. En realidad es un analisis bastante sesgado y, por lo tanto bastante trucho. Santa Fe capital, Mendoza, San Miguel de Tucumán, Neuquén tambien son centros urbanos con predominio de clase media y en ellos ganó el FPV. Sin mencionar, por supuesto, el aglomerado urbano por excelencia: el Conurbano bonaerense. Se trata de una lectura facilonga y escasamente rigurosa que pretende construir un clivaje que no es tal. Por debajo de ese intento está lo que tal vez sea el mensaje más atemorizante que dejan estas elecciones: cierto resucitar del discurso antiperonista más rancio (ver el post de abajo) que se encarna no sólo en ciudadanos comunes sino también en algunos dirigentes. Hoy mismo la ex candidata Carrió hablaba de su felicidad por contar con los votos de "las personas libres"... Me alegro sinceramente de no contarme entre ellos.
El Matadero de Esteban Echeverría, versión 2.0
"Todo el día de ayer fue un bochorno, una cachetada, una basura, una mentira, una porquería, estuve de fiscal y recorrí todo Malvinas Argentinas y no había escuelas donde no hubiera colectivos estacionados a dos cuadras, para el voto cadena, grupo de matones copando las escuelas en donde los gendarmes, apenas dos por escuela y muy niños, de apenas escasos 19 años, no podían contener a los mafiosos gordos del conurbano. Daba miedo, había escuelas donde cuando todavía eran las seis de la tarde y miles de personas esperando para votar, ya adentro cantaban “viva perón, viva perón”, tuve que hacerlos callar y los más de los 50 matones gordos típicos del conurbano se me vinieron encima y cuando le imploré al gendarme que pusiera orden este me amenazó, a lo cual yo a mi vez le dije que lo iba a denunciar, 60 matones bien gordos de tanto asado y vino, con sus panzas como ametralladoras relucientes y amenazantes se me venían encima a mi, una mina de escasos 55 kilos. Esa es la democracia argentina, la panza salida de los matones peronistas.”
Comentario de una lectora de La Nación, citado en La Barbarie.
martes, octubre 23, 2007
estados alterados
Caminás por la calle, mirás la cara de Federico Pinedo en los afiches del pro y de repente te encontrás pensando en lo copado que estaría una revolución bolchevique. Es raro, hasta le pasa a gente perfectamente moderada.
Sin sonido ni furia
- Hay bastante consenso en lo aburrido de esta campaña electoral. No porque falten temas para debatir, cuestiones en pugna, intereses enfrentados, etc. Más bien porque es inevitable mirar el espejo del 2001/2002, este tiempo es esa resaca, este momento es aquel en que podemos (recién ahora) mirar hacia atrás, hacia las continuidades y las rupturas del verano caliente toninegrista.
Los cuatros años de Kirchner son lo que la historia efectivamente desplegó sobre las bases de esos acontecimientos. Puede gustar o no, lo demás es paja.
- Y la campaña resulta en apariencia aburrida, un trance lleno de inercia, porque ni la misma oposición se anima a pensarse como alternativa. Ni en sus sueños más lujuriosos, más desbocados, más gratificantes, puede pensarse a sí misma como una posibilidad real de gobierno (de gobierno..., no de poder). Entonces, aparecen discursos ajados: el republicanismo, la queja, la indignación. La indignación es siempre un indicador de impotencia.
- Habría que hacer una "historia de la indignación". Me juego a que hay una correlación muy fuerte entre ese discurso y la pertenencia a una clase media con aspiraciones, una clase que por su lugar intermedio en la estructura social (ni propietaria de los medios de prod. ni trabajadora de los medios de prod.) tiende a traducir las luchas políticas en términos morales. Y aunque duela decirlo, ese discurso clasemediero de hoy es taaaan parecido al del 95 contra Menem.
- Yendo a Kirchner: una masa de continuidades y rupturas con los 90's. Difícil discernir cual de los dos factores pesa más, se trata, creo, de una cuestión de acentos, de donde uno ponga el énfasis en ese binomio continuidad - cambio.
- Igual las elecciones nos gustan. Nos quedamos hasta tarde en el cable, mirando candidatos a intendentes del segundo cordón, miramos C5N, Mauro Viale, Grondona, Majul (los territorios desolados a donde ha ido a parar el género periodismo político), chequeamos los diarios, nos bañamos en el "liberalismo-realmente-existente" que destilan los comments de La Nación, miramos encuestas y las comparamos con las de elecciones pasadas... Somos profundamente ingenuos: usaremos nuestras mejores ropas el día de la elección.
Los cuatros años de Kirchner son lo que la historia efectivamente desplegó sobre las bases de esos acontecimientos. Puede gustar o no, lo demás es paja.
- Y la campaña resulta en apariencia aburrida, un trance lleno de inercia, porque ni la misma oposición se anima a pensarse como alternativa. Ni en sus sueños más lujuriosos, más desbocados, más gratificantes, puede pensarse a sí misma como una posibilidad real de gobierno (de gobierno..., no de poder). Entonces, aparecen discursos ajados: el republicanismo, la queja, la indignación. La indignación es siempre un indicador de impotencia.
- Habría que hacer una "historia de la indignación". Me juego a que hay una correlación muy fuerte entre ese discurso y la pertenencia a una clase media con aspiraciones, una clase que por su lugar intermedio en la estructura social (ni propietaria de los medios de prod. ni trabajadora de los medios de prod.) tiende a traducir las luchas políticas en términos morales. Y aunque duela decirlo, ese discurso clasemediero de hoy es taaaan parecido al del 95 contra Menem.
- Yendo a Kirchner: una masa de continuidades y rupturas con los 90's. Difícil discernir cual de los dos factores pesa más, se trata, creo, de una cuestión de acentos, de donde uno ponga el énfasis en ese binomio continuidad - cambio.
- Igual las elecciones nos gustan. Nos quedamos hasta tarde en el cable, mirando candidatos a intendentes del segundo cordón, miramos C5N, Mauro Viale, Grondona, Majul (los territorios desolados a donde ha ido a parar el género periodismo político), chequeamos los diarios, nos bañamos en el "liberalismo-realmente-existente" que destilan los comments de La Nación, miramos encuestas y las comparamos con las de elecciones pasadas... Somos profundamente ingenuos: usaremos nuestras mejores ropas el día de la elección.
miércoles, septiembre 26, 2007
Los protestantes se suicidan más que los católicos (50 años de sociología)
Está la escena esa de Las Invasiones Bárbaras donde el grupo de amigos intelectuales del profesor moribundo, mientras toman vino en el porche de la casa, van pasando revista a su devenir personal político e intelectual: fuimos existencialistas, maoístas, estructuralistas, post estructuralistas, posmodernos, escépticos... Este año se cumplen 50 años de la carrera de sociología y ese recorrido de posiciones teóricas e ideológicas resulta muy acorde con las modas y compromisos que se fueron sucediendo desde su creación. Casi un lugar común atribuirle a las ciencias sociales y a sus intelectuales el poco apego a un pensamiento a lo largo de los años, casi una proposición de sentido común achacarle a quienes trabajan sobre la sociedad ese dilentantismo, esa carencia de fidelidad, ese vagabundeo teórico. A mi no me interesa nada ese tipo de lealtad. Prefiero mil veces ese nomadismo a la tristeza de quienes permanecen fieles a los libros que leyeron cuando tenían 18 años. Un Bunge que a los 80 años sigue repitiendo los sacrosantos dogmas del positivismo lógico, o esos entrañables veteranos marxistas que todavía se enervan con el "traidor Kautsky" como si estuvieran discutiendo en un café de Zurich circa 1914, me dan cierta pena.
Esto a modo de balance: a 50 años de su creación la sociología no se ha instalado como ciencia de la sociedad ni ha logrado despejar de las representaciones colectivas ninguna de las supersticiones que se proponía eliminar. Un fracaso sin duda desde el punto de vista de la tarea que se impuso Germani a finales de los 50s. Pero en cambio, quedan de ese medio siglo transcurrido una masa de trabajos y de mentes que desde distintos lugares teóricos han aportado a la modernización (y ese es un concepto ultra discutible, ya lo sé) del debate intelectual argentino.
Brillantes y sofisticados algunos, otros en la oscuridad de la academia, otros desde el campo de batalla (la praxis, la praxis, la praxis) con las armas de la crítica y con la crítica de las armas, también. Sometidos a ese no lugar que es el estudiantado, inmersos en la maquinaria siniestra y corrosiva del marketing o la publicidad, en reuniones políticas de cuatro personas, cargando en colectivos atestados la edición tan bella de Las formas elementales de la vida religiosa, leyendo apuntes caros y mal fotocopiados de Mannheim, de Gramsci, de Cardoso y Faleto, de Sennett, de Simmel, estudiando la prueba de Chi cuadrado o el diagrama de Lazarfeld... volver a cruzar la plaza Houssay a las 11:30 de la noche y esperar el 132 sin un cobre en el bolsillo: una dura experiencia epistemológica. ¿Esto servirá para algo? te asaltaba en esos momentos el más cruel y antisociológico de los egoísmos.
No, esos cincuenta años no dejan un status científico sólido. Apenas te dejan inscripta cierta mirada y cierta bibliografía que uno debe traicionar de la manera más brutal posible. Esa mirada sigue siendo valiosa para mi. Casi casi que todavía me emociona leer el primer capítulo de Las reglas del método sociológico. O esas conclusiones de El Suicidio, donde uno se enteraba que los protestantes se sucidaban más que los católicos y los solteros más que los casados, esos cuadros ramplonamente positivistas extraídos de los registros de defunciones franceses... Ahí había, hay, algo rescatable: un ataque al psicologismo, al sentido común, el descubrimiento del hombre como producto, un golpe feroz al narcisismo. Una ciencia que incomoda, como decía Bourdieu, porque pone de manifiesto que no somos tan libres, tan dueños de nosotros mismos, como querríamos creer. Una ciencia que expresa que hasta los más excentricos de nuestros gustos, de nuestras elecciones, de nuestras opiniones están en directa relación con las posiciones que ocupamos, con las relaciones que nos han producido. La técnica del marketing y la investigación de consumo (a la que tanto han contribuido de buena o mala gana los sociólogos) lo dice con la claridad luminosa del discurso mercantil: un tipo de producto para los hombres gays de 25 a 39 años de nivel educativo terciario o superior, otro para las mujeres de 18 a 24 solteras con ingreso superiores a X, otro para matrimonios con hijos mayores y padres ancianos de nivel socioeconómico medio-alto, etc, etc, etc.
A diferencia de las ciencias duras, acá siempre se puede volver a empezar por lo elemental, reconstruir una y otra vez lo que otros habían construido. Esa falta de progreso, de evolución, no es una carencia, es una virtud, o un riesgo, que vienen a ser lo mismo.
Esto a modo de balance: a 50 años de su creación la sociología no se ha instalado como ciencia de la sociedad ni ha logrado despejar de las representaciones colectivas ninguna de las supersticiones que se proponía eliminar. Un fracaso sin duda desde el punto de vista de la tarea que se impuso Germani a finales de los 50s. Pero en cambio, quedan de ese medio siglo transcurrido una masa de trabajos y de mentes que desde distintos lugares teóricos han aportado a la modernización (y ese es un concepto ultra discutible, ya lo sé) del debate intelectual argentino.
Brillantes y sofisticados algunos, otros en la oscuridad de la academia, otros desde el campo de batalla (la praxis, la praxis, la praxis) con las armas de la crítica y con la crítica de las armas, también. Sometidos a ese no lugar que es el estudiantado, inmersos en la maquinaria siniestra y corrosiva del marketing o la publicidad, en reuniones políticas de cuatro personas, cargando en colectivos atestados la edición tan bella de Las formas elementales de la vida religiosa, leyendo apuntes caros y mal fotocopiados de Mannheim, de Gramsci, de Cardoso y Faleto, de Sennett, de Simmel, estudiando la prueba de Chi cuadrado o el diagrama de Lazarfeld... volver a cruzar la plaza Houssay a las 11:30 de la noche y esperar el 132 sin un cobre en el bolsillo: una dura experiencia epistemológica. ¿Esto servirá para algo? te asaltaba en esos momentos el más cruel y antisociológico de los egoísmos.
No, esos cincuenta años no dejan un status científico sólido. Apenas te dejan inscripta cierta mirada y cierta bibliografía que uno debe traicionar de la manera más brutal posible. Esa mirada sigue siendo valiosa para mi. Casi casi que todavía me emociona leer el primer capítulo de Las reglas del método sociológico. O esas conclusiones de El Suicidio, donde uno se enteraba que los protestantes se sucidaban más que los católicos y los solteros más que los casados, esos cuadros ramplonamente positivistas extraídos de los registros de defunciones franceses... Ahí había, hay, algo rescatable: un ataque al psicologismo, al sentido común, el descubrimiento del hombre como producto, un golpe feroz al narcisismo. Una ciencia que incomoda, como decía Bourdieu, porque pone de manifiesto que no somos tan libres, tan dueños de nosotros mismos, como querríamos creer. Una ciencia que expresa que hasta los más excentricos de nuestros gustos, de nuestras elecciones, de nuestras opiniones están en directa relación con las posiciones que ocupamos, con las relaciones que nos han producido. La técnica del marketing y la investigación de consumo (a la que tanto han contribuido de buena o mala gana los sociólogos) lo dice con la claridad luminosa del discurso mercantil: un tipo de producto para los hombres gays de 25 a 39 años de nivel educativo terciario o superior, otro para las mujeres de 18 a 24 solteras con ingreso superiores a X, otro para matrimonios con hijos mayores y padres ancianos de nivel socioeconómico medio-alto, etc, etc, etc.
A diferencia de las ciencias duras, acá siempre se puede volver a empezar por lo elemental, reconstruir una y otra vez lo que otros habían construido. Esa falta de progreso, de evolución, no es una carencia, es una virtud, o un riesgo, que vienen a ser lo mismo.
jueves, septiembre 06, 2007
Sobre el camino

Ayer, o anteayer, no sé, el escritor noventista Rodrigo Fresán rendía su barcelonés tributo a la novela de Kerouac. No teníamos presente la efeméride. Y eso que llevamos una foto de Kerouac en la billetera (una estampita, San Jean-Louis Lebris de Kerouac, patrono de los perdidos). 50 años de la publicación. Mucho tiempo, pero ese libro sigue tan incandescente como siempre, como cuando salió a la luz en la América paranoica de los cincuentas, y prendió la mecha de un movimiento que arrastró a miles de freaks a las rutas de un continente ya demasiado viejo, ya demasiado castigado, pero a través del cual todavía se podía huir. Kerouac: línea de fuga, armado de un mapa donde el movimiento perpetuo es la única garantía para no volverse loco. Una multitud de hijos queridos o bastardos: de Dylan al Che, de Morrison a Deleuze.
En el camino como un tratado sobre el camino. Los tiempos muertos en las estaciones de micros, las habitaciones de hotel, las incomodidades, los cambios abruptos de itineario, las ciudades que te reciben dormidas, el campo con su brutalidad, las conversaciones delirantes en autos que hierven de calor, los amigos perdidos, el sueño entrecortado, la ilusión de que al final hay algo distinto, de que hay un final. Viajar no tiene que ver con desplazarse, sino con ejercer una violencia sobre uno mismo para convertirse en alguien distinto. Estar en el camino es estar metido, soportando, mutando gracias a esa violencia. No siempre se logra. La mayor parte de las veces se trata sólo de darse una vuelta con la seguridad de tener el pasaje de regreso a casa en el bolsillo.
50 años. Una eternidad como la noche de los campos bajo la cual siguen corriendo destartalados chevys, no direction home. Y abrimos el libro, el único registro de esos viajes que llegó hasta nosotros:
"... y la estrella de la tarde dedicará sus mejores destellos a la pradera justo antes de que sea totalmente de noche, esa noche que es una bendición para la tierra, que oscurece los ríos, se traga las cumbres y envuelve la orilla del final, y nadie, nadie sabe lo que le va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos..."
En el camino como un tratado sobre el camino. Los tiempos muertos en las estaciones de micros, las habitaciones de hotel, las incomodidades, los cambios abruptos de itineario, las ciudades que te reciben dormidas, el campo con su brutalidad, las conversaciones delirantes en autos que hierven de calor, los amigos perdidos, el sueño entrecortado, la ilusión de que al final hay algo distinto, de que hay un final. Viajar no tiene que ver con desplazarse, sino con ejercer una violencia sobre uno mismo para convertirse en alguien distinto. Estar en el camino es estar metido, soportando, mutando gracias a esa violencia. No siempre se logra. La mayor parte de las veces se trata sólo de darse una vuelta con la seguridad de tener el pasaje de regreso a casa en el bolsillo.
50 años. Una eternidad como la noche de los campos bajo la cual siguen corriendo destartalados chevys, no direction home. Y abrimos el libro, el único registro de esos viajes que llegó hasta nosotros:
"... y la estrella de la tarde dedicará sus mejores destellos a la pradera justo antes de que sea totalmente de noche, esa noche que es una bendición para la tierra, que oscurece los ríos, se traga las cumbres y envuelve la orilla del final, y nadie, nadie sabe lo que le va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos..."
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