viernes, enero 20, 2006

Bukowski & Bukowski

Bukowski no se llamaba Bukowski. Y esto reviste cierta lógica si consideramos que el Bukowski del que hablo no era el individuo nacido en Alemania en 1920, criado en Estados Unidos y muerto en la ciudad de San Pedro, CA, en 1994. Este Bukowski no fumaba ni bebía alcohol. Este Bukowski no escuchaba cuartetos de Beethoven mientras cortaba rojos tomates en su casa. Este Bukowski no jugaba a las carreras de caballos ni acostumbraba vomitar en las fiestas de sus amigos. Mi Bukowski atendía un locutorio en la calle Díaz Vélez y Acoyte y su máxima transgresión era escuchar las conversaciones ajenas con un dispositivo bastante inteligente situado debajo de la caja registradora. Entonces, lejos estaba Bukowski de Bukowski. Pero, entonces ¿por qué le decían Bukowski a Bukowski? Según me contó una vez en un bar de la calle Bartolomé Mitre llamado (sí, adivinaron) Bukowski Bar, Bukowski arrastraba ese sobrenombre desde una noche en que había cometido una imprudencia fatal. Era una noche de cervezas y MTV con sus amigos, una noche sedentaria frente a la pantalla que emitía partidos de fútbol mexicano y tal vez fragmentos de películas soft de Fim Zone, una noche con amigos de barbas crecidas y bermudas pasados de moda y ventilador de techo impulsando el aire hitchockeanamente. Una noche de esas que se olvidarían fácilmente si Bukowski no hubiera cometido, casi al pasar, esa imprudencia fatal.
- A mi lo que me gustaría es escribir - dijo, el pre Bukowski.
Entonces el escarnio público se sumió sobre él. Entonces las risas y las burlas se levantaron como una pared imbécil y descontrolada sobre la humanidad, indefensa, honesta, pueril casi, de Bukowski. Para defenderse Bukowski intentó argumentar.
- Y por qué no?, es cuestión de sentarse frente a la máquina y darle duro. Todos los que fueron grandes empezaron así, como desesperados ante esa única salida. Hemingway, Céline, Dostoie...
No sirvió de nada, claro. Bukowski pasó a ser el punto de las bromas de la reunión, una tenue ovejita negra que intentaba diferenciarse del horizonte de ovejas blancas de sus amigos. Bukowski el literato, Bukowski el escritor, Bukowski el que quería dejar de ver Fox Sports con sus amigos y sentarse a escribir sus penas frente a la máquina de escribir. El dueño de casa fue hasta su pieza y volvió con el único libro que tenía, un librito que había conseguido en el parque Rivadavia por 5 pesos y un El Gráfico de 1987: La máquina de follar.
-Vos querés ser como este tipo, la máquina de follar. Pero ni máquina ni follar es lo tuyo, Bucoski.
Y así siguió toda la noche: Bukowski, Bukowski, Bukowski. Y Bukowski rojo de verguenza, de rabia, de impotencia por sus ilusiones rotas se tomó las varias cervezas que había sobre la mesa. En medio del sopor alcóholico Bukowski ya se había convertido en Bukowski y los vapores le traían aires de venganza. Cuando salieron de la casa, ya a la madrugada, el silencio del barrio se vio interrumpido por el ulular de una sirena policial. Más allá se escucharon los gritos desesperados de una mujer, el llanto de un niño despertado violentamente en la noche. Esto es Los Angeles, pensó Bukowski. Esta es la selva donde vivo. Esta es la noche americana que se me mete en las costillas.
Vomitó, mi Bukowski sobre la pared de la casa y ese vómito bien podría considerarse un renacimiento, el bautismo que lo incorporaba a una nueva comunidad. Su entrada personal a la gran sociedad de los poetas muertos borrachos.
Desde ese día Bukowski escribe. Desde ese día le da duro a las teclas de la máquina. Desde ese día Bukowski lucha por parecerse a Bukowski. Aunque no beba, fume o juegue a las carreras, porque esos son sólo detalles en la vida de un gran escritor.

2 comentarios:

mariano dijo...

Se agradece, Juan B.

::::W:::: dijo...

Hombre, que bien escribe, y eso que detesto los post largos, me tragué éste